Dios está determinado a trabajar en nuestras vidas, y no se detendrá hasta que más y más de Cristo sea visto en nosotros.

…para que andéis como es digno del  Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en  el conocimiento de Dios, fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de  su gloria…» (Col. 1:10-11).

La contemplación de Cristo

Si queremos glorificar a la Cabeza, hay una  primera gran necesidad – la contemplación de la gloria de Cristo. Este asunto  ha perdido lugar en la cristiandad. Somos un pueblo excesivamente atareado, y  eso nos ha hecho perder la contemplación de Cristo.

Por  increíble que parezca, podemos perder la contemplación de Cristo por causa de  la obra de Cristo. Es un riesgo siempre presente. Por eso, Pablo ora en Efesios  capítulo 1, pidiendo «espíritu de sabiduría y de revelación». Si  perdemos a Cristo de vista en la obra de Cristo, en la iglesia de Cristo, lo  perdemos todo.

Filiación y sacerdocio

En  una ocasión anterior mencionamos las maravillosas palabras del Señor Jesús a  María Magdalena: «No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a  mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro  Dios». «Mi Padre», era la exclusividad del Señor Jesús. Era su Padre  y solo de él, del Hijo eterno. Y ahora él agrega: «…y a vuestro Padre».

El  Señor Jesús introduce aquí un concepto nuevo. Él nunca había tratado antes a  sus discípulos de hermanos; ellos no eran sino sus discípulos, sus siervos, sus  amigos. No había comunión de naturaleza. Pero ahora llegó el día. Él se ofreció  en el Calvario; su costado fue herido, y de allí brotó sangre y agua – sangre  para redención y agua para regeneración.

Ahora,  por causa de la sangre y del agua, que hablan de su obra completa, podemos ser  participantes de la naturaleza divina. Ahora él puede llamarlos hermanos, y  puede traer a su Padre a ser «vuestro Padre» y a su Dios a ser «vuestro  Dios». Esto resume el mensaje de toda la Biblia – la línea de la filiación  y la línea del sacerdocio. Nosotros servimos a Dios como sacerdotes, y amamos a  Dios como hijos. ¡Qué privilegio!

Santificación

Cuando  Pablo ora en Colosenses, su oración es una lucha. ¿Y cuáles eran los objetivos  de su oración? En primer lugar, «…pedir que seáis llenos del conocimiento de  su voluntad». ¡Qué necesidad es ésta, hermanos! Dos veces, en esta oración  de Pablo, aparece la expresión «llenos del conocimiento» o conocimiento  pleno (epignosis). Versículo 9: «conocimiento de su voluntad», y  versículo 10: «conocimiento de Dios».

Este  es un asunto muy práctico. ¿Cómo podemos llegar al pleno conocimiento de Dios?  Dando pasos de obediencia, de acuerdo con la luz que tenemos del conocimiento  de su voluntad. Nunca podremos llegar al pleno conocimiento de Dios si no  estamos respondiendo individual y corporativa-mente a aquello que de Dios nos  ha sido revelado como Su voluntad.

La  voluntad de Dios tiene un aspecto general y un aspecto particular. ¿Cuál es la  voluntad general de Dios? 1ª Tesalonicenses 4 lo resume así: «…pues la  voluntad de Dios es vuestra santificación» (4:3). Y, ¿qué es la  santificación? Nuestro Señor Jesús es el Santo, y ser santos es volvernos  parecidos a Cristo. Santificación es Cristo formado en nosotros. Hebreos dice  que, sin santidad, «nadie verá al Señor». Entonces, si él no fuese  formado en nosotros, no podríamos verle cara a cara.

También  Romanos 8:28-30 expresa esa voluntad general de un modo muy amplio. Pablo  comienza su oración en el pleno conocimiento de su voluntad. Y Romanos 8:28  dice: «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a  bien». Este bien no es nuestro bienestar – es el bien que es el  propósito de Dios. «…esto es, a los que conforme a su propósito son  llamados».

El  bien de Dios es el propósito de Dios. «Porque a los que antes conoció,  también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo,  para que él sea el primogénito entre muchos hermanos» (v. 29). ¡Qué  propósito maravilloso! Todo está cooperando para esto.

