He aquí algunos secretos de la disciplina del Espíritu Santo en los creyentes; su preciosa obra tiene dos etapas complementarias y progresivas.

Cuando creímos en el Señor recibimos una vida nueva; sin embargo, antes de creer en el Señor habíamos adquirido muchos hábitos. Los rasgos característicos de nuestro carácter ya eran parte de nosotros. Esos hábitos, esos rasgos y ese carácter han venido a ser un estorbo para que se exprese la vida nueva. Esta es la razón por la cual muchas personas no son afectadas por la vida nueva que recibimos, ni experimentan al Señor cuando se relacionan con nosotros. Tal vez seamos muy inteligentes, o tal vez muy cariñosos, pero estas características no son regeneradas.

Desde que fuimos salvos, el Señor ha estado haciendo dos cosas en nosotros. Por una parte, está desarraigando nuestros viejos hábitos y nuestro carácter. Esta es la única manera en que Cristo puede expresar libremente su vida en nosotros. Si el Señor no hiciera esto, su vida sería detenida por nuestra vida natural. Por otra parte, el Espíritu Santo forja en nosotros poco a poco una nueva naturaleza y un nuevo carácter, con una nueva vida y nuevas costumbres. El Señor no solamente derriba lo antiguo, sino que también establece lo nuevo. Estos son los dos aspectos de la obra que el Señor hace en nosotros ahora.

Dios lleva a cabo la obra

Muchos creyentes descubren que su persona necesita ser demolida. No obstante, son demasiado inteligentes y tratan de usar medios artificiales para derribar su naturaleza vieja, su carácter y sus antiguos hábitos. Pero lo primero que Dios derribará serán nuestros medios artificiales. Es inútil y contraproducente valerse de la energía humana para tratar de derribar todo aquello que somos por naturaleza. Debemos comprender desde el principio que todo lo viejo se debe demoler. Sin embargo, no lo podemos hacer por nosotros mismos. Los esfuerzos del hombre por derribarse a sí mismo solamente producirán un adorno exterior y se convertirán en un estorbo para el crecimiento de la vida espiritual.

Dios mismo desea hacer esto y lo hará. No tenemos que inventar nada para quebrantarnos a nosotros mismos. Dios desea que dejemos este trabajo en sus manos. Este concepto fundamental debe quedar profundamente impreso en nosotros. Dios trabajará en nosotros si Él tiene misericordia de nosotros. Dios dispondrá un ambiente que demuela nuestro hombre exterior. Dios sabe cuánto necesita éste ser demolido, y conoce nuestros puntos fuertes y nuestra obstinación. Puede ser que en muchas áreas reaccionemos con demasiada rapidez o con demasiada lentitud; posiblemente seamos demasiado flexibles o demasiado estrictos. Sólo Dios conoce nuestra necesidad y nadie más, ni siquiera nosotros mismos. Debemos permitir que Él haga la obra.

Para poder entender la obra de quebrantamiento y de constitución en nosotros, nos referiremos a ella con la expresión la disciplina del Espíritu Santo. Aunque las circunstancias en su totalidad son dispuestas por Dios, es el Espíritu Santo quien las aplica a nuestro ser. Dios dispone el ambiente que nos rodea, pero el Espíritu Santo nos lo aplica. A esta conversión de eventos externos en experiencias internas, es a lo que llamamos la disciplina del Espíritu Santo.

La dispensación que se extiende desde la ascensión del Señor hasta su venida, es la dispensación del Espíritu Santo. En ella la obra de Dios se lleva a cabo por obra del Espíritu Santo. Hay algunos pasajes en Hechos que dicen que el Espíritu Santo indicó, impidió y prohibió. A esta disposición de las circunstancias por el Espíritu Santo y al impulso interior de detenernos y prohibirnos ciertas cosas, la llamamos “la disciplina del Espíritu Santo”.

Esta disciplina no solamente nos guía, sino que también cambia nuestro carácter, lo cual no solamente incluye nuestra manera de actuar, sino también nuestra personalidad. El Espíritu de Dios, que mora en nosotros, sabe lo que necesitamos y conoce la clase de experiencia que más nos conviene. La disciplina del Espíritu Santo se entiende como la obra que Dios lleva a cabo en la debida circunstancia por medio del Espíritu Santo, a fin de suplir nuestra necesidad, quebrantarnos y constituirnos. Así que, la disciplina del Espíritu Santo quebranta nuestro carácter, elimina nuestros hábitos naturales y nos constituye del Espíritu Santo en madurez y en dulzura.

