Epístola a los Hebreos.

Cristo, nuestro sumo sacerdote

Después de haber visto a Cristo como nuestro apóstol, descubrimos que la mayor parte del libro de Hebreos nos va a mostrar a Cristo como nuestro sumo sacerdote.

Puedo entender por qué el escritor de la epístola a los Hebreos ocupa más tiempo en este asunto, porque tengo la misma dificultad de los hermanos a quienes se dirigió esta carta: Veo relativamente fácil conocer a Cristo como nuestro apóstol, pero conocerle como nuestro sumo sacerdote me parece un poco vago. Conocerle como nuestro apóstol es el fundamento, pero conocerle como nuestro sumo sacerdote es la edificación.

Un apóstol es alguien enviado por Dios hasta nosotros. Un sumo sacerdote es alguien escogido de entre los hombres para ir delante de Dios. Cristo, como apóstol, representa a Dios para nosotros sobre la tierra; pero como sumo sacerdote, él representa a los hombres delante de Dios en el cielo. Como apóstol, él trae a Dios hacia nosotros; como nuestro sumo sacerdote, él nos lleva hasta Dios. Este doble ministerio no puede considerarse por separado.

Cuando el Señor Jesús concluyó la obra de redención en la cruz del Calvario, estuvo sepultado por tres días, y después de eso fue resucitado de entre los muertos. Se apareció a los discípulos por cuarenta días, luego fue arrebatado y llevado a los cielos, y se sentó a la diestra de Dios Padre. Y algo sucedió en los cielos: Él fue ungido por Dios. En el día de Pentecostés, el apóstol Pedro y luego los once apóstoles testificaron que a este Jesús, que había sido crucificado, Dios le había exaltado como Señor y Cristo. Es por esa razón que el Espíritu Santo fue derramado sobre ellos.

Si leemos el Salmo 110, descubriremos que después de haber ascendido, el Señor fue ungido por Dios como sumo sacerdote según el orden de Melquisedec. Ese cuadro se encuentra en otro capítulo del libro de Salmos en el cual está escrito: «Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras» (Sal. 133:2).

Antiguamente, la unción de un sumo sacerdote descendía por todo el cuerpo. El óleo representa al Espíritu Santo. Por tanto, cuando nuestro Señor Jesús ascendió a los cielos, recibió del Padre el Espíritu Santo, y derramó el Espíritu Santo sobre la tierra. En aquel momento, él fue ungido como nuestro sumo sacerdote, según el orden de Melquisedec.

En un sentido, la obra de nuestro Señor Jesús como apóstol está concluida en la cruz. Él dijo: «Consumado es». Es por ese motivo que él está sentado a la diestra de Dios. Pero no pensemos que el Señor Jesús está sentado simplemente sin hacer nada, esperando que pase el tiempo. Una fase de su ministerio fue concluida, mas la otra fase recién comenzó. Nuestro Señor Jesús está trabajando intensamente en el cielo. «…por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos» (Heb. 7:25).

Si nuestro Señor Jesús no fuese un sumo sacerdote hoy, nosotros no podríamos ser bendecidos con ninguna de las bendiciones en las regiones celestiales en Cristo Jesús. No podríamos ser cristianos y, mucho menos, vivir una vida cristiana. Nosotros no somos capaces; es imposible para nosotros mismos. Todo ello sólo es posible porque hoy nuestro Señor Jesucristo es nuestro sumo sacerdote.

Las credenciales de Cristo como sumo sacerdote

¿Cuál es su credencial como nuestro sumo sacerdote? Él es nuestro sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.

Melquisedec es mencionado en la Biblia sólo tres veces y, su historia se registra sólo en el capítulo 14 de Génesis. Abraham derrotó a cuatro reyes, libertó a su sobrino Lot y regresó al valle de los reyes. Allí se encontró con Melquisedec, cuyo nombre significa Rey de justicia. Él era el rey de Salem, o Rey de paz, y fue al encuentro de Abraham con pan y vino. Melquisedec bendijo a Abraham en nombre del Dios Altísimo, porque él era sacerdote del Dios Altísimo, y Abraham le dio la décima parte de todo lo que poseía. En términos históricos, esto es todo lo que se sabe de Melquisedec.

La tierra de Canaán era ocupada por siete tribus inicuas, las cuales representaban las fuerzas malignas. Sin embargo, en esa región había un lugar llamado Salem (o sea, Jerusalén), y el rey de Jerusalén era rey de justicia en medio de toda aquella idolatría e iniquidad. Él era sumo sacerdote del Dios Altísimo. ¡Qué hecho maravilloso! Dios tiene su testimonio en todo lugar, aun en un lugar como aquél. El sumo sacerdote vino para bendecir a Abraham y, sin duda alguna, el mayor bendice al menor.

Melquisedec es mencionado por segunda vez en el capítulo 110 de los Salmos. Habían pasado mil años, y el salmista, por inspiración divina, dice que un día el Mesías será ungido rey. «Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies». Luego dice: «Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec». Pasaron otros mil años, y llegamos al libro de Hebreos, donde Melquisedec es mencionado otra vez: «…este Melquisedec … que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios…».

