En nuestro número anterior, publicamos en esta sección una semblanza del predicador norteamericano David Wilkerson. En este número, ofrecemos fragmentos de cuatro de sus mensajes más representativos. Ellos versan sobre diversos temas, pero siempre está presente en ellos el fuego de la pasión por Cristo y por la santidad de Dios que siempre le alentó.

Conducidos a la oscuridad

Anoche asistí a un festival de música cristiana. Nunca olvidaré lo que vi, y puedo decir en verdad que fue una experiencia desgarradora.

Fui al festival porque el ‘intérprete estrella’ había estado en mi oficina unas horas antes, llorando, diciéndome cuánto amaba a Jesús, cuán sincero era él y cómo deseaba aprender más sobre la santidad. Él me dijo que mis mensajes escritos lo habían redargüido. Sus palabras sonaban rectas, su actitud parecía humilde. Conforme a su petición, fui a oírlo a él y a su grupo, porque me aseguró que no me sentiría desagradado.

Iba ayer por la noche con un corazón abierto, lleno de amor y de compasión por él, por todos los músicos cristianos, y especialmente por los cerca de 3.000 jóvenes que asistían al festival. Escuché dos canciones de estilo devocional, y después el músico dio testimonio sobre lo que Cristo había hecho en su vida. Ningún predicador habría podido hablar con más convicción y sinceridad – sus palabras eran correctas.

Él habló de consagración, de ser obediente a Jesús, de ganar almas, de la oración, de vivir una vida santa. Oré según sus palabras: «Amado Señor, quizás he juzgado mal a este músico y a su banda. Tal vez tú estás haciendo algo nuevo al usar la música que los incrédulos prefieren, para ganarlos. Señor, estoy dispuesto a regocijarme oyendo lo que tú predicas, de cualquier manera, de cualquier grupo, si tú estás presente en ello, si tu Espíritu Santo lo está bendiciendo».

Yo estaba honestamente cuestionando si mis escritos sobre la música de demonios en la casa de Dios eran sólo prejuicios pasados de moda o simplemente mi desagrado por la música rock. ¿Era solo un escándalo por nada? Sin embargo, algo no estaba del todo correcto. Había un tirón interno en mi corazón que me incomodaba. Razoné: «Si Satanás se camufla en esto de alguna manera, si hay una levadura del mal, será revelada. Satanás siempre se muestra de un modo u otro».

De pronto, el cantante gritó en el micrófono: «¡Jesús está viniendo! ¡Él va a romper los cielos! ¡Está listo!». La canción se llamaba «Crack the Skies» (Rompe los cielos). El humo emergió repentinamente del piso, el ritmo de la batería se volvió desenfrenado, las luces escalofriantes comenzaron a destellar y los músicos parecían fantasmas surgiendo de un turbio pantano. Era algo fantasmal, extraño. Y la multitud parecía salvaje; ellos parecían amar aquello.

Al principio, no podría creer lo que estaba viendo. Dije en alta voz: «¡Esto no puede estar sucediendo en un festival cristiano! ¡No pueden hacer esto a mi Jesús! ¡Esta gente está ciega! ¡Los líderes de los jóvenes no tienen discernimiento! Oh, Dios, ¿qué ha sucedido a tu iglesia, que los dirigentes y el pueblo no pueden ver la maldad de esta abominación?».

Súbitamente, caí en tierra, gimiendo en el Espíritu. Me senté y miré de nuevo al escenario. En el Espíritu, me horroricé con lo que vi. ¡Vi imágenes demoniacas levantarse de aquel lugar! ¡Oí la risa de Satanás, burlándose de todos los padres ciegos, los pastores ciegos, la juventud ciega, la iglesia apóstata! Era una manifestación abierta de Satanás, peor que cualquier cosa que yo hubiese visto jamás en las calles de Nueva York.

