17 voces, 17 destellos de revelación respecto de la iglesia, entresacados de los 12 años de Aguas Vivas.

La iglesia desde la eternidad

Desde la eternidad Dios escondió algo dentro de Cristo. La iglesia no comenzó hace 2000 años, simplemente apareció en la tierra hace 2000 años, pero la iglesia estaba escondida desde la eternidad, con el Señor. La iglesia es más antigua que el universo, es más antigua que los ángeles celestiales, está junta desde la eternidad con el Hijo de Dios.

Un día, en el tiempo y en la historia humana, el Hijo de Dios entró en el mundo y se hizo carne. Fue llevado a la cruz, y fue clavado en la cruz. Y cuando Cristo murió en la cruz, vino un soldado y clavó en su costado una lanza… ¿y qué salió del costado de Jesús? Sangre y agua. ¿Y qué es la sangre? ¿qué es el agua? La sangre y el agua son la vida de Cristo. Y ese día, invisible a los ojos humanos, pero visible para Dios, el Padre metió su mano dentro de Cristo y sacó a la iglesia.

Ella había estado oculta desde los siglos, pero ahora vino a la vida, hecha de la misma sustancia de Cristo, sacada de Cristo, de los huesos de Cristo, de la carne de Cristo, sangre de su sangre, vida de su vida, carne de su carne, hueso de sus huesos. Cada partícula de ella fue sacada de Cristo. Cada célula de ella fue tomada de Cristo. Ella es como Cristo, está hecha de Cristo, todo en ella es Cristo, nada en ella está fuera de Cristo. Ella, desde la cabeza hasta los pies es Cristo, pero de otra forma.

Ella fue sacada de Cristo para que fuese su ayuda idónea. ¿Ayudarlo a qué? Para que por medio de ella y a través de ella Cristo fuese expresado, revelado, manifestado, exaltado, glorificado, y tenga la preeminencia sobre todas las cosas.

Rodrigo Abarca, «El misterio de Cristo», AV 14, 2002.

Es el tiempo del cuerpo de Cristo

Elías estaba sentado cerca de un arroyo, en aquella sequía en Israel, cuando de repente, el arroyo se secó. Él comenzó a quejarse: «Señor, ¿qué estás haciendo conmigo? ¿Acaso este arroyo no vino de ti para mi provisión?». «Sí», respondió Dios.

¿Qué hizo Elías entonces? ¿Usted piensa que él se levantó para reprender al diablo? ¡No! Al contrario, él oyó la explicación de Dios: «Elías, este arroyo se secó porque yo quiero abrir otra fuente».

Me gustaría sugerir que Dios se ha estado manifestando desde 1945 hasta acá, en un avivamiento de señales, sanidades y grandes ministerios. El Espíritu de Dios ha sido derramado, y grandes hombres de Dios se han levantado para proclamar la Palabra. A pesar de algunas cosas falsas entre medio, Dios realmente estaba con esos ministerios, y multitudes abarrotaban las grandes carpas donde señales y maravillas se manifestaban.

En esa época, yo quedé confuso y le pregunté al Señor: «¿Qué estás haciendo?». Él me mostró que este es el ministerio de Juan el Bautista, proclamando: «¡Despierta, iglesia! ¡Despierta, mundo! ¡Dios se está moviendo en la tierra!».

Pero digo una verdad: este arroyo se está secando, los ministerios individuales se están secando. En otro lugar, Dios está abriendo otra fuente llamada «el cuerpo de Cristo». Y en la medida que el nuevo arroyo comienza a fluir, mucha suciedad e impureza inicial comienza a salir a flote y a ser llevada por los primeros torrentes. Si vemos algunas manifestaciones u operaciones raras dentro de este cuerpo que se está formando, podemos quedarnos tranquilos, pues con el tiempo las aguas se limpiarán.

Al mismo tiempo, serán necesarios cambios muy drásticos para efectuar esta transición en el plan de Dios. Uno de los primeros cambios es que usted no podrá más contratar un pastor para hacer todo su trabajo. ¡Cada uno tendrá que funcionar en el lugar escogido por Dios! Dios está derribando ese sistema viejo. Él está llevando a sus siervos hacia ministerios más perfectos en su plan.

