1ª Epístola de Pedro.

Lectura: 1ª Pedro 1:3-12; 5:10-11.

El compromiso

Hermanos, ¿se dan cuenta de que nuestras almas necesitan ser salvadas? ¿Nos hemos dado cuenta que después que nacimos de nuevo aquello que más problemas nos causa es nuestro propio yo? Nuestro peor enemigo no es Satanás; nuestro peor enemigo es nuestro yo. El capítulo 7 de Romanos nos narra este conflicto, la guerra civil en el interior de una persona: «El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? ¡Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro!».

Aquí no se trata de la experiencia de un incrédulo; es la experiencia de un creyente. Un creyente que fue salvo necesita ser salvo constantemente, y aún será salvo.

Cuando nuestro Señor estuvo en la tierra, él dijo muchas veces a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará» (Ver Lucas 9:23-24). La palabra vida, empleada en la traducción portuguesa de este versículo es la misma palabra alma en el original griego. Este versículo, traducido correctamente, de acuerdo con el original griego, debería decir: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su alma, la perderá; y todo el que pierda su alma por causa de mí, éste la salvará». Si tú tratas de salvar tu alma hoy, vas a perderla; no es de este modo que podrás salvar tu alma. Si estás dispuesto a perder tu alma, entonces la salvarás.

Emociones

¿Qué significa tratar de salvar tu alma hoy? Como hemos dicho antes, el alma es el lugar de tu personalidad, es aquello que tú eres. Tus emociones expresan tu persona. Tú amas por sentirte bien, y odias al sentirte herido. Estos sentimientos te representan a ti mismo. ¡Y cómo nosotros, los creyentes, aún satisfacemos nuestras emociones! Nuestras emociones aún expresan y representan a nuestro yo. Nuestra alma no representa a Cristo, y por esta razón es que nuestro Señor dice en Lucas 14:26: «Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo».

En otros versículos donde está escrito: «Si alguno no aborrece…», eso no significa amor natural u odio natural. ¡De ninguna manera! El Señor está intentando salvar nuestras almas. En lo que se refiere a tu vida emocional, tú debes estar dispuesto a perder tu alma. Tú vas a amar, no por causa de ti mismo; vas a aborrecer, no por haber sido herido, sino que vas a amar porque el amor de Dios te constriñe, y vas a aborrecer porque eres conducido a aborrecer aquello que Dios aborrece.

Amor y aborrecimiento son cosas neutras. Si tú amas aquello que debería ser amado, está correcto; pero si amas aquello que deberías aborrecer, entonces ese amor es errado. De la misma forma, estarás incurriendo en error si odias o aborreces aquello que debería ser amado. Amor y odio son sólo palabras; son neutros. Dios ama a los pecadores, mas aborrece el pecado.

Nosotros necesitamos salvación en nuestra vida emocional. Necesitamos ser tratados profundamente por la cruz hasta llegar al punto en que no reaccionemos de acuerdo con nuestros propios sentimientos, sino de acuerdo con aquello que Dios siente. Es de ese modo que podemos amar verdaderamente a los hermanos; no hay otra manera de amar a los hermanos.

Amados, ¿cómo podemos amarnos unos a otros? ¿Qué es el amor fraternal? Amor fraternal significa simplemente que tú puedes amar a alguien porque él es tu hermano. No lo amas por aquello que él es, ni aun por lo que él te hace a ti. Lo que te motiva a amarlo no es el hecho de que él sea o no una persona amable, ni porque tenga muchas cualidades o defectos. ¡No! No lo amas por el hecho de que ambos congenien bien. ¡De ninguna manera! Amar a los hermanos significa a amar a todos los hijos de Dios independientemente de cualquier otra cosa.

¿Pero cómo puedes lograr eso sin que tu vida emocional sea tratada? Si nuestra vida emocional no fuese tratada, amaríamos solamente a aquellos a quienes amamos naturalmente, y odiaríamos a aquellos a quienes odiamos naturalmente. Y, al hacer eso, nuestra alma se sentirá satisfecha. Pero, cuando tú tratas de satisfacer el ego de tu alma, tú pierdes tu alma. Tú la ganas por un poco de tiempo, pero realmente la estás perdiendo. Por otro lado, si estás dispuesto a tener tu vida emocional purificada por medio de la cruz, entonces niégate a ti mismo.

Negarse a sí mismo

¿Qué significa negarse a sí mismo? Algunas personas piensan que negarse significa controlarse; suponen que significa auto controlarse, controlarse a sí mismo. Este modo de pensar es incorrecto, pues al controlarte a ti mismo, eres tú quien tiene el control aún. Sin embargo, negarse a sí mismo significa no tomar conocimiento de sí mismo.

