La razón de por qué Israel no halló el reposo, según nos enseña Hebreos, es porque ellos indignaron a Dios con su incredulidad. «Por tanto, juré en mi ira: no entrarán en mi reposo» (3:11).

En este pasaje de Hebreos 3 se cita ampliamente el Salmo 95, y se muestra reiteradamente la conducta del pueblo, y la reacción de Dios. El pueblo endureció su corazón, provocó a Dios y desobedeció. Por su parte, Dios se disgustó y se airó con ellos.

Durante cuarenta años, ellos vieron sus obras, pero no conocieron sus caminos. Esto es muy significativo. Ver las obras de Dios es contemplar los milagros, acostumbrarse a las maravillas de Dios; sin embargo, tales cosas no logran cambiar el corazón. Al contrario, lo endurecen más.

Más que ver las obras de Dios, ellos debieron haber conocido los propósitos, de Dios. Haber entendido por qué y para qué Dios les conducía por el desierto. Sin embargo, solo atinaban a decir: «¿Estará Dios con nosotros?». Como consecuencia de su dureza e incredulidad, ellos quedaron postrados allí.

El versículo «Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones» aparece tres veces en Hebreos (3:7-8; 3:15; 4:7). Esta exhortación es reiterada, porque Israel pecó exactamente en eso. Ellos oyeron muchas veces a Dios, pero no creyeron a sus palabras, sino que endurecieron su corazón.

Más que esperar milagros, debemos oír y creer la voz de Dios. «¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad» (3:18-19). Dios les guiaba, les defendía, y él les introduciría en la tierra, tal como les había dicho. Pero ellos le tentaron, ignoraron sus fieles cuidados, y se dejaron dominar por el miedo y el oscuro informe de los diez espías incrédulos.

¿Cuál es la palabra de Dios para nosotros, que debemos creer y recibir? Es la palabra tocante a Jesucristo y su iglesia. De ello hablan los versículos Hebreos 3:6 y 3:14, uno de Cristo y otro de su iglesia. Nosotros somos hechos participantes de Cristo y somos casa de Dios.

Si centralizamos nuestra vida en Cristo y si nos dejamos edificar como iglesia según el modelo de Dios, entonces hallaremos el reposo que Israel no tuvo. Entonces nuestro corazón hallará alivio de nuestras soledades, hambrunas y sobresaltos. Si llegamos al lugar donde él mora, el lugar que el Espíritu Santo edifica como Su casa, entonces reposaremos de nuestras obras, como Dios reposa de las suyas.

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