Alguien va a decir: «¿Acaso no fue de Dios todo lo que tuvimos hasta ahora: pastores, iglesias y grandes ministerios?». ¡Sí, realmente fue de Dios! Pero ahora ese arroyo se está secando.

Otro arroyo está comenzando a fluir. Se llama Cuerpo de Cristo, o también «Funcionamiento de cada miembro». Es cuando cada hombre, mujer o niño, participa y se desarrolla en el derramamiento y el fluir del Espíritu de Dios. Como resultado, se quiebra aquel patrón doble de acción (clero y laicos, teórico y experimental).

Algunas personas han denominado este nuevo arroyo «el nuevo derramamiento del Espíritu», o «Renovación Carismática». Este nombre no es adecuado. No es una reforma ni una renovación – ¡es una revolución! Y si es una revolución, algunos serán heridos, algunas cosas serán derribadas, habrá cambios, cosas extrañas, tumultos, y muchas cosas que nos gustaría que nunca sucediesen. Pero no hay otro camino. ¿Usted piensa que es posible una revolución sin una chispa al menos?

Bob Mumford, «Un nuevo arroyo», AV 44, 2007.

La iglesia como un cordero inmolado

¿Cuál es nuestra postura respecto de la iglesia? ¿Cómo es que la iglesia tiene que manifestarse? ¿Como un león o como un cordero inmolado?

Me parece que la postura que debe tener la iglesia en nuestra sociedad debiera ser como la que representa al Señor: la iglesia debe ser como un cordero inmolado.

Nunca, en su historia, la iglesia fue más gloriosa y poderosa que cuando fue perseguida y combatida. Fue invencible, porque por donde los hermanos iban, revolucionaban en todo ese contexto. Y no fue el afán de la iglesia primera aparecer en los estratos poderosos de la sociedad de aquella época. Ninguno de nuestros mártires atesoró nada en esta tierra: su gloria más grande fue luchar por la causa de Jesucristo. Los vituperios de Cristo fueron su estandarte. Como un cordero inmolado derrotaron al imperio romano, el más poderoso que jamás ha existido.

Todos nosotros sabemos que uno de los acontecimientos que restan por ocurrir es que la iglesia sea una, un solo cuerpo. Todos unidos, milagrosamente unidos. Y a partir de ese momento, la iglesia va a adquirir un poder insospechado. Pero no lograremos establecer el Reino de Dios, ni tendremos éxito en nuestra gestión, si no observamos que Dios le dará siempre la victoria a los humildes y mansos de corazón.

Dios quiere restaurar su verdadero Israel en este tiempo. No equivoquemos el Camino. Siempre será el Cordero el vencedor.

Sergio Gómez, «¿Cómo un león o como un cordero?», AV 28, 2004.

El depósito encargado a la iglesia

La carga de Pablo era pasar a los hermanos «todo el consejo de Dios», y no algún mensaje sobre esto o sobre aquello – lo cual también es importante en la iglesia, claro. Gracias a Dios por todos los mensajes, pero ahora estamos hablando del depósito, la medida de la fe, algo que la iglesia debe oír, recibir, creer, alimentarse, constituirse con ello.

Por eso, Pablo le dice: «Timoteo, lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros». Esto: «lo que has oído de mí». Timoteo había acompañado a Pablo por muchos lugares y había oído el depósito de Dios, la fe que una vez fue dada a los santos, que tiene la capacidad de colocar a la iglesia en el Hijo, para que permanezca en el Hijo, y en el Padre, para que permanezca en Dios como iglesia.

«Y esto, Timoteo, esto encarga». Eso es una encomienda de algo mucho más grande. Aquí no está tan libre Timoteo; aquí Timoteo está atado a la fe, al misterio de la fe que una vez fue dada a los santos. Claro que Timoteo siempre tiene que depender del Espíritu Santo, pero ahora Timoteo sabe que debe depender del Espíritu Santo para «todo el consejo de Dios».