La mejor forma de explicar esto es usando una ilustración, el ejemplo de Pedro, o mejor, el ‘contra-ejemplo’ de Pedro. Pedro negó al Señor tres veces. Él dijo: ‘Yo no lo conozco. ¡Yo no conozco a ese Jesucristo!’. Por otro lado, si Pedro se hubiese negado a sí mismo, él habría dicho: ‘Yo no conozco a Pedro. ¿Quién es ese Pedro, a fin de cuentas?’. Mas él negó a la persona errada, él negó a Cristo.

Amados hermanos, nosotros cometemos a menudo el mismo error. Nosotros deberíamos negarnos a nosotros mismos. Cuando afloran nuestras emociones, nos deberíamos preguntar: ‘¿Quién eres tú? ¡Yo no te conozco! No tengo motivo alguno para agradarte; no tengo razón alguna para acceder a tus demandas. ¡Yo no te conozco!’. Y cuando te estés negando a ti mismo, entonces, el Señor te dirá: «Toma tu cruz, y sígueme».

Negarse a sí mismo es una cuestión relacionada con tu voluntad, es una decisión; entretanto, tomar la cruz es una cuestión relacionada con la experiencia diaria. Todo lo que Dios espera de nosotros es que estemos dispuestos a nosotros mismos, que no satisfagamos nuestro ego. Si tú estás dispuesto a negarte a ti mismo, a no satisfacer tu yo, entonces el Espíritu Santo ordenará las circunstancias de tu vida de modo que tú tengas que tomar la cruz.

Tú no debes tratar de producir ‘cruces’ para ti mismo; tampoco debemos intentar crear ‘cruces’ para nuestros hermanos y hermanas. Ellos ya tienen sus propias cruces, y eso no es poca cosa. Hay suficientes personas en el mundo ‘fabricando cruces’; mas no debe ser así, dejemos que el Espíritu Santo provea las cruces. Con todo, hay un requisito: eres tú mismo quien tiene que negarse, no satisfacer tu ego.

Hermano, yo puedo asegurarte que si no te niegas a ti mismo, no tendrás cruz alguna para cargar. ¿Por qué? Porque siempre que aparezca una oportunidad de tomar la cruz, tú vas a desviarte de ella.

Una mente dispuesta a sufrir

Pedro dice: «Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento…» (4:1). Es verdad, negarse a sí mismo, no satisfacer el yo, implica sufrimiento. Si tú quieres negarte a ti mismo, entonces tu ego va a sufrir, pues tú no vas a agradarlo, no vas a ceder a sus deseos ni a satisfacer sus demandas. Mas, si tú quieres, de hecho, negarte a ti mismo, te dispondrás a eso. Y, por esa razón, necesitas estar dispuesto a sufrir. Y si estás dispuesto a sufrir, el Espíritu Santo va a proveer cruces para que puedas cargar, y te será concedida la gracia de Dios para que cargues esas cruces.

A veces, hay personas a quienes tú odias o aborreces. No pienses que los cristianos no odian. Tenemos que reconocer que hay creyentes que no han sido totalmente libres del odio. Supongamos que tú odias a una persona. Es posible que tengas un motivo para ello o, quién sabe, tú mismo eres el motivo. Tú siempre tendrás un motivo. Pero cierto día el Espíritu Santo comienza a señalarte que tú tienes ese odio en tu corazón. ¿Qué vas a hacer? ¿Estás dispuesto a confesar al Señor que no logras dejar de odiar a aquella persona? ¿Estás dispuesto a admitir que no odiar a esa persona sobrepasa tu capacidad?

Si la voluntad del Señor es que tú ames, entonces pide a Dios que él retire ese odio y llene tu corazón de amor, de manera que tú ames a aquella persona en vez de odiarla. Al hacer eso, verdaderamente, tú estarás, de alguna forma, renunciando a tus derechos, pues tú piensas tener el derecho de odiar. Si estás dispuesto a ser tratado de esta forma, descubrirás que tu corazón no va a quedar cada vez más empequeñecido, o más amargado, casi al punto de corroerte por dentro; al contrario, tu corazón se ensanchará. De esta forma, la salvación de tu alma llega hasta ti. Tú estás salvando tu alma.

Supongamos, por otro lado, que tú amas a una persona, pero el Espíritu Santo empieza a hablar a tu corazón diciendo: ‘Este amor no está correcto; no es de esa forma que tú deberías amar’. Por esta causa, tú empiezas a luchar delante del Señor, pero sientes que simplemente no puedes dejar de amar a aquella persona. ¿Estás dispuesto a negarte a ti mismo, a desagradar tu ego y decir: ‘Señor, si yo no debo tener este amor, entonces, dame la gracia para que pueda entregar todo en tus manos’? ¿Piensas que al hacer eso estarás perdiendo tu alma? Sí, por otro lado, tú ganarás tu alma, porque el amor de Dios llenará tu corazón.

