Palabra clave: Revelación / Versículo clave: 1:1.

Apocalipsis es lo opuesto de misterio. Los libros de Daniel y Juan están íntimamente ligados y, junto con los de Isaías, Ezequiel y Zacarías, forman los escritos apocalípticos. Por una parte, en sus días, Daniel lanzó luz sobre el periodo entre el cautiverio y la caída de Jerusalén (70 d. de C.); por otro lado, en los últimos días, Juan lanza luz desde la caída de la ciudad santa a la segunda venida del Señor.

Probablemente, Juan escribió este libro entre la muerte de Pablo (64 d. C), y la suya propia en Patmos (98 d. C.). El escenario del exilio sugiere mucho del simbolismo del Apocalipsis; por todos lados, el mar con el estruendo de muchas aguas, el amplio cielo griego con sus espesas nubes y terribles tempestades, las cordilleras de Asia Menor circundando las siete iglesias, etc.

La profecía apocalíptica es esencialmente simbólica. Los misterios, que no tienen ninguna analogía con cosas terrenales o eventos pasados, exigen imágenes para su expresión. Sin embargo, los símbolos no introducen necesariamente nuevos misterios: más de cincuenta de ellos son explicados por sus equivalentes encontrados, no solo en otros pasajes de las Escrituras, sino también en el propio libro (Comparar con 12:9; 16:13-14; 17:18, etc.).

Hay cuatro vías de interpretación de este libro.

1. El preterista, que delinea en él la historia hebrea hasta la caída de Jerusalén y de la Roma pagana.
2. El presentista, que ve aquí un esbozo de los eventos durante todo el periodo en que fue escrita la profecía.
3. El futurista, que ve referencias a los eventos ligados con la segunda venida de Cristo.
4. El espiritual, que considera al libro como una escena de batalla donde todas las fuerzas del mal se alinean contra Cristo y sus seguidores, para el último y gran conflicto de todos los tiempos. En esta perspectiva, el libro no se restringe a una profecía particular, sino a un esbozo general, que se ajusta a varios periodos históricos, durante los cuales, en todas las épocas, la iglesia puede descubrir los disfraces del diablo, contra qué tipo de enemigos internos y externos debe precaverse, y cuán cierta es la victoria final.

La mayor belleza del libro es que él revela el fin de todas las cosas. Por un lado, el mal llega a su desarrollo completo y final; todas las formas de enemistad contra Dios y contra la piedad llegan a su terrible culminación en la ramera, el falso profeta, la bestia y el dragón. Mas, por otro lado, los santos, bajo la conducción del Cordero, conquistarán la victoria, y todos los enemigos serán derrotados para siempre. El Reino será establecido sobre las ruinas de todos los dominios y poderes hostiles, y el último enemigo, la muerte, será destruido.

Finalmente, todas las cosas serán hechas nuevas. El paraíso perdido se transformará en el paraíso recuperado. Una vez más, el árbol de la vida es visto junto al río de agua de vida, y una vez más, el tabernáculo de Dios estará con los hombres. Pero la maldición del pecado, que irrumpió en el primer Edén, ya no arruinará el segundo Edén.

Al comparar el inicio del libro de Génesis con el cierre del Apocalipsis, descubrimos que estuvimos siguiendo el perímetro de un anillo dorado. Los dos extremos de la historia humana se encuentran; de la creación y del Edén caído, llegamos finalmente a la nueva creación, y al paraíso donde no hay caída. Y entonces, en el desenlace del libro de Dios, la última mirada del lector es dirigida hacia la venida de Aquel cuya presencia personal será la señal de la consumación final de la victoria y bendición.

«Ciertamente vengo en breve. Amén. ¡Ven Señor Jesús!».