El sueño de Dios, el sueño de Cristo, y el sueño de los hijos de Dios. Una visión anticipada de lo que se hará realidad mañana.

Como parte de un equipo de hombres que servimos al Señor, también somos parte de los grandes soñadores que Dios tiene en este tiempo. Soñadores de Cristo, con Cristo y por Cristo.

Nuestros sueños comenzaron hace mucho tiempo. Unos primero, otros después, hemos ido avanzando en la carrera del servicio al Señor; pero todos con el mismo sueño: que el Señor Jesucristo reine, que lleguemos a ser uno todos los creyentes, que verdaderamente conformemos el cuerpo de Cristo aquí en la tierra. Hemos soñado con eso, y estamos soñando, y en estos días parece que el sueño se nos ha hecho más grande todavía.

Quisiéramos hablar de los sueños de Dios y los sueños nuestros.

Sobre el Salmo 126 –que fue primero una oración, y después se convirtió en un cántico entre el pueblo cautivo en Babilonia–, hemos hecho una paráfrasis, para acercarlo más a nuestras palabras actuales. La paráfrasis de este cántico de restauración dice:

“¡Oh, sería como un sueño de feliz despertar,  si el Señor nos hiciera volver de la cautividad de Sion!  ¡Oh, cómo reiremos aquel día!  ¡Oh, cómo nuestra lengua se encenderá en Aleluyas!  ¡Oh, cómo hasta las naciones que nos rodean  se alegrarán con nosotros!  ¡Oh, cómo cantaremos a nuestra descendencia  las maravillas que el Señor hace con nosotros!  ¡Oh, en verdad  grandes cosas ha hecho el Señor con nosotros!  ¡Oh, qué alegría, qué júbilo, qué gloria!  ¡Oh, Señor, mira nuestro largo soñar,  y escucha el clamor de tu pueblo!  ¡Oh, Señor, haz volver nuestra cautividad!  Así como fluyen los secretos arroyos  del desierto del Neguev,  así es nuestro soñar.  ¡Oh, así como algunos siembran con lágrimas,  así han de recoger la cosecha,  y a pesar de las lágrimas de ayer,  volveremos trayendo preciosas gavillas!  ¡Oh, Señor, cristaliza este sueño libertario,  retórnanos a Sion,  y que el gozo de las gavillas abundantes  nos haga olvidar el sufrimiento del cautiverio!  ¡Oh, Señor, será como un despertar feliz,  y volveremos a tu libertad!  Amén”.

El supremo sueño de Dios es reunir todas las cosas en Cristo. Y el sueño de los creyentes, de los que amamos al Señor, es gozar de toda la plenitud de Cristo. No nos conformamos con menos que eso. Por eso, somos unos soñadores, somos los más soñadores de la tierra.

El sueño de los cautivos

Para los cautivos en Babilonia, el sueño era retornar algún día a la tierra de sus padres. Allá quedaron esas montañas, esos valles; allá quedaron sepultados los padres. Allá quedaron tantas esperanzas tronchadas. Porque cuando vino el cautiverio todo fue ruina para ellos.

¡Casi setenta años han transcurrido desde aquellos lejanos días de la deportación a Babilonia! Los ancianos todavía lloran por Sion. Salieron cuando eran jóvenes de quince, veinte años. Y han pasado setenta. Muchos de ellos murieron en el exilio.

Quedaban algunas abuelas que, en las noches, les hablaban a sus nietos que nacieron en el cautiverio. Una nueva generación.

Habían adoptado costumbres de sus opresores. La lejana tierra de Palestina era para ellos una historia. Y las abuelas solían describirles la belleza de las colinas, la hermosura de los valles, la preciosidad del templo que había en Jerusalén, el Jordán con su curso sinuoso… Les hablaban de las hazañas de David, les contaban de la grandeza de Salomón. Y también de cómo el pueblo llegó a convertirse a la idolatría, hasta ser llevado al cautiverio. La gloria que alguna vez tuvo Jerusalén, ya no estaba allí. Arruinado el templo, desolada la ciudad santa.

A la hora de irse a dormir, les hacían repetir esta oración de añoranza restauradora:

–Hijito, quiero que aprendas esta oración.

Y el niño miraba a la abuela sin comprender mucho. Ella le decía:

–“Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion…”

Y el niño, en vez de repetir, preguntaba:

–¿Qué es cautividad? ¿Qué es Sion? ¿Quién es Jehová?

¡Cuántos de los que estamos aquí aprendimos a conocer a Dios cuando teníamos recién dos o tres años! Nos enseñaban el Padrenuestro, tal cual estas abuelas les repetían a sus pequeños nietos:

–Repite, hijo: “Cuando Jehová hiciera volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan…”

–¿Qué es soñar, abuela?