Permanecí de pie, sacudido literalmente por la ira de Dios. Entre la muchedumbre que gritaba, clamé a viva voz: «¡Icabod! ¡La gloria del Señor ha perecido!». Corrí entre la gente, empujando las sillas, clamando: «¡Icabod, esto es satánico! ¡Deténganse! ¡Dios está afligido!». Me ignoraron, tomándome tal vez por un lunático. Dudo si alguien sabía quién era yo. Los músicos no podían oírme, y la multitud era demasiado densa, impidiéndome acercarme al escenario. Deseé conseguir un micrófono y gritar como un Elías: «¡Esto es un vómito en la mesa del Señor! ¿Quiénes son sus maestros, que ustedes están tan ciegos, tan mundanizados, tan engañados? ¿Qué clase de blasfemia es ésta?».

¡No callaré sobre este asunto! ¡No permaneceré en silencio mientras multitudes de nuestros jóvenes cristianos están siendo engañados por la voz de lobos vestidos de ovejas! El verdadero amor exige que la verdad sea dicha.

Aquel músico me dijo que él había salido de las drogas, de la bebida, de la perversión sexual y del rock and roll cuando él fue salvado. Él cortó su afeminado pelo largo, dejó de vestirse como un exhibicionista, y comenzó a cambiar sus maneras. Un pastor lo había alentado a usar el rock para alcanzar a los jovencitos. Un maestro viaja en ocasiones con ellos, enseñándoles y animándoles en sus métodos malvados. Según su maestro, el rock llegará a ser «la música normal en todas las iglesias evangélicas».

Ahora es medianoche y no puedo dormir. No puedo parar de llorar interiormente. Me encierro con Dios en mi estudio, pidiéndole diligentemente que me muestre qué está sucediendo, porque hace horas vi a unos pocos miles de jóvenes cristianos, con las manos alzadas, pensando que alababan a Jesús, cuando lo más seguro es que era al diablo.

La iglesia –o lo que el hombre llama la iglesia–, ¿ha apostatado de tal manera que ya no hay discernimiento en absoluto? ¿Ha permitido Dios a algunos ocuparse en introducir prácticas diabólicas en el ámbito de la adoración?

Ahora pregunto: «¿Quién se atreve a enseñar a Jesús de esta forma, un Jesús que guiña el ojo al engaño? ¡Con qué descaro tuercen la verdad de Cristo! ¿Qué Jesús están predicando?».

(1987)

Las torres han caído… pero nosotros hemos ignorado el mensaje

En estos últimos días, la nación entera se ha estado preguntando, «¿Dónde está Dios en todo esto?».

Tenemos razón para hacer esta pregunta. Necesitamos entender dónde está Dios en esta calamidad. Y para ello, tenemos que confiar exclusivamente en su santa Palabra. Hemos oído centenares de opiniones de los expertos de los medios de comunicación y políticos. Pero toda su retórica suena igual. No hay una comprensión real del significado de esta súbita destrucción.

Una cosa puedo asegurarle: Dios no fue tomado por sorpresa. Él conoce los pensamientos de todos los seres humanos, incluso de cada gobernante, déspota y terrorista. El Señor supervisa los movimientos de cada persona en la masa entera de la humanidad. Él conoce nuestro sentarnos y nuestro levantarnos. Y puedo decirle, esta es una cosa segura: Dios tiene todo bajo control. Nada en la faz de la tierra tiene lugar sin su conocimiento, su consentimiento y, aun, sin su intervención oculta. (…)

Ministros y teólogos están diciendo por todas partes: «Dios no tuvo nada que ver con estos desastres. Él no permitiría tales cosas horribles.» Nada podría estar más lejos de la verdad. Este tipo de pensamiento está causando que nuestra nación rápidamente deje pasar el mensaje que Dios quiere darnos a través de la tragedia.

Como muchos pastores, me he afligido y he llorado por esta calamidad horrible. He buscado al Señor en oración y a través de su Palabra. Y, quiero decirle, he experimentado un pesar que es aún más profundo que el luto por la gente inocente muerta. Es un pesar que dice que si ignoramos el mensaje de Dios, si hacemos oídos sordos a lo que él está proclamando ruidosamente, entonces algo mucho peor nos está reservado.