Hermano,  ¿estás contento de ser quien eres? Por un lado, sí lo estamos, pues somos hijos  y siervos de Dios. Mas, por otro lado, no estamos contentos con nosotros  mismos. ¿No es verdad? «Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el  bien… ¡Miserable de mí!».

¿Qué  es lo que estamos esperando? En la vida cristiana hay una tensión, expresada en  1ª Juan capítulo 3, entre el «ahora» y el «aún no». Vean cómo lo  dice Juan: «Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados  hijos de Dios» (3:1). De hecho, ya somos hijos de Dios. Eso es el ahora.

«Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que  hemos de ser» (v. 2). Y, ¿qué es lo que hemos de ser? «…semejantes a él, porque le veremos  tal como él es». Entonces, ¿qué es lo que hacemos ahora? Juan nos continúa  enseñando. «Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí  mismo» (v. 3). ¿Cuál es esta esperanza? Ser como él es. Entonces, cuando  estés atribulado, no murmures, no reclames, pues todas las cosas cooperan para  el bien del propósito de Dios.

Formando el carácter

Hebreos  capítulo 12, hablando sobre la disciplina del Padre, dice así: «Hijo mío, no  menosprecies la disciplina del Señor», pues él nos corrige como a hijos. «Porque  ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina?». Y él dice: «…habéis  olvidado». ¿Qué cosa? Que él corrige a quienes ama.

Cuando  Dios comienza a corregirnos, nuestra primera tendencia es cuestionar su amor.  ‘Oh, Dios no me ama. Vean mi estado, mi condición: sufrimiento, privaciones,  dolores. Eso no puede ser el amor de Dios’. Sin embargo, en Su amor, él está  regulando todas las cosas.

Sí,  hay sufrimientos que son resultado de nuestros pecados. Cuando sembramos para  la carne, de ella segamos corrupción. Pero hay algo aún más verdadero: Dios es  capaz incluso de usar nuestros propios errores para corregirnos, así como  nosotros hacemos con nuestros hijos de modo imperfecto. Hebreos dice que  debemos estar en sumisión al Padre de los espíritus, y entonces viviremos.

David  pecó horriblemente; ofendió a Dios, contristó al Espíritu Santo y cosechó el  resultado de sus pecados en su propia casa. Pero aún así, el Señor usó todas aquellas  circunstancias para hacer de David un hombre según Su corazón. Dios está  determinado a trabajar en nuestras vidas, y no va a parar hasta que más y más  de Cristo sea visto en nosotros.

No  se engañe, hermano; no mire a las circunstancias. Mire a la mano que sostiene  la daga. Ella toma la daga y hace una obra maravillosa, dividiendo el alma del  espíritu, las coyunturas y los tuétanos, escudriñando los pensamientos y los  propósitos del corazón. Esa es la determinación de Dios.

Sacrificio vivo

Imaginen  si el sacerdote preguntara al animal del sacrificio: «¿Tú quieres morir?». ¿Qué  diría el animal? Y si el sacerdote dijese: «Después que tú mueras, te arrancaré  el cuero. ¿Quieres que haga eso?». ¿Qué respondería el animal? ¡Saldría  escapando del sacerdote!  Mas, el Señor  nos puso en su altar, nos llamó para él y nos dice: «…que presentéis  vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios».

Aquí  no está hablando de la reunión de iglesia. Es mucho más amplio que eso. Es  nuestro culto de 24 horas por día. Nuestro servicio es presentar nuestros  cuerpos como un sacrificio. ¿Y qué es lo que él hará? Una hábil cirugía. Él  tomará su daga para abrirnos por la mitad. Este es un acto de amor, porque  dentro de nosotros hay tantas cavernas, malas intenciones, motivaciones  impuras, secretos del corazón. El sumo sacerdote tomará su cuchillo, quitará la  piel, nos va a abrir al medio y va a sacar las entrañas. ¿Y sabe lo que él hace  con las entrañas? Las lava con agua. Ese es el trabajo del sacerdote.

Por  eso, Pablo habla así en Efesios 5: «Cristo amó a la iglesia, y se entregó a  sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento  del agua por la palabra». Eso es lo que el Señor está haciendo con nosotros  hoy. Él no quiere lavarnos por fuera; él quiere lavar nuestras entrañas. «Dame,  hijo mío, tu corazón… porque de él mana la vida» (Prov. 23:26, 4:23).

