Entonces respondiendo Juan, dijo: Maestro, hemos visto a uno que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo prohibimos, porque no sigue con nosotros. Jesús le dijo: No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es».

– Lucas 9:49-50.

Juan, el «Hijo del trueno», aún no había sido transformado. Todavía era el trueno que rugía y espantaba, en un celo carnal por su Maestro. Aquí prohíbe echar fuera demonios a uno que no iba con ellos. Juan ama a Jesús con ese amor exclusivista y enfermizo con que suelen amar los pequeños en la fe. Él no puede permitir que alguien use el nombre de Jesús sin autorización, y sin formar parte del grupo de los elegidos.

Este es el espíritu sectario. Es el espíritu exclusivista que el Señor destierra de inmediato del corazón de Juan. El Señor sabía que este impulso carnal habría de traer muchas dificultades a la obra de Dios más adelante, y deja este episodio registrado, para nuestra enseñanza y provecho.

Sin embargo, este espíritu nos sigue persiguiendo y enredando, al punto de que pareciera que el Señor nunca hubiese enseñado al respecto. Grandes siervos de Dios e inspiradas corrientes de restauración han padecido –y padecen– de este lamentable mal, para escándalo, división y muerte en medio de la cristiandad. Basta que alguien no forme parte de nuestro grupo, para que se convierta en un extraño, falsario y enemigo.

Pero, gracias a Dios, el corazón de Cristo es mucho más amplio que el nuestro; sus afectos son mucho más fuertes y puros. En su corazón caben todos los que el Padre le dio, los que estaban en el corazón de Dios antes que el mundo fuese.

Cuán a menudo una obra de Dios, la cual él en su gracia bendijo, se ha transformado en una secta exclusivista. Sin embargo, en el corazón del Señor caben todos los que invocan Su nombre. Si lo hacen bien o mal, impía o piadosamente, es asunto que le corresponde a él juzgar, y no a nosotros.

Aquel hombre que echaba fuera demonios, seguramente, no tenía la luz que los discípulos tenían, por no gozar de la cercanía del Señor. Pero aún así, era digno de que se le respetara. ¿Cómo podría, luego, hablar mal de Jesús, si había hecho milagros en Su nombre?

Los ojos de nuestro entendimiento deben ser abiertos para ver más allá del grupo en el que participamos, de la obra a la cual pertenecemos. Si eso no ha ocurrido, es que no conocemos el corazón de Dios, ni podemos colaborar con su obra universal. Si buscamos solo el progreso de ‘nuestra’ doctrina, de ‘nuestro’ líder, de ‘nuestra’ organización, estamos remando con un solo remo y mirando con un solo ojo, sesgados y oscurecidos, con muy poca utilidad para Dios.

Quiénes han dejado de ser niños egoístas, cortos de vista y consentidos en la Casa de Dios; quiénes tienen ojos para mirar y amar a los hijos de Dios más allá de sus estrechos límites, en un horizonte más amplio, con un corazón generoso, son bienaventurados, y útiles en las manos de Dios.

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