Piense en esto: cuando nuestras asambleas públicas piden un momento de silencio, pensamos que es verdadero arrepentimiento. Cuando vemos a políticos que cantan «Dios bendiga a Norteamérica,» pensamos que nuestra nación se ha vuelto a Dios. Cuando vemos en eventos deportivos observar un minuto de silencio en el entretiempo, pensamos que es una experiencia espiritual.

¿Pero es esto todo lo que va a salir de nuestro reciente desastre? ¿Guardarán las personas un minuto de silencio en los estadios, para luego pintar sus cuerpos con colores salvajes, beber cerveza tras cerveza, y gritar como locos por su equipo favorito?

Como la mayoría de los norteamericanos, lloré cuando vi a senadores y líderes del congreso de pie en las escalinatas del Capitolio, cantando, «Dios bendice a Norteamérica… permanece con nosotros, y nos guía…» Mas, cuando yo estaba llorando, el Señor me recordó: «Muchos de los líderes que ves cantando han trabajado para dejarme fuera de la sociedad norteamericana. Están decididos incluso a quitar mi nombre de los libros de la historia norteamericana. Y han permitido el asesinato de millones de bebés a través del aborto.»

De repente, fui golpeado por la absoluta hipocresía de todos. Servimos a Dios de labios, pero continuamos deslizándonos en el fango de la inmoralidad (…)

En todo Estados Unidos, las personas están celebrando reuniones para «oración y recuerdo.» Es correcto y loable (y totalmente escritural) recordar a quienes han muerto. Pero, ¿por qué estamos nosotros tan temerosos para llamar también a reuniones de «oración y arrepentimiento?» Ahora mismo, la mayoría de los norteamericanos se concentra en el recuerdo y la venganza. Mas, ¿dónde está el llamado para volverse a Dios?

Si Dios no se compadeció de otras naciones que lo abandonaron, ¿por qué habría de perdonar a Estados Unidos? Él nos juzgará así como juzgó a Sodoma, a Roma, a Grecia y a cada cultura que lo desechó.

¿Cuál será el destino de nuestra nación si rechazamos el llamado de Dios para volvernos totalmente a él? ¿Qué pasará si los abortos continúan y se usan fetos para la investigación científica… si seguimos borrando el nombre de nuestro Salvador de la Historia norteamericana… si reconstruimos todas las cosas más grandes y mejores, sólo para enriquecernos más… si confiamos más en nuestro poderío armado que en el Dios todopoderoso?

Los fuegos devoradores subirán a los cielos. La oscuridad cubrirá la tierra. La economía será golpeada y se tambaleará. Y habrá discordia en la nación, en las comunidades, los barrios, las familias. Las gentes mirarán solo por sí mismas, en una lucha desesperada para sobrevivir. Y Dios te amparará si tú vienes a él (…)

Me fue dado un mensaje profético hace nueve años, y yo lo entregué a la Iglesia de Times Square el 7 de septiembre de 1992. Permítame compartirlo ahora con usted:

«Esta advertencia no es para asustarle. Solo significa para usted acercarse al Señor y orar. Esto es lo que creo que Dios me ha mostrado:

«Treinta días de castigo caerán sobre la ciudad de Nueva York como el mundo nunca ha visto. Dios va a derribar los muros. Habrá violencia inimaginable y saqueo. La violencia será tan feroz que conmoverá el mundo entero. Nuestras calles no serán vigiladas sólo con la Guardia Nacional, sino con el ejército.

«Mil fuegos arderán al mismo tiempo a lo largo de la ciudad. Los fuegos en Los Ángeles se confinaron a algunos sectores de esa ciudad, pero Nueva York estará ardiendo en todos sus distritos municipales. Times Square estará ardiendo, y las llamas ascenderán en el cielo y las verán por millas. Los carros de incendio no podrán controlarlos todos.

«Los trenes y autobuses se detendrán. Billones de dólares se perderán. Los espectáculos de Broadway se detendrán completamente. Los negocios huirán de la ciudad en una hemorragia imparable. Se esperan tales cosas en países tercermundistas, pero no en una nación civilizada como los Estados Unidos. Mas, poco tiempo después, la ciudad de Nueva York quebrará completamente. La Ciudad Reina caerá en la suciedad, volviéndose una ciudad de pobreza.