Hermanos, no pensemos que Melquisedec es un personaje ficticio. Él fue una persona real que vivió en la misma época que Abraham. Y es obvio que Melquisedec tuvo un comienzo y un fin, pero el Espíritu Santo no menciona nada sobre su nacimiento y muerte, porque él deseaba utilizar a Melquisedec como un tipo de Cristo, el sumo sacerdote. Al omitir el nacimiento y la muerte de Melquisedec, puede ser usado para representar a Cristo como sumo sacerdote.

Ahora, ¿qué es el orden de Melquisedec? ¿En qué sentido ese orden es distinto del orden del sacerdocio levítico? Hay una gran diferencia: El orden levítico escoge hombres como sacerdotes, mas el orden de Melquisedec tiene al Hijo como sumo sacerdote. El orden levítico escoge hombres débiles, mortales, mas el orden de Melquisedec escoge al Dios inmortal como sacerdote.

En el orden levítico, los sacerdotes mueren, y a causa de eso, el sacerdote cambia constantemente; pero en el orden de Melquisedec, el sacerdote nunca cambia, pues vive para siempre. Él es sacerdote según el poder de una vida indestructible.

En el orden levítico, ellos mismos eran débiles, y por eso simpatizaban con los débiles. En el orden de Melquisedec, Jesucristo vino a este mundo a fin de ser un hombre, para ser tentado en todas las cosas, mas sin pecado, de modo que él pudo simpatizar con nosotros. Sin embargo, él no sólo simpatizaba con nosotros, sino que fue constituido sacerdote según el poder de una vida indestructible; por tanto, él puede salvarnos total y enteramente.

¿Conocemos nosotros a nuestro Señor como nuestro sumo sacerdote? Seamos conscientes o no de ello, nosotros somos hoy lo que somos por causa de su ministerio como sumo sacerdote. ¡Pero cuánto mejor es para nosotros cuando somos conscientes de esa verdad! Cuanto más le conocemos como nuestro sumo sacerdote, mejor podemos conocer la total y completa salvación que él es capaz de efectuar.

La obra de Jesucristo como sumo sacerdote

Sacrificio

¿Cuáles eran los deberes de un sacerdote? La primera cosa que un sacerdote debía hacer era ofrecer sacrificios. Una vez al año, él llevaba la sangre de los toros y machos cabríos hasta el trono de misericordia de Dios a través del velo. Él rociaba la sangre a fin de hacer propiciación por los pecados de la nación.

Nuestro Señor Jesús es nuestro sumo sacerdote. Entonces, si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de una novilla esparcidas sobre los contaminados los purifica, ¡cuánto más, cuánto mejor y más completamente nos santifica nuestro Señor Jesús, quien por el Espíritu eterno ofreció a Dios su cuerpo sin mancha! Una vez y para siempre, él obtuvo íntegramente nuestra eterna redención. Porque al ofrecerse a sí mismo a Dios, una sola vez, como sacrificio, hizo perfectos para siempre a los santificados.

Cuando nuestro Señor Jesucristo subió a los cielos, él se presentó a sí mismo, presentó su sangre delante del Padre (pero no debemos pensar en eso en términos físicos). Y esta sangre habla eternamente a nuestro favor. Lo que él obtuvo es una redención eterna.

Todos nuestros pecados y nuestra vida pasada son perdonados. Pero, ¿no es verdad que, en nuestra vida diaria, a causa de nuestras debilidades y descuidos, nosotros aún fallamos, aún pecamos y caemos? ¿Qué sucederá, entonces, si nosotros pecamos?

¿Saben ustedes por qué surgió el bautismo por aspersión en el Cristianismo? En los primeros días de la iglesia el bautismo era por inmersión. Sin embargo, un poco más tarde, surgió una teoría bastante extraña; llamo a eso teoría (y no teología), según la cual todos nuestros pecados son lavados en el momento de nuestro bautismo, pero los pecados cometidos después del bautismo serían muy difíciles de ser tratados.

A causa de eso, las personas retrasaban al máximo su bautismo, y recién cuando estaban a las puertas de la muerte, querían ser bautizados. Pero estando ya en su lecho de muerte no podían ser sumergidos, por eso se les rociaba. Esas personas no lograban ver la eficacia eterna del sacrificio, de la sangre del Señor Jesús, la cual es perpetua y perfecta.

«Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1ª Juan 1:9). Dios es justo, y si nosotros confesamos nuestros pecados, eso es algo muy bueno. Él no necesita torturarnos a fin de que confesemos nuestros pecados para, después de eso, condenarnos. Pero si tú los confiesas, Dios es justo, porque él ya aceptó una única vez a su amado Hijo como ofrenda por el pecado.