Pablo se iba a despedir de los hermanos de la iglesia en Éfeso. Él llegó a Mileto, un puerto, y llamó a los ancianos de la iglesia, y en el discurso de despedida que ustedes recuerdan, él les dice: «Nada de lo que fuese útil he rehuido anunciaros, y yo estoy limpio de la sangre de todos, porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios».

No es solamente algún pedacito, es la palabra de Dios sintetizada en aquella frase: «Para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios» (Col. 1:25). Dice Pablo que es la palabra de Dios cumplida. La palabra de Dios cumplida es la visión integral de la palabra de Dios. De eternidad a eternidad y de Génesis a Apocalipsis. ¿Cuál es la esencia de la palabra de Dios? ¿Cuáles son los elementos esenciales de la palabra de Dios y el testimonio de la iglesia? Para que no tomemos solamente temas aislados, sueltos, sino para que presentemos el contenido de la fe.

La fe que una vez fue dada es responsabilidad de la iglesia. Conciencia de depósito, conciencia de propósito, conciencia de medida, conciencia de sentido, conciencia de función. El consejo de Dios, eso es la responsabilidad de la iglesia.

Gino Iafrancesco, «El buen depósito» (3), AV 57, 2009.

La restauración de la Palabra

La primera gran necesidad para la restauración del testimonio del Señor es la restauración de su Palabra. Es eso lo que vemos, por ejemplo, cuando el pueblo de Dios retornó del cautiverio babilónico. Según el registro de Esdras (Esd.3), cuando aquel remanente regresó bajo el mando de Zorobabel, la primera cosa en ser restaurada en Jerusalén fue el altar (Esdras 3:2-3). Tipológicamente el altar habla de la cruz, de la obra del Señor consumada en el Calvario. Inmediatamente después está el registro de la instalación de los cimientos de la casa de Dios (Esd. 3:8-13).

Esto significa que, para la restauración del testimonio del Señor en su iglesia, debemos estar fundamentados y perseverando en «la doctrina de los apóstoles» (Hechos 2:42), o sea, «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo» (Ef. 2:20). Cuando los cimientos del templo fueron puestos, la oposición de los enemigos se levantó contra ellos, «intimidándolos», intentando «frustrar sus propósitos», y «escribiendo acusaciones contra los habitantes de Judá y Jerusalén» (Esdras 4:4-6).

Estas son también las actitudes de Satanás cuando los ojos del pueblo del Señor comienzan a ser abiertos por la revelación de la Palabra de Dios, para contemplar con más claridad y eficacia en aquella obra consumada en la cruz, y cuando los cimientos de la doctrina apostólica comienzan a ser restaurados estableciendo a los santos como un «templo santo en el Señor» (Ef. 2:21).

Romeu Bornelli, «Los cimientos de la casa de Dios», AV 36, 2005.

Edificación por medio de la Palabra

Nosotros no podemos edificar la iglesia en base a experiencias individuales de santos, no podemos edificar a la iglesia porque un santo tuvo una visión o tuvo un sueño o tuvo una experiencia. Si no está de acuerdo a la Palabra, no puede edificar la iglesia. La iglesia tiene que ser edificada sobre la base de la Palabra. Esta Palabra nos lava, esta Palabra nos redarguye, esta Palabra nos edifica.

El apóstol Pablo le decía a Timoteo: «Mientras yo voy, ocúpate de la lectura». Es menester que no solamente como individuos vayamos a la Palabra, sino también como iglesia. Que haya reuniones de lectura de la Palabra, no de lectura de libros – aunque los libros son buenos y se pueden leer, y puede haber lectura de libros –, pero sí de la palabra del Señor tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Porque las cosas del Antiguo fueron escritas para nuestra enseñanza, para nuestro ejemplo.

Hernando Chamorro, «Restauración de las puertas», AV, 47, 2007.

El material de edificación

Supongamos que hay sólo tres creyentes en el mundo, y ellos son las tres personas más espirituales que hay.  Diríamos que son: Pedro, Jacobo y Juan, porque a estos discípulos, entre los doce, nuestro Señor Jesús los apartó a menudo y les permitió ver cosas que los otros no vieron. Ahora, ¿qué es la iglesia? ¿Es Pedro + Jacobo + Juan? ¿Qué piensa usted?