El  Señor sabe de dónde estamos extrayendo vida. Somos como un gran pulpo, que  tiene muchos tentáculos, para agarrar todo lo que pasa cerca de nosotros.  Agarramos esto y eso y aquello, para extraer vida de esas cosas, y qué errores  cometemos.

Vean  en la vida conyugal. Naturalmente hablando, ¿por qué los jóvenes se casan? Para  extraer vida de otro para ellos. El concepto es: ‘Que me satisfaga, me sirva,  me haga feliz’. En la vida de iglesia ocurre lo mismo. Y vamos extendiendo  nuestros tentáculos, procurando derivar vida de todas estas cosas. Y el Señor  toma su daga y va cortando nuestros tentáculos. Nuestra alma se va encogiendo.  Cuántas veces murmuramos contra Dios, quejándonos; pero él quiere llevarnos a  la única Fuente. Nosotros cavamos cisternas rotas, porque no comprendemos su  voluntad: «…que seáis llenos del conocimiento de su voluntad».

Transformados

Si  comprendemos cuál es su voluntad –transformarnos de gloria en gloria a su misma  imagen– entonces vamos a ver todo de manera diferente. Veremos a nuestro  cónyuge, a nuestros hijos, a nuestros hermanos, y a los del mundo, de una  manera distinta. Todo será diferente, porque ahora estamos comprendiendo Su  voluntad, y él va a usar todas las cosas cooperando para ese bien. Ese es el  pleno conocimiento de su voluntad. Que el Señor nos ayude a vivir centrados en  esa voluntad.

También  existe la voluntad particular de Dios, y necesitamos conocer esta voluntad paso  a paso. Conocemos la voluntad de Dios por un acto de revelación, que luego se  va ampliando, ganando más profundidad.

Lo  que el Señor hizo con Abraham es un modelo de nuestra vida de fe. Cuando el  Señor llamó a Abraham, Hebreos 11 dice que Abraham «salió sin saber a dónde  iba». ¿Qué conocía ya Abraham? Algo de la gloria de Aquel que lo llamó.  ¿Cómo lo sabemos? No por el libro de Génesis, sino por el libro de los Hechos,  en el discurso de Esteban.

Hechos  7:2: «El Dios de la gloria apareció a Abraham». Abraham ya conocía algo  del Dios de la gloria, y en aquel momento eso fue suficiente para él, para que  no necesitase de un mapa de Dios. Él podría decir a su Dios de la gloria:  «¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es el mapa? ¿Qué vas a hacer conmigo? ¿Hacia dónde  me vas a llevar? ¿Cuáles serán las consecuencias?». Pero nada de eso aconteció.  Él salió sin saber a dónde iba.

Este  es un principio muy importante. Nosotros no necesitamos un mapa; necesitamos  conocer al Dios de la gloria, conocer su gloria, para así poder, paso a paso,  responder a su voluntad. Dios no nos dará un mapa del camino, pero nos irá  revelando paulatinamente su voluntad. Para esto, necesitamos oídos que oyen, un  corazón que le ama y un deseo de obedecer.

Lección seria

Dios  tiene placer en revelar su voluntad. Él no juega con nosotros. Pero su voluntad  tiene tiempo y modo. Cuando Saúl estaba en el trono, David fue ungido. Dios  pondría a David en el trono. Aquello era un modo de Dios, pero aún no era Su  tiempo. Entonces, cuando David estaba en aquella cueva y Saúl entró allí, los  valientes dijeron a David: «Ahora es el tiempo. Tú ya eres el ungido del Señor.  Quita a Saúl del camino y siéntate en el trono». Pero David no lo hizo. Él  sabía que le era fácil matar a Saúl, pero no lo hizo, porque conocía el sentido  de autoridad y sabía esperar el tiempo de Dios.

Dios  es la única fuente de autoridad. Si él no está presente, no hay autoridad.  Sabiendo esto, David esperó la voluntad de Dios en el tiempo de Dios. Esta es  una lección vital que tenemos que aprender durante toda la vida.