Dios ha preparado todas nuestras circunstancias, pues aun nuestros cabellos están contados. Si un gorrión no cae a tierra sin el consentimiento del Padre, ¿cuánto más no estará nuestro ambiente bajo su control? Dios prepara todo lo que nos rodea con el propósito de quebrantar nuestro carácter viejo y reconstruirnos con uno nuevo, a fin de que adquiramos un carácter compatible con el de Dios. Este carácter divino se expresará día tras día en nosotros.

Tan pronto como creemos en el Señor, debemos estar seguros acerca de ciertos asuntos. Primero, necesitamos ser derribados, y luego reconstruidos. Segundo, nosotros no hacemos el trabajo de demolición ni de construcción: Dios lo prepara todo para demolernos y edificarnos.

Cómo Dios dispone todas las cosas

¿Cómo toma Dios las medidas necesarias para nuestro bien? Todos tenemos diferentes naturalezas, caracteres, estilos de vida y costumbres. Por esta razón, todos necesitamos una clase diferente de quebrantamiento. Hay tantas clases de disciplina como individuos. Cada persona es puesta en situaciones muy específicas. Dos cónyuges pueden tener una relación muy estrecha; aún así, Dios dispondrá ambientes diferentes para cada uno de ellos. Lo mismo sucede entre padre e hijo, y entre madre e hija. Al valerse de nuestras circunstancias, Dios nos asigna la disciplina a cada uno según nuestra propia necesidad.

Todo lo que Dios nos asigna nos sirve de adiestramiento. Romanos 8:28 dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. ‘Todo’ no se limita a cien mil cosas ni a un millón. No podemos determinar cuán grande es el número.

Por consiguiente, nada nos viene por casualidad. Las coincidencias no existen para nosotros. Desde nuestro punto de vista, nuestras experiencias parecen confusas y desconcertantes y no vemos el propósito que yace detrás de todas ellas. Tal vez ni entendamos lo que significan; pero la Palabra de Dios dice que todas las cosas cooperan para nuestro bien. No sabemos qué beneficio nos traerá cada situación. Lo que sí sabemos es que todo lo que nos suceda nos traerá beneficio. Lo que Dios ha dispuesto tiene como fin producir santidad en nuestro carácter. Nosotros no forjamos esta santidad en nosotros mismos; es Dios quien produce un carácter santo en nosotros valiéndose de nuestro entorno.

Si miramos un tejido por el revés, parece un caos, pero al voltearlo, se verán en ella los hermosos motivos que se han diseñado. No se ve nada definido cuando se está armando el tejido; sólo se ven hilos de diversos colores que van y vienen. De igual modo, nuestra experiencia va de un lugar a otro aparentemente sin rumbo. No sabemos qué diseño tiene Dios en mente. Pero todo “hilo” que Dios usa, toda disciplina de sus manos, tiene una función. Cada color tiene su propósito, pues el diseño es preparado de antemano. Algunas situaciones no se ven muy bien en el presente, pero más adelante, cuando miremos hacia atrás, entenderemos por qué el Señor hizo esto y qué se proponía cuando lo hizo.

Nuestra actitud

¿Cuál debe ser nuestra actitud cuando afrontamos estas cosas? Romanos 8:28 dice: “A los que aman a Dios todas las cosas cooperan para bien”. En otras palabras, cuando Dios trabaja, es posible que recibamos el bien, pero también es posible que no.

Esto se relaciona estrechamente con nuestra actitud. Nuestra actitud determina incluso cuán pronto recibiremos el bien. Si nuestra actitud es correcta, lo recibiremos inmediatamente. Si amamos a Dios, todo lo que procede de la voluntad de Dios cooperará para nuestro bien. Si un hombre no pide nada para sí mismo y solamente desea lo que Dios le dé, si sólo tiene un deseo en su corazón: amar a Dios; si ama al Señor con toda sinceridad, todas las cosas que lo rodean cooperarán para su bien, no importa cuán confusas parezcan.

Cuando algo nos sucede, y no tenemos el amor de Dios en nosotros; cuando anhelamos y buscamos cosas para nosotros, o cuando procuramos intereses privados aparte de Dios, el bien que Dios ha reservado para nosotros no llega. Somos muy buenos para quejarnos, contender, murmurar y protestar. Tengan presente que aunque todas las cosas cooperen para bien, no recibiremos el bien inmediatamente si no amamos sinceramente a Dios. Muchos hijos de Dios han afrontado muchos problemas, pero no se han beneficiado de ello. Experimentan mucha disciplina, pero ellos no cosechan ninguna riqueza. Esto se debe a que tienen otras metas aparte de Dios. Sus corazones no son dóciles ante Dios. No sienten el amor de Dios ni tampoco lo aman. Tienen una actitud equivocada. En consecuencia, tal vez sufran mucho, pero nada permanece en sus espíritus.

