Al comienzo de la obra misionera en Groenlandia, los misioneros pensaron que debían enseñar al pobre esquimal acerca de Dios y su ley, sobre el pecado y la justificación. Lo hicieron durante más de 20 años sin despertarlos de su apatía total. Una noche, un hermano leyó a un solo esquimal a quien visitaba una porción del Nuevo Testamento que él había traducido. Era la historia de la agonía en Getsemaní. «Lee esto otra vez», dijo el hombre. Cuando se lo hubo leído otra vez le preguntó al misionero qué era lo que aquello significaba. Cuando el misionero le explicó los sufrimientos y la muerte del Hijo de Dios, el corazón del esquimal fue compungido. Fue capaz de creer inmediatamente, y siguió luego una gloriosa obra. La sangre de la cruz había ganado la victoria.

Andrew Murray, La sangre de la cruz.

El pensador hindú Rhadakrishnan dijo en cierta ocasión: «Sus teólogos cristianos me parecen siempre hombres que hablan mientras están dormidos». J. S. Whale habla con ironía acerca de aquellos que corren alrededor de la zarza ardiente, procurando sacarle fotografías desde todos los ángulos posibles, en lugar de quitar los zapatos de sus pies por estar pisando tierra santa. Y luego describe a los teólogos que sentados frente a la estufa, encienden sus pipas y hablan con elocuencia acerca de las diversas teorías de la expiación, en lugar de inclinarse en adoración frente al Salvador.

«Demasiado se escribe y demasiado se predica –dice William Barclay– como si el asunto tratado fuese una agradable discusión académica y no una cuestión de vida o muerte… Hay gente que ora en la misma forma mecánica en que leería el catálogo de un remate. Hay teólogos que escriben libros, y mientras lo hacen no sienten en sus corazones mayor efecto que el que les hubiese hecho escribir sobre el binomio de Newton».

En «Cosas de viejos».

¿Has tenido algo que ver con el abaratamiento del evangelio cristiano que convierte a Dios en nuestro sirviente? ¿Has permitido que la pobreza penetre en tu alma porque has estado esperando que Dios viniera con una canasta repartiendo regalos?

Siento que debemos repudiar esta gran ola moderna de buscar a Dios por sus beneficios. Cualquiera puede escribir un libro que sea un éxito de librería hoy en día, sólo basta con que le ponga un título como «Diecisiete formas de obtener cosas de Dios».

Yo diría que hay millones de personas que no parecen entender o saber que Dios quiere brindarse a sí mismo. Él quiere entregarse junto con sus dádivas. Cualquier regalo que nos diera estaría incompleto si estuviera separado del conocimiento de Dios mismo.

Si yo orara pidiendo todos los dones espirituales que se enumeran en las epístolas de Pablo, y si el Espíritu de Dios considerara apropiado dármelos, sería extremadamente peligroso para mí si en esta dádiva Dios no se entregara a sí mismo.

A.W. Tozer