Pablo  menciona la epignosis de Su voluntad y la epignosis de Dios – el  pleno conocimiento de Su voluntad y el pleno conocimiento de Dios. Conocer la  voluntad de Dios y obedecerla es el camino para conocer plenamente a Dios. No  podemos invertir esto. Si no respondemos a Su voluntad, andando de acuerdo con  la luz que hemos alcanzado, en obediencia, nunca llegaremos al pleno  conocimiento de Dios.

Noemí, la voluntad de Dios

Veamos  el ejemplo de Rut. ¡Qué maravilloso libro! Noemí, la suegra de Rut, representa  allí la voluntad de Dios. La voluntad de Dios aquí es una sola – que Rut  encontrase a Booz, porque, a través de la unión de Rut con Booz, tendríamos a  Obed, que es el padre de Isaí, que es el padre de David.

La  última palabra del libro de Rut es David. La voluntad de Dios era David,  un hombre según Su corazón. Pero, ¿qué es lo que tendría que acontecer? Aquí  está aquella moabita, que no pertenecía al pueblo de Dios, ajena a los pactos  de la promesa, una viuda sin esperanza y sin Dios en el mundo.

Noemí  mira a sus dos nueras, Orfa y Rut, y les dice: «¿Tengo yo más hijos en el  vientre, que puedan ser vuestros maridos? Volveos, hijas mías, e idos».  Rápidamente, Orfa desistió y abandonó a Noemí, volviendo a su pueblo y a sus  dioses. Pero Rut hizo un voto, y aquel voto está relacionado con la voluntad de  Dios— David. Sin Noemí, nunca habría David, porque, sin ella, Rut no  encontraría a Booz.

Rut  dice a Noemí: «No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a  dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu  pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios». Es el voto que nosotros debemos  hacer con relación a la voluntad de Dios. Nada que no sea la muerte debe  separarnos de su voluntad.

Noemí  significa dulzura. Mas, la voluntad de Dios también puede ser Mara: «No  me llaméis Noemí, sino llamadme Mara –amarga– ; porque en grande  amargura me ha puesto el Todopoderoso». Rut seguiría a Noemí no solo cuando  ésta era dulce, sino cuando Noemí era amarga.

Rut  permaneció fiel a la voluntad de Dios. Al entrar en el campo de Booz, ella no  conocía a Booz, no sabía nada acerca de él. Rut fue a recoger espigas. Ella era  una mujer gentil, pero, de alguna manera, ella conocía la palabra de Dios. Rut  dijo a Noemí: «…recogeré espigas en pos de aquel a cuyos ojos hallare  gracia». Deuteronomio 23 dice que el pueblo de Israel no debería cosechar  absolutamente todo, sino dejar espigas para el huérfano, para la viuda y para  el extranjero.

Rut  moabita, aun siendo una gentil, se tomó de la voluntad de Dios –Noemí– y se  tomó de la palabra del Señor. Rut dijo: «…recogeré espigas». Y hay una  bella palabra en el capítulo 2 de Rut. El Espíritu Santo escogió la palabra casualidad.  Dice que Rut, por casualidad, entró en el campo de Booz. Eso no es una  casualidad – es la soberanía de Dios. Son los arreglos de Dios, pero para Rut  eran una casualidad.

Dios  gobierna las circunstancias, él es el Dios de la providencia. Para Rut, fue  casual; mas, para Dios fue a propósito. Rut se apegó a la voluntad de Dios.  Ella entró en el campo de Booz, y éste llegó al campo al final de la tarde y  preguntó quién era esa joven.

Aquel  fue el primer encuentro. Ellos dijeron: «Es la joven moabita, que volvió con  Noemí de los campos de Moab». Él se interesó por Rut y quiso saber de ella.  Le dijeron: «Ella está desde por la mañana hasta ahora, sin descansar ni aun  por un momento». Entonces, Booz dice a Rut: «Oye, hija mía, no vayas a  espigar a otro campo». ¿Qué significa eso en el lenguaje del Nuevo  Testamento?

Booz  es figura de Cristo. Las riquezas del campo de Booz son figura de las riquezas  inescrutables de Cristo. Entonces, cuando él le dice a Rut: «No vayas a  espigar a otro campo», eso significa: «No améis al mundo». Cristo,  nuestro Booz, es quien nos dice: «No vayas a espigar a otro campo… No améis  al mundo». Entonces, Booz añade: «Aquí estarás junto a mis criadas».  ¿Cuál es el camino para conocer plenamente la voluntad de Dios? ¿Cuál es el  camino de Dios para la unión con Cristo? Rut y Booz – Cristo y la iglesia.

