El reposo se encuentra en Cristo y en su iglesia. Ambas realidades –estar en Cristo y estar en la iglesia– se hallan prefiguradas en la historia de Israel. Cuando Dios sacó a Israel de Egipto, lo hizo con el objetivo de introducirlo en la tierra de Canaán. Sin embargo, aquella generación que salió de Egipto no entró en Canaán, sino que murió en el desierto a causa de su incredulidad.

Cuando ellos dijeron: «Haremos todo lo que Dios ha ordenado», demostraron un completo desconocimiento de sí mismos, lo cual determinó su largo deambular por el desierto, para que conociesen la verdadera condición de su corazón. Ellos no entraron en el reposo de Dios, a causa de su incredulidad.

Así también, se puede perfectamente ser un cristiano renacido, sin haber entrado aún en la tierra prometida. Se puede conocer las obras de Dios, los cuidados de Dios sobre su pueblo, pero no conocer a Dios mismo, ni sus caminos. Es un estado de inmadurez, en el cual atrae aquello de menor valor, y donde no es posible ver los grandes propósitos de Dios.

Entonces, llega un día en que Dios le concede al cristiano Su gracia y le introduce en la buena tierra, dejando atrás el vagar sin rumbo, para entrar a tomar su herencia, que es Cristo. La buena tierra abunda en riquezas y delicias. El cristiano siente que ha experimentado una nueva gracia después del nuevo nacimiento; ahora puede decir que conoce de verdad al Señor, y que esta visión le satisface por completo.

Sin embargo, aún hay más, pues no era el propósito de Dios que Israel entrara a Canaán como una muchedumbre caótica. El pueblo debía ser establecido, distribuido en orden, por tribus y familias; debía ser transformado en una teocracia que expresara el anticipado propósito de Dios para ellos. Cuando esto se cumple, aquel pueblo viene a ser una casa y un reino para Dios.

De la misma manera, más allá de la visión de Cristo, es preciso que aquellos que han visto al Señor sean edificados como reino y como casa de Dios. No solo un conjunto de creyentes salvados que hacen lo que a cada cual le parece, sino una asamblea armónica, articulada, conducida por el Espíritu, que refleje las glorias magníficas de Cristo.

Cuando el cristiano encuentra la iglesia, es decir, la asamblea visible, donde Cristo mora y donde los santos dan voces de júbilo, entonces su corazón halla el reposo perfecto. Tal es la realidad de Cristo y la iglesia; tal es el reposo del creyente.

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