Que Dios tenga misericordia de nosotros para que aprendamos a amarlo con todo el corazón. No es problema tener poco conocimiento, porque el conocimiento de Dios reside en el amor, no en el conocimiento mismo. Si un hombre ama a Dios, lo conocerá aunque carezca de la teoría. Pero si sabe mucho acerca de Dios, mas no le ama con el corazón, el conocimiento no le servirá. Si un hombre ama a Dios, todo lo que enfrente redundará en su propio bien.

Nuestro corazón debe amar a Dios; debemos conocer su mano y humillarnos ante ella. Si no vemos su mano, el hombre nos distraerá, y pensaremos que los demás están mal y que nos traicionaron. Creeremos que todos nuestros parientes, cercanos y lejanos, están equivocados. Cuando condenamos a todo el mundo, nos desanimaremos y desilusionaremos, y nada redundará en nuestro bien. Cuando decimos que todos los hermanos y hermanas de la iglesia están mal, y que nada está bien, no sacamos ninguna ganancia; sólo nos enojamos y criticamos. Si recordamos lo que el Señor Jesús dijo, que “ninguno de ellos (los pajarillos) cae a tierra sin vuestro Padre” (Mt.10:29); si nos damos cuenta de que todo proviene de Dios, nos humillaremos bajo su mano y recibiremos el bien.

En Salmos 39:9 dice: “Enmudecí, no abrí mi boca, porque tú lo hiciste”. Esta es la actitud de una persona que obedece a Dios. Puesto que Dios ha hecho algo y ha permitido que llegue a nosotros, nos humillamos y no decimos nada. No diremos: “¿Por qué a otros le sucede aquello y a mí esto?” Cuando amamos a Dios y reconocemos su mano, no nos quejamos. Así veremos que Dios nos quebranta y nos edifica.

Algunos podrían preguntarse: “¿Hemos de aceptar también lo que venga de la mano de Satanás?” El principio fundamental es que aceptemos todo lo que Dios permite que llegue a nosotros. No obstante, debemos resistir los ataques de Satanás.

Quebrantamiento y construcción

El Señor hace que nos enfrentemos con muchas cosas, la mayoría de las cuales no nos agradan. ¿Por qué Dios permite que lleguen a nosotros las adversidades? ¿Qué se propone al permitirnos pasar por estas cosas? Su meta es derribar nuestra vida natural.

En Jeremías 48:11 se nos dice que Moab estuvo quieto desde su juventud y que nunca había pasado por tribulación, ni pruebas, ni azotes, ni penas ni dolor. A los ojos de los hombres, esto era una gran bendición. No obstante, Moab fue como el vino asentado sobre su sedimento, que conservó su antiguo olor.

Dios desea cambiarnos el olor. Dios desea quitarnos nuestros viejos hábitos, y librarnos de nuestra naturaleza y carácter; quiere eliminar todo elemento indeseable de nosotros. Quizás nuestra vida no haya sido fácil. Tal vez no hayamos estado quietos desde la juventud y hayamos pasado por “muchas tribulaciones” como Pablo (Hech.14: 22). Si éste es el caso, tengamos presente que el Señor está eliminando nuestro sedimento y nuestro sabor original. Cada vez que Él disponga nuestras circunstancias y nos quebrante, dejaremos atrás algo de nuestro viejo sabor y olor. Cada día seremos un poco diferentes.

Pero Dios no solamente nos está quebrantando, sino que también nos está constituyendo (de sí mismo).

Tengamos presente que todo lo que enfrentamos, de una manera u otra, nos puede edificar. Dios nos derriba valiéndose de toda clase de sufrimientos. Esta demolición puede ser bastante dolorosa. Pero después de pasar por esas pruebas, algo es forjado en nosotros. En otras palabras, cuando pasamos por sufrimientos, parece que estuviéramos cayendo, pero la gracia de Dios siempre nos lleva adelante. En el proceso de vencer en medio de nuestros sufrimientos, algo es forjado en nosotros. A medida que vencemos en las pruebas, algo nos va constituyendo día tras día. Por una parte, Dios nos hace pasar por adversidades y nos demuele por medio de las dificultades; por otra, algo es depositado en nosotros cuando nos levantamos de nuestras pruebas.

Damos gracias a Dios, porque tenemos la disciplina del Espíritu Santo. ¡Que Dios tenga misericordia de nosotros, nos quebrante y nos constituya por medio de la disciplina del Espíritu Santo para que lleguemos a la madurez!