La lluvia y el canal

La oración y las promesas son interdependientes. Las promesas inspiran y dan energía a la oración, pero la oración localiza la promesa y la realiza. La promesa es como la lluvia, que cae copiosa, pero la oración, como un canal, la transmite, la preserva y dirige, localiza y precipita estas promesas, hasta que se hacen locales y personales, bendicen, refrescan y fertilizan. La oración echa mano de la promesa y la conduce a fines maravillosos, quita los obstáculos y abre el camino para el glorioso cumplimiento de la promesa.

E. M. Bounds, Las posibilidades de la oración

Un náufrago ingrato

Supongamos que un hombre cayera al mar y que algunas personas que se encontraran en la orilla hicieran un gran esfuerzo por rescatarlo, finalmente lograran sacarlo del agua, le administraran respiración artificial, le dieran ropa seca e hicieran un fuego para calentarlo y darle de comer, a fin de que pudiera tener fuerzas para seguir viviendo. Después de esto, alguien le pregunta: «¿Se encuentra usted salvo?». Entonces él contesta: «Aunque ya no estoy en el mar, sin embargo, siento como si todavía estuviera allí, y si digo que estoy a salvo en la orilla, estaría actuando con arrogancia; por lo tanto, lo único que puedo hacer es tener la esperanza de poder salir a la playa y no ahogarme». ¿Cree usted que este hombre estaría realmente actuando con humildad? Permítame decirle que eso no es humildad. De la misma manera, si alguien ha creído en Jesucristo como su Salvador y no se atreve a decir que ya es salvo, esa no es una actitud de humildad sino de ingratitud hacia la maravillosa gracia del Señor Jesucristo.

Watchman Nee, Lleno de gracia y de verdad, Tomo 2

Salvados por la sangre de un cabrito

Durante una cruel y sangrienta guerra, un comandante prometió, en presencia de sus tropas, que mataría a la población entera de un pueblo. A su debido tiempo, la ira de la guerra se desató sobre esa gente indefensa. Sucedió que un fugitivo vio a unos soldados entrar en una casa, matando con la espada a todos los que estaban adentro. Al salir, uno de ellos, mojando un trapo en el charco de sangre, lo extendió sobre la puerta como señal de lo que había pasado allí.

El pobre fugitivo corrió rápidamente hacia una casa grande en el centro del pueblo, donde se habían escondido varias familias, y les contó lo que había visto. En seguida, tuvieron una idea de cómo podrían escapar de la muerte. Habría un cabrito en el corral. Lo mataron y pintaron la puerta de la casa con sangre. Apenas habían terminado, cuando un grupo de soldados apareció a lo largo de la calle. Al llegar a la casa, no entraron al ver la puerta ensangrentada. La espada – pensaron – ya había hecho allí su obra. Mientras los demás murieron, los que estaban en la casa se salvaron.

Cliff Truman, Éxodo