«Usted puede preguntar: ¿cuándo pasará todo esto? Todo cuanto puedo decir es que creo que yo estaré aquí cuando pase. Mas, cuando suceda, el pueblo de Dios no tendrá pánico ni temor.»

Han inundado nuestras oficinas las llamadas y mensajes, preguntando, «¿Era el ataque terrorista del 11 de septiembre la calamidad que usted estaba profetizando en 1992?» No es así. Lo que yo vi venir será mucho más severo. De hecho, si Estados Unidos rechaza el llamado de Dios para volverse a él, enfrentaremos los mismos juicios que Israel enfrentó. Y estos juicios no solo golpearán Nueva York, sino cada región del país. Ni siquiera el corazón del país será perdonado. La economía de la nación se derrumbará, y emergerá la violencia. Fuego consumirá nuestras ciudades, y los tanques retumbarán en las calles.

Creo que nuestra oportunidad de responder al llamado de Dios es breve. Todos debemos orar para que nuestra nación se arrepienta y vuelva al Señor. Pero nuestras más intensas oraciones deben ser por nuestros propios corazones:

«Señor, permíteme temer, no a los desastres, sino a tu Palabra. Quiero oír tu voz en todo esto. Muéveme a volverme totalmente a ti».

(Septiembre de 2001)

Un llamado a la angustia

Yo tendría dificultad para predicar este mensaje, si creyera que es mi propia carne la que me dice que lo haga. En los meses pasados ha habido momentos en que he ido al Señor diciéndole: Señor, ¿no me puedes dar un mensaje alegre? Tal vez Dios me esté hablando a mí, tal vez no sea para ti, pero es un llamado a la angustia. Señor, si tú no me ayudas, no puedo hacer esto. No puedo. Señor, ya estoy viejo para los juegos y la insensatez, y estoy cansado de la retórica sin significado, que nunca cambia las cosas. ¡Señor, solo ayúdame!

Hermanos, estoy cansado de escuchar sobre avivamientos, despertares, el derramamiento del Espíritu Santo de los últimos días; estoy cansado de oír a gente en la iglesia que quieren que sus seres amados se salven; estoy cansado de que la gente diga «estoy preocupado por mi matrimonio», cuando sólo es por hablar; es sólo retórica.

No quiero escuchar ya más de cuánto ha perdido Estados Unidos la moral, qué tan sin Dios está nuestra sociedad, lo corrupto de nuestros negocios. Estoy cansado de oír que el Islam está tomando el control y los cristianos quedándose sin poder, de cuán muerta se ha vuelto la iglesia; porque eso también es retórica insignificante. Basta de nuestros congresos de «Cómo lograr…», porque no logran nada. «Cómo tener una iglesia más grande… Cómo alcanzar a los perdidos… Cómo mejorar los talentos de tu gente… y cómo impactar al mundo de esta era de la computación».

Veo el escenario religioso de hoy y todo lo que veo son invenciones de ministerios de hombres y de la carne, la mayoría sin poder, sin impacto sobre el mundo; y veo que el mundo impacta más a la iglesia, que lo que la iglesia impacta al mundo. Veo la música tomando el control en la casa de Dios, veo el entretenimiento tomando el control en la casa de Dios. Hay una obsesión con el entretenimiento en la casa de Dios. Hay un odio hacia la corrección y hacia la reprensión; ya nadie quiere escuchar de eso.

¿Cuántas iglesias has visitado últimamente que cuando entras, el Espíritu Santo está tan fuerte que cada uno de tus pecados son expuestos delante de ti, la gracia amorosa de Dios? ¿Cuándo fue la última vez que fuiste a una iglesia y los jóvenes estaban bajo tal convicción porque el pueblo de Dios había estado sobre sus rostros, y había una agonía tal que los jóvenes estaban cayendo sobre sus rostros clamando a Dios porque había un espíritu de convicción que había sido enviado del cielo sobre ellos? ¿En cuántas iglesias has estado últimamente donde escuchaste una palabra que ardía en tu ser, y sabías que venía del cielo, del corazón de Dios?