Nuestra vida emocional necesita ser purificada; así nuestra alma podrá ser salva.

Intelecto

Todo esto también es verdadero en lo que se refiere a tu vida mental, tu vida psicológica, intelectual. Hay muchas fortalezas del enemigo edificadas en nuestras mentes, las cuales se oponen a Dios, de manera que la luz de Dios, la palabra de Dios, no pueda penetrar en nuestras mentes. Pablo dice que todas estas fortalezas deben ser destruidas y llevadas cautivas a Cristo (2a Cor. 10:5).

Entre los cristianos hay tantas barreras mentales, tantos pensamientos y prejuicios que impiden la penetración de muchas verdades de Dios. Estas son las fortalezas del enemigo – los razonamientos del hombre. Nuestro Señor dijo a Pedro: «¿Por qué piensas en las cosas de los hombres y no en las cosas de Dios?». Pedro creía que estaba pensando en las cosas de Dios cuando dijo al Señor Jesús: «Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca». Él pensaba que al decir eso estaba haciendo algo bueno, pero el Señor dijo: «Esa es la mente carnal, no es la mente del Espíritu».

Nosotros necesitamos tener nuestra vida mental purificada.

La vida de la voluntad

Todos nosotros somos personas que tenemos una voluntad fuerte. Aunque algunos de nosotros tengamos una voluntad más fuerte que otros, todos tenemos una voluntad fuerte. A menudo algunas personas suelen decir: ‘Dios usa sólo a las personas que tienen una voluntad firme’. ¿Pero es verdad esto? Si tú eres una persona de voluntad débil, ¿qué puede hacer Dios por ti? Sin embargo, me gustaría decirte algo: Una persona puede tener una voluntad fuerte en todos los sentidos; pero cuando se trata de hacer la voluntad de Dios, todos nosotros somos débiles, no hay quien tenga una voluntad fuerte.

Nuestra voluntad necesita ser purificada. A veces, Dios tiene que llevarte a un punto en el cual tendrás que escoger: ‘No sea hecha mi voluntad, sino la Tuya’. Hacer eso nos hiere; somos heridos cuando nuestra voluntad no es hecha. Pero es así que la salvación de tu alma llega hasta ti.

Pastor y Obispo de nuestras almas

La primera carta de Pedro nos dice que hay una salvación que está en marcha hoy – la salvación de nuestras almas. Nosotros debemos confiarnos a esa salvación. Necesitamos volvernos al Pastor y Obispo de nuestras almas – Jesucristo.

Jesús es nuestro Pastor. Todos nosotros amamos el Salmo 23, ¿pero sabías que hay una condición implícita en el Salmo 23? En su inicio está escrito: «El Señor es mi pastor». Pero decir: «El Señor es mi pastor» significa que yo, como una oveja, estoy comprometido con él, tengo el compromiso de seguirlo adonde él me conduzca.

¿Conocemos al Señor como Pastor de nuestras almas? Él es el Salvador de nuestros espíritus, pero también es el Pastor de nuestras almas. Tú necesitas rendirte a él, entregarte a él, para que él pueda conducirte. Él te conducirá a verdes pastos; él te deleitará junto a las aguas de reposo. Él restaurará tu alma, y a veces te conducirá al valle de sombra de muerte. Su vara y su cayado te confortan. La palabra confortar, alentar, no significa simplemente dar una palmadita en la espalda y decir que todo está bien. No, confortar significa fortalecer.

Nuestro Señor es el Obispo, o supervisor, de nuestra alma. ¿Quieres entregarle tu alma y dejar que él sea el supervisor de ella? ¿O prefieres continuar cuidando tú mismo de tu alma? Si aún estás tratando de cuidar tu alma, vas a perderla, pero si se la entregas a él, él se encargará de tu alma, va a velar por ella, va a cuidar de ella.

Consumación

La consumación se resume en lo siguiente: Cristo padeció, y después de eso entró en la gloria. Por tanto, nosotros vamos a sufrir por un poco de tiempo, pero la gracia de Dios va a fortalecernos, sostenernos y afirmarnos para que podamos entrar en la gloria eterna.

Amados hermanos, la salvación del alma es algo que está ocurriendo hoy. Tu alma está en proceso de transformación. Ella está siendo transformada de gloria en gloria, hasta que un día tú estarás conformado a imagen de Cristo. Él conducirá muchos hijos a la gloria, y allá tú heredarás el reino con él. Esa es la consumación.

Recordemos siempre estas palabras de Pedro: «Esta es la genuina gracia de Dios; estad firmes en ella». No hay anormalidad alguna; ustedes están en el camino verdadero. Basta mantenerse avanzando, confiando en su gracia. Es la gracia del Señor la que les ha dado todas estas pruebas, y su gracia es suficiente para suplir todas sus necesidades.