Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. Mas ellos le obligaron a quedarse”.

– Lucas 24:28-29.

Desde Jerusalén a Emaús había unos once kilómetros, seguramente unas dos horas de caminata. Durante el trayecto, los discípulos fueron escuchando las palabras del Señor.

“Llegaron a la aldea … y él hizo como que iba más lejos”. Los probó otra vez. Hizo como que él iba más allá. ¿Qué reacción tendrían? “Mas ellos le obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos”.

Pero, pensemos por un momento: lo que ellos menos esperaban era ver al Señor, porque no creían que había resucitado. Sin embargo, a esa altura, después de haber oído las palabras de aquel desconocido, le obligaron a quedarse. No le dejaron alternativa: “Tienes que quedarte”.

Consideremos que todavía no lo reconocen. La fe todavía está fuera de ellos, simplemente están aferrándose de la fe de Otro. Necesitaban asirse de algo, y aquí encontraron un hombre en quien aferrarse. Todavía no tenían la fe encendida dentro de sí mismos.

Aquí hay una palabra para nosotros. ¿En qué, o en quién, está basada hoy nuestra fe? ¿Será que aún necesitamos aferrarnos de algo visible? ¿O que necesitamos de un buen líder, y decimos: “Este hombre sí tiene luz, tiene claridad; con él iré”? Pero, ¿no será que tú estás caminando por la revelación que aquel hombre tiene, sin que esa revelación haya entrado en tu corazón?

¿Habrá algún creyente, alguien que recibe esta palabra, que está necesitando siempre de cosas externas, cuya fe nunca ha penetrado realmente al interior de su corazón y que todavía se mueve en el terreno de lo visible y lo palpable? Es decir que, si no hay milagros, no va; si no hay respuestas, no va; si no hay prosperidad y las cosas no se dan como él quiere, entonces se va. Y anda errante buscando cosas externas a qué aferrarse. ¡El Señor nos libre de eso!

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