¿Qué ha sucedido con la angustia en la casa de Dios? ¿Qué pasó con la angustia en el ministerio? Es una palabra que no escuchas en esta época tan mimada.

Angustia significa dolor profundo y ansiedad; es una emoción conmovedora que se convierte en un dolor interior agudo por las condiciones en ti o a tu alrededor. Angustia y dolor profundo, agonía del corazón de Dios. Nos hemos aferrado a nuestra retórica religiosa y nuestras conversaciones de avivamiento, pero nos hemos vuelto tan pasivos, nuestros «despertares» sólo son meneos y duran poco tiempo. Y cuando vienen esos pequeños despertares de parte de Dios, en medio de ellos le decimos a Dios que nunca regresaremos a nuestra pasividad; pero no pasa mucho tiempo, cuando ya estamos de vuelta más atrás en nuestra pasividad que cuando empezamos.

Hablo esto por experiencia. Decimos: «Esta vez, Dios, me has tocado de por vida; ya nunca seré igual», y son como juegos pirotécnicos, mucho estruendo, mucho ruido, y luego muere.

Toda pasión verdadera nace de la angustia, toda verdadera pasión por Cristo nace de un bautismo de angustia. Vas a la Escritura y encontrarás que, cuando Dios estaba decidido a arreglar una situación arruinada, buscaba un hombre de oración y lo llevaba a las aguas de la angustia (…)

Hay una gran diferencia entre angustia y preocupación. El preocuparse es algo que tiene que ver con lo que te interesa, un proyecto por el cual te preocupas, algo que toma tu atención y normalmente viene a través de un estímulo emocional. Puedes hablar de ello, puedes publicarlo, apoyarlo, organizarlo, ponerle mucho esfuerzo. Pero déjame decirte algo que he aprendido en mis cincuenta años de predicar. Si no es nacido en angustia, si no es nacido por el Espíritu Santo…

He estado alrededor del mundo escuchando el clamor de pastores muertos y vacíos, y escuchar: «No he orado en meses». Y yo sé que un sermón no hará que funcione, ni una revelación, ni un pacto lo hará, hasta que esté en agonía, hasta que haya sido angustiado por ello.

Donde quiera que voy, alguien tiene un proyecto, un plan o un sueño, es todo lo que es, una idea. No vinieron a mí con un corazón quebrantado, no vinieron a mí después de horas de ayuno y oración, ni un corazón quebrantado. Es sólo una idea; estoy harto de eso. ¿Sabes?, una vida de oración verdadera comienza en un lugar de angustia, en un lugar donde son tomadas decisiones de por vida. Si tú dispones tu corazón a orar, Dios va a venir y va a compartir su corazón contigo, va a abrir su corazón.

Y te voy a decir, hay dolor en su corazón, pero Él ve, y te va a mostrar la condición de su iglesia, te va a mostrar la condición de tu propio corazón y te va a hacer una pregunta: «¿Cuánto te importa? ¿Cuánto?». Y ese siervo en angustia tiene que tomar una decisión.

O te levantas de tu lugar de angustia, te sales de las aguas bautismales de la angustia y dices: «No soporto esto, apenas puedo con lo que tengo, no lo quiero. Dios tengo suficiente, sólo quiero ser un cristiano ordinario. No quiero llevar este tipo de carga, no quiero llorar más por mi familia. O, «Señor, lo voy a tomar por fe»…

Y cuando tú comienzas a buscar su rostro, y le permites derretirte y quebrantarte, llegas a tal comunión con el Señor, y de esa experiencia, verán… Dios no nos llama a vivir en angustia. Eso es solo la gestación de algo que Dios está queriendo lograr, y de la ruina traer restauración a tu familia o en lo que sea.