Miremos a Pedro. Él siempre quiso ser el primero. Él era muy franco, y se autodesignó como el portavoz entre los discípulos. Era muy impulsivo, muy fuerte. Por su parte, a Jacobo y a Juan, nuestro Señor Jesús los llamó «hijos del trueno».  Así que, si ponemos a estas tres personas juntas, sabemos lo que va a ocurrir: habrá truenos y relámpagos. ¿Puede ser ésta la iglesia? ¡No!

Entonces, ¿qué es la iglesia? Intentemos otra fórmula: ¿Es Cristo en Pedro + Cristo en Juan + Cristo en Jacobo? Gracias a Dios por Cristo en Pedro, pero Pedro todavía está allí. Cristo está allí, pero Simón aún está en Pedro. Cristo está en Juan, pero ese hijo del trueno aún está allí; Cristo está en Jacobo, pero el otro hijo del trueno aún está allí.

Así que cuando Cristo está obrando en ellos, son una expresión de la iglesia, pero si está obrando el hombre natural, entonces habrá muchos problemas. Esa es la razón por la cual tenemos tantas dificultades en la iglesia, porque no sólo Cristo está allí, sino que también usted está allí. Entonces, si alguien pregunta: ¿podemos encontrar una iglesia perfecta sobre la tierra? la respuesta es: Si usted está allí, la iglesia no puede ser perfecta.

Entonces, ¿qué es la iglesia? Intentemos otra fórmula. Cristo en Pedro (menos Pedro) + Cristo en Juan (menos Juan) + Cristo en Jacobo (menos Jacobo). ¿Ahora sí? ¿Está usted seguro? ¡Gracias a Dios, así es! Todo lo que es carnal, mundano, terrenal y natural en nosotros debe ser eliminado. Sólo Cristo, y Cristo solo, es el material de edificación de la iglesia.

Stephen Kaung, en «Cristo, la iglesia y la cruz», AV 30, 2004.

Betania 

¿Qué es Betania? Betania es la consagración de María, más el servicio de Marta, más el testimonio de Lázaro. Y ese testimonio es el testimonio de resurrección, de uno que pasó por la muerte. Nadie puede salir de la muerte, pero debido a esa vida de resurrección, uno pudo salir de la muerte.

Este es nuestro testimonio. Cuando usted tiene un testimonio, siempre significa muerte y resurrección. Eso es lo que el Señor está buscando en el día de hoy. No es una organización. No está buscando una institución: nuestro Señor quiere una realidad viva en todos los lugares.

Nuestro Señor dijo: «No temas, manada pequeña». ¿Por qué? Porque la Iglesia de Cristo es una pequeña manada comparada con todo el mundo. ¿Qué es la manada pequeña? A los ojos de Dios, Betania es la manada pequeña. La Iglesia de Cristo es la manada pequeña.

Cuando nuestro Señor ascendió a los cielos, él dijo «adiós» a sus discípulos. Cuando él regrese, él vendrá a buscar a su Novia, y él vendrá de regreso a Betania.

El Espíritu del Señor está buscando a Betania en todo lugar: Betania en Santiago, Betania en Sao Paulo, Betania en Nueva York, Betania en Nuevo México, en todos los lugares.

Cuando los vencedores maduren, entonces, ante los ojos de Dios, él se presentará a sí mismo una iglesia gloriosa. Nosotros no esperamos que la mayoría madure. Antes del regreso del Señor sólo María, sólo Marta, sólo Lázaro, sólo sus discípulos, estarán maduros. Esos son los escondidos, y el Señor regresará por estos pocos que están escondidos. El Señor conoce el sufrimiento por los cuales ellos han pasado; el Señor sabe cuánto ellos han andado por el camino de la cruz, y por eso él regresará y enjugará todas sus lágrimas.

Christian Chen, «Así vendrá», AV 28, 2004.

La unidad de la iglesia

Miremos en Efesios 4: «Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre (si no hay humildad en nosotros, no puede haber unidad. Una persona que se ubique por encima de los demás hermanos, es imposible que tenga claridad sobre la vida de la unidad del cuerpo), soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor (tampoco puede haber unidad sin amor), solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz».