Ella tenía que explicarle. Cada frase era como ir descubriendo una realidad que el niño no alcanzaba a dimensionar. Y ella, con lágrimas en sus ojos, seguía la oración:

–“Entonces nuestra boca se llenará de risa…”

Y él repetía:

–Entonces nuestra boca se llenará de risa.

–“Y nuestra lengua de alabanza…”

–Y nuestra lengua de alabanza.

Y así terminaba la oración, y el niño se quedaba dormido. Y esa abuela, de más de ochenta años ya, que salió cuando era una jovencita junto con sus padres, recordaba a su padre, que se sentaba bajo los sauces junto con los demás judíos, y trataban inútilmente de entonar las canciones que cantaban en Jerusalén.

“Junto a los ríos de Babilonia,  allí nos sentábamos, y aun llorábamos,  acordándonos de Sion…”

Entonces ella –que le estaba enseñando a conocer a Jehová, y le hablaba de la futura recuperación de Sion, mientras estaban allí en el cautiverio– lloraba, porque se acordaba de cómo su padre un día dijo: “No canto más, voy a colgar mi arpa. Dejaré de soñar, porque nunca voy a volver a mi tierra”. Algunos nunca regresaron…

Quien haya experimentado una salida obligatoria de su tierra, sabrá comprender lo que pasaba en el corazón del pueblo hebreo. Así se dormían para soñar con la tierra de sus abuelos, para despertar a la mañana siguiente en la misma situación de exilio. ¡Era un sueño tan largo, una esperanza tan remota, un ideal imposible de ser cristalizado! ¡Era sólo un sueño!

Comiencen a soñar

Oh, hermanos, que los que nunca hayan soñado en Cristo, hoy comiencen a soñar. Y los que seguimos soñando, lo hagamos con más esperanza, más certeza y más consagración. A los que dejaron de soñar, los invito a que recuperen el soñar en Cristo, para que en su vida vuelva a surgir ese testimonio, esa realidad de Cristo, y salgan del cautiverio que por algún tiempo han tenido en el corazón.

Si hemos de soñar hoy, queremos hacerlo sobre la firme base de una revelación, y no soñar –como dice el profeta Isaías– como el que tiene hambre y sueña y le parece que come, pero cuando despierta su estómago está vacío; o como el que tiene sed, y sueña, y le parece que bebe, pero cuando despierta se halla cansado y sediento. No, queremos soñar con el Señor, con su Casa, con su obra, con la comunión, con sus propósitos, con su voluntad. Y no queremos quedar vacíos, queremos estar llenos del Señor Jesús.

¡Oh, que nuestro soñar–al cual no renunciamos, porque en Cristo todo es posible– nos permita ver por fe lo que de otro modo es sólo ilusión! Creo que los creyentes no somos ilusos, no somos utópicos. Los corazones que han sido restaurados pueden dar testimonio de que la restauración es posible en el Señor.

Hermanos, que este día vuelva a ser un recomenzar a soñar, porque lo que hemos oído es para volver a encender nuestros espíritus, para que volvamos a soñar que Dios hará su voluntad en medio nuestro.

A veces pasan largos años. Tus sueños comienzan en una pequeña experiencia allá atrás en el tiempo. No sabes cómo va a ser posible, porque te miras a ti mismo, y te ves pequeño, te ves limitado, y hasta ciertamente fracasado. ¡Pero sigue soñando, porque todo el sueño que se invierta en Cristo tendrá fruto, será cristalizado!

Los sueños de Dios

Si nosotros tenemos derecho a soñar, también Dios tuvo derecho a soñar cuando pensó en nosotros, cuando vio el rostro de cada uno de nosotros. El Señor te imaginó, imaginó tu figura, tu pelo, tus ojos, tus gracias, tus virtudes. Nunca él nos soñó defectuosos, nunca nos soñó enfermos, nunca nos soñó limitados, nunca nos soñó menospreciados, nunca nos soñó apocados. ¡Oh, el Señor siempre ha soñado con nosotros como cosa grande y bendita! ¡Tú eres un sueño de Dios!

Hermanos, ¡somos el sueño de Dios, y en Cristo este sueño se está haciendo realidad! ¡En Cristo se está haciendo realidad el sueño de Dios: recuperar todo lo que es suyo, y tener la iglesia que su Hijo le va a entregar un día a sus pies! Dios siempre nos ha soñado perfectos, y el fin último de su sueño es que recibamos la herencia que él nos ha preparado de antemano en Cristo. Y en tanto eso no sea consumado, su corazón seguirá soñando, al igual que el nuestro.