Tenemos una nación, una iglesia llena de expertos en diagnósticos. Prácticamente cualquiera te puede decir qué le sucede a la iglesia hoy en día, y ahora están saliendo con encuestas y estadísticas, que te pueden decir cuántos paganos hay en China. Te pueden dar encuestas y gráficos, pero no tienen ni la menor idea. Tienen todos estos libros de «cómo hacer tal cosa», y no oirás ni una palabra acerca de la angustia, ni de lágrimas, ni de quebrantamiento. No oirás de eso.

Yo sé ahora que no va a haber ni una renovación, ni un avivamiento, ni un despertar, hasta que estemos dispuestos a que, una vez más, nos quebrante (…)

Cuando predico así a veces, todo se pone muy quieto y me da el sentir que… Señor, quiero que la gente sea feliz. Amados, se está haciendo tarde y la cosa se está poniendo seria. Por favor no me digas… no me digas que estás preocupado, no me digas que quieres que tus seres amados sean salvos, cuando estás pasando horas en internet o en la televisión. No sé cómo terminar esto. Dios ayúdame,tengo el sentir que tal vez esto no es para toda la congregación. Pero él está hablando a algunos muy profundamente, está hablando a tu corazón como al mío, tal vez tú no necesitas tanta oración como yo, pero te imploro, te ruego. Yo necesito oración.

(2009)

Mensaje a los pastores

Algunos jóvenes pastores vienen a mí pidiendo: «¿Puedo tener unos 15 minutos con usted, solo para descubrir cómo Dios lo ha usado a usted?». Ellos leyeron el libro, vieron la película u oyeron un mensaje que les habló más claro de lo que yo podría. Me gustaría ocupar esos quince minutos con ustedes ahora.

Tengo 79 años de edad, prediqué por 58 años, y pasé por muchas cosas, pero solo quiero conversar con ustedes. No preparé ningún sermón, pero creo que mi corazón está preparado para compartir algunas cosas con ustedes.

Ayer, cuando estábamos orando unos por otros, un joven pastor y su esposa pidieron oración, y yo dije: «¿Ustedes podrían resumir en una palabra lo que han estado pasando?». Y ellos dijeron: «Desánimo». No estaban depresivos; estaban desalentados. Quiero hablarles de lo que aconteció conmigo, porque mi corazón quedó muy conmovido.

Yo pastoreaba una pequeña iglesia en Pennsylvania, un pueblito de cerca de 1.000 personas. La iglesia tenía unas cien personas, eran personas buenas, agricultores, mineros. Yo les amé y serví como pastor allí por cinco años. Pero en el quinto año, algo ya crecía dentro de mí. Y veía los mismos rostros, teníamos una hermosa casa cercana a la iglesia, y teníamos lo suficiente para continuar la vida, entonces yo hacía lo que la mayoría de nosotros hace: tenía mi tiempo devocional, leía mi Biblia, en especial para tener qué predicar, y ocasionalmente leía para intentar aproximarme al corazón del Señor.

Yo no era un hombre instruido, tuve apenas un año de escuela bíblica. Pero yo vengo de una familia de pastores y predicadores. Mi padre me enseñó a orar buscando el rostro de Dios. Él decía: «David, existen solo 24 horas en un día; eso era todo lo que Elías tenía, y él oró. Tú puedes orar como Elías. Dios siempre abre camino para los hombres de oración». Yo fui enseñado a orar ya en la adolescencia.

Entonces empecé a buscar el rostro de Dios, y cuando tú empiezas a hacer eso, el diablo va a traer una serie de interrupciones. Tú recibirás llamadas telefónicas como nunca antes, él hará todo lo posible para apartarte del lugar de oración.

Creo que tú necesitas hallar un lugar a solas con Dios, donde tú vas y sabes que te encontrarás con él. Ese es su lugar, el lugar donde Dios hará tierra santa. El mío era entrar en el auto e ir a una colina donde mi esposa lo podía ver. Yo entraba en el bosque y decía: «Señor, voy a fijar mi corazón, voy a buscarte. Yo no estoy satisfecho». Llevaba mi Biblia, y decía: «Señor, no estoy buscando una palabra para un sermón; estoy buscando tu corazón». Y me quedaba allí por semanas. Si alguien venía a mi casa, mi esposa le señalaba el auto.