«No  vayas a espigar a otro campo. Aquí estarás junto a mis criadas». ¿Qué significa eso en  el lenguaje del Nuevo Testamento? «…comprender con todos los santos cuál sea  la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de  Cristo, que excede a todo conocimiento».

Aquel  libro maravilloso nos lleva desde el conocimiento de la voluntad de Dios hasta  el conocimiento de Dios. Booz es figura de Cristo. En el capítulo 1, Rut es una  extranjera. Ella es ajena a los pactos de la promesa. En el capítulo 2, Rut  está en los campos de Booz, y en el capítulo 3, ella es la sierva de Booz. Ella  descubre los pies de Booz, cuando él está durmiendo en la era, y Booz,  despertando como asustado, le pregunta: «¿Quién eres?». Y ella dice: «Yo  soy Rut tu sierva». Pero, en el capítulo 4, Rut es la esposa de Booz.

Esa  es nuestra historia. Nosotros éramos gentiles, ajenos a los pactos de la  promesa. Fuimos llevados a los campos de Booz, a las riquezas insondables de  Cristo. No vamos a recoger a otros campos; aquí permanecemos con sus siervos, y  entonces nos volvemos siervos de Cristo. Y, finalmente, somos la esposa de  Booz, en las bodas del Cordero.

Voluntad general y voluntad particular

El  camino para el real conocimiento de Dios es el pleno conocimiento de su  voluntad. Que el Señor nos ayude, y nos revele su voluntad general y su  voluntad particular con relación a nuestras vidas, nuestra familia, nuestras  relaciones, la vida de iglesia, nuestros trabajos, el comprar, el vender, el  vestir. Cuanto más respondemos a la voluntad de Dios, más entramos en la  plenitud de Cristo.

Colosenses  1:9 y 10 nos habla del pleno conocimiento de su voluntad y el pleno  conocimiento de Dios. Primero dice: «en toda sabiduría e inteligencia  espiritual». Así vamos conociendo la voluntad de Dios. Dios se agrada en  revelarnos su voluntad. Y, ¿para qué nos revela su voluntad? Para que nosotros  obedezcamos.

El  Señor no lanza el conocimiento en nuestro interior. El genuino conocimiento  espiritual viene de la obediencia. En cada paso, conocemos y hacemos la  voluntad de Dios. «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará,  y vendremos a él, y haremos morada con él». ¡Cuán importante es esto!

Y, ¿cuál es el propósito? «…para que andéis  como es digno del Señor» (v. 10). La palabra digno, ahí, tiene el  sentido de armonía. Pablo también la usa en Efesios 4:1: «Os ruego  que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados». No  apunta solo a la cuestión de la dignidad. Por sobre ello, el andar digno apunta  al maestro que está con su batuta, dirigiendo la orquesta y ellos tocan los  instrumentos de manera armónica.

Nuestro  Dios y Padre, en Cristo Jesús, por el Espíritu, es nuestro Maestro. Él dirige  la orquesta y, a medida que vamos conociendo y obedeciendo la voluntad de Dios,  entonces andamos de modo armónico o digno. Gracias al Señor, esta dignidad es  el resultado de la obediencia. Vivir de modo digno del Señor.

Agradando al Señor

La  próxima frase es: «agradándole en todo». Aquí está el secreto del poder  espiritual. El poder espiritual no es ruido, no es oratoria, no es elocuencia –  es agradar a Dios. Cuando agradamos a Dios, tenemos poder espiritual, porque él  se agrada de aquellos que lo agradan, y los honra.

La  pregunta que necesitamos hacer siempre no es si esto es bueno o malo. Muchas  cosas son buenas, pero no nos convienen. Necesitamos inquirir: «Señor, ¿esto te  agrada?». Cuando una hermana viste una ropa, antes de preguntarle a su marido  si ella está bien, necesita preguntar: «Señor, ¿esto te agrada? ¿Mi vestido, mi  escote, el largo de mi vestido?».