Hermanos, la unidad no es algo que la vamos a crear; eso ya lo hizo el Espíritu de Dios; pero es nuestra responsabilidad como creyentes guardar esa unidad. Debemos guardar esa unidad creada desde el principio por el Señor. Luego menciona la Palabra siete factores que caracterizan la unidad de la Iglesia, pero el primero que aparece es que se trata de un cuerpo, un solo cuerpo; y esa manifestación de un solo cuerpo la debe ver el mundo, como lo declara el Señor en su oración: «Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste».

El mundo debe ver la unidad, esa manifestación debe realizarse ahora; porque en la unidad es como podemos darle la gloria a Cristo, manifestar la gloria del Señor. El Señor mismo lo dice: «La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno» (v. 22).

Arcadio Sierra, «El camino de la unidad», en AV 35, 2005.

De la edificación individual a la colectiva

El propósito de Dios desde la eternidad, fue el de una Casa edificada con su nombre, y esa casa es el cuerpo de Cristo, y nosotros somos sus miembros, cada uno en particular.

Una de las cuestiones más importantes en el proceso de edificación es que cada uno de nosotros tenemos responsabilidades en ese proceso. La Casa es edificada en la medida que tú, individualmente, eres edificado.

Eres como un vaso que no puede derramar agua, porque tiene poca agua. Es una figura parecida con la cuestión de los corintios. Pablo dice: «Les di leche; no podía darles alimento sólido, porque no lo soportarían».

Es decir, a veces nosotros tenemos algo muy grande para mostrar a los hermanos acerca del propósito de Dios. Pero nuestra estatura es pequeña; entonces, se torna incompatible con el propósito que oímos.

Por eso Pablo está diciendo que cuando él era niño, pensaba como niño, y cuando llegó a ser grande cambió sus ropas. El propósito sería como las ropas. A veces tenemos ropas más grandes que nosotros. Nosotros crecemos poco, mas el propósito que oímos en el campamento es muy grande, y no es compatible, y no va a ser práctico.

El modelo está aquí. Si tú quieres que el agua desborde, si tú quieres vivir una vida madura dentro de un propósito grande del corazón de Dios, el vaso tiene que ser lleno. Si la iglesia no crece individualmente primero –porque usted no tendrá lo colectivo sin individuos; el colectivo es el conjunto de los individuos. Entonces necesitamos crecer individualmente, y a medida que vamos creciendo, cuando llegamos al borde, entonces comienza a desbordar.

Cuando tú tienes vida, no sólo en el espíritu, sino vida formada en el alma, la iglesia comienza a recibir edificación también. Entonces, el propósito de Dios es edificarte a ti primero, para que tú puedas trabajar la obra de tu ministerio.

Roujet Fuchs, «Edificando la casa», AV 53, 2008.

Piedras modeladas y edificadas en la Casa

A Salomón le correspondió la gloria de edificar la casa para Dios. Esa casa habría de ser un símbolo, una cosa externa, representativa, de aquella Casa que un día iba a ser manifestada – esta Casa que somos nosotros hoy. Nosotros somos una reunión de piedras vivas. Piedras que fueron cortadas de una cantera, piedras que fueron extraídas de un lugar y traídas a este lugar, para que el martillo y el cincel de Dios empiecen a darles forma.

El modelo es Cristo, y estamos siendo configurados a su imagen y a su semejanza. Estamos viviendo un proceso de transformación, estamos siendo modelados por las herramientas que están en la mano de Dios. La edificación le corresponde a él y al Espíritu Santo. Sólo él está haciendo esta labor, él está trabajando por nosotros; no hemos venido nosotros a trabajar para él, es él el que está trabajando en nosotros. Él es quien nos está dando la forma que quiere darnos.

Mientras estamos aquí, oiremos el ruido del martillo y del cincel. Aunque el ruido es sinónimo de destrucción, y estos golpes parece que anuncian que nuestra vida se va destruyendo, que nuestra casa se estuviera derribando – la casa que soy yo, la casa que es mi familia.

