…siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo”.

– Efesios 4:15.

La vida del cristiano es la vida de Cristo. En cuanto a nuestra voluntad y responsabilidad, debe haber una alimentación personal de Cristo, y para ello debemos vivir exclusivamente en la atmósfera del Espíritu. Así como no debe haber negligencia en participar del pan del cielo, tampoco debe haber descenso a los valles de la malaria. La vida debe ser vivida en las alturas de las montañas en relación incesante con el Espíritu, que es el único Intérprete de Cristo.

Hace algunos años conocí en Inglaterra a un querido amigo y, al mirarlo, me llenó de tristeza ver que estaba en las garras de una enfermedad insidiosa que con una incertidumbre mortal le quitaba la vida. Después de un largo intervalo, cuando estaba en Colorado lo volví a ver y apenas lo reconocí. El aire enrarecido de las montañas le había devuelto su antigua fuerza y había hecho imposible la propagación de su enfermedad. Me dijo, sin embargo, que si bien se sentía perfectamente bien, era necesario que él permaneciera en las alturas de esas montañas, o el viejo problema regresaría.

Mantengámonos siempre en el aire de la montaña. Si descendemos a los viejos valles, volverá la parálisis del pasado. Debemos vivir en la atmósfera del Espíritu, en lo alto de los montes de la visión, y allí el apetito por el pan del cielo será fuerte y, alimentándonos de Cristo, “creceremos en todas las cosas en Él”.

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