Cuando empiezas a buscar a Dios, a buscar su rostro, cuando ayunas y oras por alguien, creo que eso es importante y necesario. Pero debe haber un momento en el cual tú dices: «Señor, yo necesito conocerte». Necesito conocer el toque de Dios, necesito tener algo más de aquello que tengo.

Yo no estaba orando por el ministerio, no estaba orando por cualquier cosa. «Dios, usa mi vida. Tú me llamaste cuando yo era apenas un niño. Hay más que esto. Esto no es pentecostés. En Pentecostés, miles fueron salvos, y había frutos, bendiciones del Señor, y yo no las tengo. Yo he predicado sermones secos».

Recuerdo lo que me dijo un gran profeta, Leonard Ravenhill, un querido amigo. Él era uno de mis compañeros, y editor de nuestra revista. Y discurríamos sobre eso, sobre la urgencia de orar y ayunar buscando el rostro de Dios.

Y él dijo: «David, voy a decirte cuál es el verdadero problema de la iglesia de Jesucristo: Los predicadores no oran». Él dijo entonces: «David, dondequiera que yo vaya, dondequiera que predique, yo hablo sobre eso, que los predicadores no oran. Entonces los altares se llenan y confesiones son hechas, personas reconociendo que no oran. Algunos dicen: ‘Yo no oro hace meses’, otros ni aun creen que la oración aún funciona, pues ellos no ven respuestas inmediatas».

Tú te sientes desalentado, tú viniste desalentado. Si yo pidiese que levantaran sus manos, decenas de manos se levantarían. Habría esposas de maridos que están en el ministerio, que encaran problemas y desesperación, y aun así ustedes no permiten que Dios dirija sus corazones. Algunas de ustedes que están aquí ahora, eran guerreras de oración. Ustedes buscaban el rostro de Dios; cuando había problemas en la iglesia. Y Dios les respondía.

Y ahora, permítanme decirles, con amor, algunas de ustedes están plantadas de frente al televisor asistiendo al programa «Ídolos», y ustedes saben más de la disputa de ese programa que de lo que ha sido hecho por el Espíritu Santo en la iglesia. Y ahora les pregunto, por el Espíritu Santo, a las madres de Sion, ¿dónde estaban ustedes en la noche del sábado antes del culto? ¿A qué estaban asistiendo? ¿Dónde está su corazón? ¿Cuánta es la frialdad? En ese pequeño tiempo que tú das en oración por tu marido, por la iglesia y por tu familia, ¿dónde está la carga del Señor? (…)

Creo que todo ministerio verdadero nace de una intimidad con Dios, creo que el Espíritu Santo está siempre sondeando. Dios está siempre dirigiendo, por su Espíritu. Y él va a usar a aquellos que nunca conocieron el fluir del Espíritu Santo. Y él puede traer a ti algo mucho más allá de lo que tú hayas concebido en tu mente, como Dios puede usarte.

Yo fui a Nueva York pesando 53 kilos, sin instrucción. Pero había algo que vino de aquella intimidad con el Señor, y era el espíritu de fe, que vino a través de la lectura de la Biblia. Yo no oraba por la fe, la fe vino por el oír. Basta que tú leas la Palabra, y ella vendrá. No tienes que descubrir una forma, es solo leer, y vendrá.

Dios dirigió mi corazón nuevamente cerca de 23 años atrás, yo estaba en las calles de Nueva York predicando nuevamente. Yo vi el pecado y la degradación de la calle 42 de Times Square, Broadway, y el Espíritu Santo susurró a mi corazón: «Vuelve a orar y busca mi rostro, como hacías al comienzo». Y yo estipulé aquel periodo de calidad y comencé a buscar su rostro y a clamar delante del Señor. Entonces volví a Nueva York cerca de un año después, con el mismo pensamiento.

El Señor dijo: «Quiero que levantes una iglesia en Broadway, que sea visible, pues quiero usarla para los últimos días». Dios oyó nuestras oraciones y nos dio uno de los más bellos teatros de los Estados Unidos, y me dijo claramente que él abriría los altares si tuviésemos fe, y si creyésemos que toda vez que estuviésemos en aquel púlpito sobre la unción del Espíritu Santo, las personas siempre vendrían al altar.