Cuando viene el ruido del cincel, es la cruz que viene a tratarnos, a operar en nosotros. Es esta obra interna de Dios que viene a derribar aquello que está deformado. Y Dios va a usar a los hombres, y va a usar las circunstancias de la vida para tratar con nosotros. Así que seremos cincelados por Dios, por los hombres y por las circunstancias para ser edificados. ¡Bendito sea Dios!

Las circunstancias son cosas que Dios permite para nuestra formación. El apóstol Pablo nos habla mucho de eso: cómo aprender a vivir victoriosos por sobre las circunstancias; nos enseña a vivir contentos cualquiera sea la situación.

Roberto Sáez, «Preparando los materiales», AV 26, 2004.

El ministerio como un sacrificio de amor

Vamos a fijar nuestro pensamiento en esta palabra: «…todo lo soporto por amor de los escogidos». Guardemos esta palabra. Esta es nuestra demostración de amor por la casa de Dios. Lo sufrimos todo por amor de los escogidos.

Si nosotros lo sufrimos todo por amor de los escogidos, vamos a tener el ministerio de los santos, vamos a servir a los santos, vamos a hacer todo para que ellos sean edificados, para que el Señor obtenga su iglesia gloriosa. Vamos a cooperar con él, y vamos a sufrir con él. Hay una promesa de que, si sufrimos con él, reinaremos con él.

El sacrificio en el altar representa nuestro ministerio. El ministerio es un sacrificio de amor. Si no hubiese un sacrificio de amor, no hay ministerio.

Juvenal Santos de Moura, «Un sacrificio de amor», AV 46, 2007.

De la gracia a la gloria a través del pasillo de la tribulación

Hay dos cosas que necesitamos en este pasillo de la tribulación. Primero, tenemos que respetar a cada hermano o hermana que está pasando por él. Dios está tratando con ellos, porque Dios los ama. No es el tiempo para que tú los critiques. Sé misericordioso. Si conoces a alguien que está pasando por momentos difíciles, sé misericordioso, ora, ayúdalo, guárdalo del enemigo. Tenemos que ser misericordiosos, tenemos que respetar a los hermanos y hermanas.

Hay una segunda cosa. Tú tienes que ser severo contigo mismo. Si tú estás pasando por el pasillo, si estás pasando por tribulación, no hay ninguna excusa – la gracia de Dios es suficiente. Jesús dijo: «Yo he vencido». Entonces, tú puedes vencer. Nosotros nos apegamos a su vida, permanecemos fieles a él. No nos sentamos a lamentarnos: ‘¡Oh, pobrecito de mí! Vengan todos, por favor, y compadézcanme’. No, no.

¿Qué dice Pablo? «Esta leve tribulación no puede compararse a la gloria». Entonces, no miramos las cosas a nuestro alrededor, miramos las cosas invisibles.

Espero que tú seas severo contigo mismo. Sé misericordioso con los otros, porque tú no sabes lo que les está sucediendo a ellos; pero sé inflexible contigo mismo, porque sabes que tú mereces lo que estás pasando. Entonces, si te afirmas en la gracia de Dios, muy pronto nos encontraremos en la habitación de la gloria, con nuestro Señor. No más pecados, no hay imperfecciones, no más lágrimas, no más tristezas, no más muerte, sino vida, en nuestro Señor.

Dana Congdon, «Gracia, tribulación y gloria», AV 46, 2007.

Restaurando con lágrimas

¿Queremos restauración? La restauración es con lágrimas. Se llora mientras la casa de Dios se edifica, porque algo se ha visto de la gloria de la primera casa, y de su ruina posterior. La característica de aquellos judíos piadosos que regresaron a Jerusalén, era que ellos «habían visto la casa primera». Ellos jamás se conformarían con un sustituto babilónico. Muchos de ellos murieron sin consuelo, y esa generación de los días de Esdras y Nehemías tuvo la gracia de ver en sus días la restauración del testimonio del Señor sobre la tierra.