«…agradándole  en todo»,  es la motivación de la vida cristiana. Con esta motivación como telón de fondo,  Hebreos capítulo 12 dice: «Así que, recibiendo nosotros un reino  inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole  con temor y reverencia». La motivación del servicio a Dios no es el  pragmatismo. ‘Oh, eso es bueno, eso funciona’. Esos no son los parámetros. La  pregunta es: «Señor, ¿esto te agrada? ¿Estás satisfecho de mi vida personal y  familiar, de la vida de la iglesia, del servicio, del ministerio?

El  secreto de la vida humana del Señor Jesús era uno solo. Su satisfacción era  contemplar siempre el rostro de su Padre. Él podía soportar todo –la traición  de Judas, la negación de Pedro, el abandono de todos– mientras viese la faz  sonriente del Padre. Por eso Pablo ora «…para que andéis como es digno del  Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en  el conocimiento de Dios».

La potencia de su gloria

En  los versículos 11 y 12, hablando sobre el camino para conocer a Dios, Pablo  dice: «…fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria».  ¿Cómo somos fortalecidos? «…conforme a la potencia de su gloria».  Literalmente, «según su majestad personal».

Veamos  otra ilustración. Recordemos a David. En el Salmo 63, cuando Absalón se rebela  contra él y usurpa el trono, David sale de Jerusalén, pues comprende que el  asunto del trono es una cuestión de Dios mismo. Él es quien establece reyes y  quien remueve reyes. Entonces, David no pelea por el trono; él se retira de  Jerusalén, deprimido. Hay dos formas de ver esta depresión. Una es la manera  egocéntrica. David pensando en sí mismo: ‘¡Oh, he perdido mi trono! ¡Mi hijo  está en mi trono’. Pero no. David salió de Jerusalén deprimido porque él sabía  que Dios juzgaría a Absalón por tocar la autoridad de Dios.

En  2 Samuel 15 a 17, vemos esto claramente. En el capítulo 16, Simei, un  descendiente de Saúl, se pone junto a la caravana de David y maldice a David.  David había tomado el lugar de Saúl. Entonces, Simei dice: «¡Fuera, fuera,  hombre sanguinario y perverso!». Los generales del rey quedaron inquietos,  y uno de ellos dijo: «Te ruego que me dejes pasar, y le quitaré  la cabeza». Este es el hombre natural.  Pero David dijo: «Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho». ¡Qué  frase impresionante! David conocía el camino de la cruz. El capítulo 16 dice  que David iba caminando y Simei al lado, maldiciéndolo. Y ellos llegaron  exhaustos al Jordán. Jordán significa «aquel que desciende»; esto nos habla del  camino de la cruz.

Y  cuando Dios va a juzgar a Absalón y a cambiar este cuadro, ellos van a tomar a  Jerusalén de vuelta, y David dice: «Tratad benignamente por amor de mí al  joven Absalón». Pero ellos matan a Absalón. Y entonces David lamenta la  muerte de su hijo que usurpó su trono, diciendo: «¡Hijo mío Absalón, hijo  mío Absalón!».

David  conocía el camino de la cruz. Él escribe el Salmo 63, en los valles del Jordán,  tras la rebelión de Absalón. Los tres primeros versículos dicen: «Dios, Dios  mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te  anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu  gloria, así como te he mirado en el santuario». David salió de Jerusalén al  desierto. En su lugar, nosotros hubiésemos escrito: «¡Dios mío, mira lo que  Absalón ha hecho conmigo!».

Absalón  estaba en el trono, la gloria de Jerusalén; David, en el desierto, humillado.  Su hijo se rebeló contra él, usurpando su trono, pero él dice: «…te he  mirado en el santuario… para ver tu poder y tu gloria». Y esa frase usó  Pablo en Colosenses: «fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de  su gloria». Contemplar el poder de su gloria es lo que nos fortalece. Es  una gloria inconmovible. No importa lo que otros nos hagan o hablen de  nosotros. El poder de Su gloria es aquello que nos fortalece.

Oh,  hermanos, gracias al Señor, así ora Pablo en Colosenses. «Fortalecidos con  todo poder, conforme a la potencia de su gloria». Este es el deseo del  Señor. Es así como retenemos y glorificamos la Cabeza. Como iglesia, necesitamos  avanzar en esto, paso a paso. Que el Señor continúe hablando a nuestros  corazones.

Síntesis  de un mensaje compartido en Iquique, Chile, en noviembre de 2012.