El que tú estés aquí es un sueño que comenzó en el corazón de Dios. Ese sueño hoy día está aquí, en cientos de rostros y de corazones. Todo lo que hacemos en el Señor es un sueño que, cuando empezamos a verlo hecho realidad, nos reímos de gozo.

Jesús soñó con doce hombres que llamó para que le siguieran. Eran de diferentes condiciones. Él hizo una inversión de tiempo, de consagración, de amor. Los amó, los esperó, los instruyó. Soñó con Pedro, con Juan, con Santiago, con Mateo, con Tomás, con Simón el cananista. ¡Oh, bendito sea Dios! ¡Cuando nos llama, es porque sueña con nosotros!

¡Cómo soñaría el Señor Jesús con una Jerusalén llena de la gloria de Dios, una Jerusalén restaurada, una Jerusalén que recibiera al Hijo de Dios! Cuando la vio de lejos, exclamó: “Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas… ¡Cuántas veces quise juntar tus hijos como la gallina junta sus polluelos debajo de sus alas…!” Ése era el sueño de Jesús: juntar sus polluelos. Ese es el sueño del Señor: juntarnos a nosotros, para que seamos uno con él. Lloró frente a Jerusalén, porque fue un sueño que –en ese momento– no podía ver cumplido. ¡Pero lo está viendo cumplido en nosotros! Hermano, al verte aquí, el Señor está viendo que su sueño se está cumpliendo. Quiere juntarnos, hacernos uno.

El Señor también soñó con Saulo de Tarso. Saulo les estaba complicando la vida a los creyentes. Jesús se le presentó con un resplandor. Y Saulo, tan valiente, tan grande, tan erudito, cayó a tierra como el más pequeño de los mortales. Porque Dios estaba soñando con Saulo de Tarso para convertirlo en el más grande apóstol; a quien se le revelarían los más grandes misterios.

Los soñadores del pasado

Nos ha impresionado saber en estos días que en el pasado lejano, y también en el pasado más cercano, hombres y mujeres han soñado con lo que hoy en nosotros está siendo una realidad. ¿Cómo soñaron los hermanos allá en China, los hermanos en el centro de Europa, los moravos, en la región de Bohemia, y en otros lugares? Nosotros en este tiempo podemos ver con nuestros ojos el cumplimiento de lo que ellos soñaron. Y de aquí en adelante, ¿qué otras glorias más nos depararán nuestros sueños? Hermanos, nosotros estamos recibiendo el fruto de los que ayer soñaron y sembraron con lágrimas,.

Nosotros somos fruto, primero, del sacrificio de Cristo, y luego, del sacrificio de otros muchos que rindieron sus vidas para esto. Muchos pasaron por el tormento, muchos pasaron por las hogueras, por diferentes clases de torturas, pensando en esta restauración.

Sueños de juventud

Vuelvo la mirada a esta bendita juventud aquí presente. ¿Cómo van tus sueños, joven? ¿Está incluido en ellos el soñar con Cristo y un servicio para él? ¿Entra en tus sueños académicos y profesionales el tomar en cuenta a Cristo? Si has estado soñando con ser algo grande tú en particular, ¿has tenido en cuenta que toda tu vida la puedes soñar en Cristo y que tu profesión puede ser un instrumento de bendición en Cristo, y que todo tú puedes llegar a ser un siervo completo para el Señor?

Los años en que no servimos públicamente, en que estamos como sumergidos, son vitales para el servicio posterior. Que el Señor nos ayude para colocar nuestros sueños en sus manos. Sólo pide que tu soñar no baje su intensidad. Hoy es tu día de callar, de escuchar, de aprender, de equipar tu corazón, de llenar tu aljaba de aquellas flechas que buscarán el blanco perfecto. No te apures, pero sirve. No te impacientes, pero sirve. Sueña, pero sirve, que Dios, que todo lo escudriña, ya tomó nota de tu suspirar por él. Y ese sueño que comenzó muy atrás en el tiempo, un día será realidad.

¿Qué hará esta pléyade de niñas y jóvenes preciosos dentro de un tiempo más? Algunos vamos a ir quedando rezagados. Dentro de diez o veinte años más, si el Señor no ha venido aún, yo me sentaré aquí mismo, y los escucharé.

Desierto y cruz

Este soñar, hermanos, en realidad requiere de desierto y de cruz. Todo sueño auténtico pasa primero por la cruz. Y así como el gusano en el capullo sueña con llegar a ser mariposa –lo cual toma su tiempo–, nuestro capullo no se abrirá hasta cuando el Señor lo abra para nosotros.

Síntesis de un mensaje oral compartido en Rucacura 2003.