Somos bienaventurados si nuestros ojos espirituales se han abierto para «ver la casa de Dios», es decir la iglesia, el testimonio del Señor hoy sobre la tierra, la cual ciertamente no es un edificio en un lugar geográfico determinado. Las Escrituras no nos muestran una organización de manufactura humana, sino un organismo vivo, formado por hombres y mujeres redimidos que viven la vida de Cristo, en comunión unos con otros, bajo el gobierno del Espíritu Santo.

Hoy estamos viendo un poco más claramente lo que es el amor de hermanos, la centralidad de Jesucristo, la vida de Cristo formado dentro de nosotros; algo estamos viendo de la gloria de Dios en medio de su casa.

Bendigamos al Señor, porque no ha sido por nuestra fuerza, ni por nuestra capacidad, sino por la infinita fidelidad, misericordia y gracia de nuestro Dios.

Pero el camino de la restauración es un camino con lágrimas. Si queremos presentarnos ante el Señor con gavillas, no esperemos sólo reuniones con mucha algarabía y danza. Pablo dice: «Cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo que es la iglesia». Hay aflicciones, porque todavía hay mucha carne presente. El Señor derribe esto. El día que el Señor te deje en silencio, el día que te quebrante, te hará un gran favor.

Gonzalo Sepúlveda, «Las lágrimas de la restauración», AV 40, 2006.

Expresando a Cristo en la diversidad

Bajo Cristo estamos todos, siendo tan distintos; pero hay un clima de armonía, de gracia y de amor, porque es un reino de luz, donde el Señor gobierna. Conservamos las características individuales, y estamos bajo el mismo reino. En armonía, en gracia, podemos morar juntos, compartir, convivir, porque estamos gobernados por la vida, estamos gobernados por el Señor. ¡Qué precioso!

Hay un clima de armonía, de comunión. Nos recibimos, nos aceptamos, con las peculiaridades de cada uno; somos uno en el Señor. Dios no quiere una milicia, donde todos son iguales. No, Dios ama la diversidad; Cristo quiere expresar su gloria a través de todos. Él es tan lleno de gloria y de gracia, que le es insuficiente un puñado. Necesita cientos y millares, y millones y millones, porque su gloria es infinita, y él quiere expresarse a través de todos nosotros.

Por eso somos tan distintos, tan diversos, porque a través de ti y a través de mí, él quiere expresar algo de su gloria. No nos quiere uniformar a todos; se expresaría sólo una parte muy pequeña de lo que él es. Él es tremendamente diverso. El Rey de gloria se expresa en su iglesia, en la transparencia de su iglesia. Somos uno en el Señor.

Hermano, levántate, resplandece, porque la gloria del Señor está en nosotros. Hacia afuera, iluminamos; hacia adentro, estamos en un trabajo de amarnos, de soportarnos, de expresar la gloria del Señor, de resplandecer, de crecer en pos de Cristo. ¡Bendito es el Señor!

Marcelo Díaz, «Levántate, resplandece», AV 56, 2009.

Un remanente de bendición

Dios le dio a la iglesia esta tierra preciosa que es Cristo. Pero la iglesia, o parte de la iglesia, está entretenida, yendo tras sus propias emociones, tras la manifestación aprovechadora de hombres que no conocen al Señor de gloria, y que predican para sus propios vientres y bolsillos.

Debiéramos dolernos por la casa de Dios, debiéramos dolernos por el estado de la iglesia, debiéramos llorar ante Dios por aquellos hermanos nuestros cuyas mentes están siendo turbadas, confundidas, llevados por cualquier cosa que viene, por cualquier empresa que surge.

Pero como fue con Israel, creo yo que así también es con nosotros. Él quiere tomar un remanente. Si todo el pueblo no ha tomado la tierra, y no ha sido una nación, él quiere tener un remanente, y con ese remanente bendecir a todos; con ese remanente hacer una nación, con ese remanente hacer un pueblo que bendiga a todos.

Creo que ésta debe ser nuestra más alta vocación: ser un remanente de Dios en este tiempo, ser un pueblo de Dios pequeño, a lo mejor, pero ofrecido permanentemente a Dios, para que él haga como quiera, para que él dé la palabra como quiera, para que él nos instruya.