Nosotros tenemos lo que yo llamo «altares abiertos», y hemos visto su fruto. Pero, mirando hacia atrás, yo pienso que esa iglesia no estaría aquí tocando el mundo, si yo hubiese desobedecido la palabra del Espíritu Santo, como fue dicho a Pablo y Bernabé en Antioquía: «enviados por el Espíritu Santo». Yo sé que el Espíritu Santo me envió allá, y sé que eso vino a través de la intimidad con Dios.

No voy a hablar mucho más. Estoy hablando como un padre. Oigo al Espíritu Santo hablar conmigo como un padre habla con su hijo o su hija. Necesitamos volver a buscar el rostro de Dios. ¡Es urgente! Yo veo a jóvenes pastores ‘twitteando’, veo toda esa tecnología, veo a mujeres, hombres, y especialmente jóvenes tecleando todo el tiempo. Hablo en serio sobre esto. Tú gastas más tiempo con tu tecnología que con el Espíritu Santo.

Estoy hablando desde el Trono ahora. Probablemente una de las cosas más peligrosas que ha acontecido a esta generación, hay muchas cosas buenas que vienen de ella, pero yo veo toda esta tecnología nueva y veo cristianos haciendo filas por horas, solo para tener acceso al más reciente lanzamiento. Esto te está apartando del lugar de oración, apartándote de fijar tu mente en las cosas eternas.

Bueno, tú podrás decir: «Yo ocupé cierto tiempo en oración esta mañana, leí mi Biblia». ¡No! Yo te estoy diciendo, implorando, por el poder del Espíritu Santo. Pablo decía que su predicación era resistida por algunas personas. Sé que ese espíritu de desaliento que está sobre algunos de ustedes, va a empeorar, hasta llevarles al límite de la desesperación, aunque ustedes hagan una especie de ayuno de la tecnología.

Estoy diciendo que algunos de ustedes están tan ligados a sus tecnologías, a Facebook o todo tipo de relaciones, y gastando mucho tiempo en ello. Cuando tú no tienes una mente libre, tienes todas estas cosas entrando y moviéndose en tu mente, todos esos mensajes para actualizar, manteniéndote ocupado. Entiende esto como un llamado del Espíritu Santo. Medita en eso. Tú tienes tiempo para aquello, pero no tienes tiempo para la oración.

Esto sigue golpeando en mi corazón, de aquel profeta, el hermano Ravenhill: «Los predicadores no oran». Esto no es una acusación. Esto viene de un hombre que conocía al Padre y oraba como pocos hombres que he conocido. Vuelve a ayunar. El pastor Carter llama al ayuno de tres días por tres o cuatro veces al año. Si tú quieres saber los secretos de lo que Dios está haciendo, es a través de la oración y del ayuno. En el tabernáculo de Brooklyn, dos mil o tres mil personas se reúnen para orar y ayunar.

Diseña un círculo apretado y busca a Dios dentro de ese círculo. Jesús diseñó un pequeño círculo alrededor de lo que él fue llamado a hacer por su Padre. Una persona vino a él pidiendo ayuda con un problema con su hermano, pidió oración o consejo, y Jesús dijo: «No; eso no es parte de mi llamado».

Muchos de ustedes tienen un círculo tan grande, que no logran hallar tiempo para orar. Y si tú aprietas tu círculo y comienzas a decir «No» a algunos hombres a tu alrededor, especialmente si tú tienes múltiples tareas todo el tiempo… En mi vida, yo diseñé un círculo y quedé dentro de este círculo, y aprendí a decir «no» a cualquier cosa que me robase el tiempo del Señor… Pero siento de nuevo aquel llamado urgente, pues algo está por acontecer.

En breve, todo lo que puede ser movido, será movido, pues el Señor lo prometió. Todo lo que he profetizado en los últimos 30 años, está a las puertas. Estamos encarando ahora la palabra final del Señor. ¡Prepárate para encontrarte con Dios!

(2010)