Nosotros hemos sufrido, hemos sido decepcionados, ofendidos, acusados, hemos tenido que salir casi huyendo. Pero, ¿para qué Dios nos ha permitido ver a Cristo, para qué nos ha permitido entrar a la tierra que es Cristo? Para bendecir toda su casa. Es como si dijera: «Con ustedes, con este remanente, quiero bendecir toda nación de la tierra». Tú puedes mirarte y decir: «¿Conmigo? ¿Con nosotros, que nos quejamos, que nos rebelamos, que somos tan quisquillosos, que cualquier cosa que se hace distinto de mí me molesta? ¿Con nosotros?». Y él nos dice: «Sí, con ustedes».

Pero, ¿saben lo que le duele al corazón de Dios? Es que nosotros digamos como Israel: «Volvamos atrás, estábamos mejor». Que el Señor nos guarde de las palabras necias; que el Señor guarde nuestra mente de los pensamientos que nos asaltan; que el Señor guarde nuestro corazón de la dureza que puede venir, del menosprecio que podemos sentir, de la rebeldía que podamos tener.

Que Dios nos bendiga a todos. Que seamos débiles, para que otros sean fuertes. Que seamos deshonrados, para que otros reciban honra. Que seamos afligidos, para que otros sean bendecidos.

Que seamos empobrecidos, para que otros sean enriquecidos. Que muramos cada día, para que la vida se manifieste en otros también. Que vayamos vez tras vez a la muerte, siguiendo el precioso ejemplo de nuestro Señor, que se humilló, que se despojó de toda su gloria, para bendecir a todos. Despojémonos de todo aquello que al Padre le puede impedir bendecir a todos. Que muramos, para que la vida se manifieste.

Cristian Cerda, «La casa de las puertas abiertas», AV 26, 2004.

Reuniendo a los dispersos

El hermano Christian Chen nos enseñó el año pasado que Israel ha tenido dos regresos, de dos cautiverios. En el primero, Israel volvió de Babilonia, con Zorobabel, Esdras y Nehemías. Pero, a partir de 1948, Israel experimentó un segundo regreso, y esta vez fue del hecho de estar dispersos por las naciones del mundo. Entonces, él hacía esta aplicación a la iglesia: La iglesia no sólo debe salir de Babilonia, sino que también debe regresar de la división. Al igual que Israel, la iglesia está está disgregada. Y nosotros tenemos este llamamiento del Señor no sólo a regresar de Babilonia, sino también a regresar de la división.

¿Nos ofrendaremos al Señor para esta tarea que humanamente es imposible? Cuando uno plantea esto, obviamente, vienen mil preguntas respecto de cómo, dónde, cuándo, hasta qué límites. Sí, porque hay peligros, hay desventajas, hay cientos de cosas.

La iglesia es la ciudad de Dios, y la iglesia, como la ciudad de Dios, es una en cada localidad, y está conformada por todos los hijos de Dios, aunque estén dispersos, aunque estén en las denominaciones, y aunque estén en el mundo todavía. Porque, ¿cuántos hijos de Dios hay en la localidad que todavía no han sido salvos, que todavía no han sido regenerados? Así que ni siquiera estamos hablando sólo de los que ya son, sino aun de los que han de ser. Así que no solo la unidad de la iglesia, sino que también la evangelización, es algo que no podemos dejar a un lado, y que tenemos que tener en nuestro corazón permanentemente.

Como hoy no vamos a resolver el problema de la unidad, por lo menos yo les animo y les desafío, en el nombre del Señor, a que abramos el corazón un poco más, y a lo menos empecemos a orar. Derribemos cualquiera barrera que aún esté en nuestro corazón. Aun si nuestras declaraciones necesitan ser corregidas, hagámoslo, en el nombre del Señor. Démosle a Dios el espacio y la posibilidad de que él nos pueda convertir en soñadores como José, que –enviados por el Padre– salen en busca de sus hermanos.

Yo quiero seguir soñando, y en el nombre del Señor les desafío a que lo hagamos juntos, a que le permitamos al Señor usarnos en la restauración de su testimonio.

Rubén Chacón, «La ciudad de Dios», AV 40, 2006.