Dios llevó a su propio Hijo a la cruz. El precio está pagado, la sentencia fue ejecutada. Por tanto, siendo Dios justo, él no puede ejecutarnos nuevamente. Si así lo hiciere, él estaría siendo injusto. Él es fiel, y eso significa que la sangre del Señor Jesús selló un nuevo pacto. Por eso, si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda nuestra injusticia.

Vuelvo a preguntar: Si no fuese por su ministerio como nuestro sumo sacerdote, ¿cómo podríamos vivir la vida cristiana? Estaríamos bajo culpa todos los días de nuestra vida. ¡No podríamos vivir! Mas, gracias a Dios, Jesucristo es nuestro sumo sacerdote.

Intercesión

El trabajo del sumo sacerdote es interceder. El sumo sacerdote entraba al Lugar santísimo no sólo para ofrecer sacrificio, sino también para orar por la nación. Cuando él salía de allí, podía bendecir a las personas.

¿Qué está haciendo nuestro Señor Jesús hoy? Está sentado a la diestra del Padre, intercediendo por nosotros. Él lleva mi causa y tu causa para presentarlas delante del Padre, tomando como base aquello que él mismo hizo por nosotros. Él es una gran garantía y, al mismo tiempo, el mediador del Nuevo Pacto. Es como si él estuviese diciendo al Padre: «Padre, este hijo tuyo pecó, pero yo derramé mi sangre. Yo soy el aval, el fiador del Nuevo Pacto, y de acuerdo con esta nueva alianza, tú, Padre, le perdonarás sus pecados. Tú no sólo perdonas sus pecados, sino que los olvidas». ¡Y el Padre lo hace!

Es como si nuestro Señor Jesús estuviese presentando nuestras debilidades al Padre, diciendo: «Padre, tus hijos son débiles; ellos no conocen tu voluntad, pero recuerda que yo soy el mediador del Nuevo Pacto; yo voy a proveer y a derramar sobre tus hijos los beneficios, las bendiciones del Nuevo Pacto, a fin de que ellos puedan vivir por mi vida de resurrección, a fin de que ellos puedan ser vencedores».

Cuando nuestro Señor Jesús estuvo aquí en la tierra, él intercedió por Pedro, y eso sirve como ilustración del ministerio sacerdotal del Señor Jesús. Cuando Pedro dijo: «Aunque los demás huyan, yo iré contigo, aunque eso me signifique la muerte», nuestro Señor Jesús le dijo: «Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti…».

Amados hermanos, ¡eso es algo maravilloso! Satanás no puede hacer cosa alguna a un hijo de Dios sin el consentimiento de Dios. Y por extraño que parezca, a veces Dios lo permite – claro que él tiene un motivo para ello. Pedro no se conocía a sí mismo, estaba lleno de confianza en sí mismo. A causa de eso, Dios usó a Satanás para sacudirlo de modo que la paja pudiese ser removida y Pedro fuese purificado.

Satanás reclamó a Pedro, pero nuestro Señor lo reclamó también. «…pero yo he rogado por ti…». «Yo he intercedido por ti ante el Padre para que no pierdas tu fe, sino al contrario, para que tu fe sea purificada y puedas confirmar a tus hermanos».

Tampoco nosotros nos conocemos a nosotros mismos, pero él nos conoce. Él conoce todas las cosas, y es por su intercesión que nosotros somos guardados. ¡Cuán poderosa es su intercesión! ¿Dónde estaríamos nosotros sin ella? Seríamos zarandeados. Mas, gracias a Dios por su intercesión. Aunque seamos sacudidos, la paja está siendo removida, pero el grano de trigo está siendo purificado.

Ofreciendo dones a Dios

Un sumo sacerdote no sólo ofrece sacrificios a Dios, él también ofrece dones. Hay una diferencia entre sacrificios y dones. Antes de todo, nuestro Señor Jesús se ofreció a sí mismo como un verdadero don. ¡Oh, hermanos, cuán agradable fue él al Padre! Él es el holocausto, la ofrenda quemada.

La ofrenda quemada es, en verdad, más un don que un sacrificio, porque es una ofrenda voluntaria, una ofrenda total. Representa una vida totalmente consagrada, y eso satisface a Dios. Siendo así, por el hecho de ser nuestro sumo sacerdote, él nos presenta a Dios. En el capítulo 12 de Romanos está escrito: «…que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo…». ¿Cómo podemos presentarnos así, a menos que nos presentemos en Cristo?

Hoy podemos presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo, y el Padre queda satisfecho. Hoy podemos orar, y él mezcla nuestras oraciones con incienso, de modo que nuestra oración se hace aceptable. No pensemos que nuestra oración es muy poderosa; es muy débil, es casi nada, pero nuestro Señor le agrega su incienso, le agrega sus méritos. Él le adiciona su oración, y eso torna poderosa nuestra oración.

Él nos capacita para alabarle y adorarle; él nos capacita para servir a Dios. En eso consiste el presentarnos a Dios como dones. Todo es realizado a través de nuestro Señor Jesucristo. Sin él, nuestro servicio no es acepto. Sin él, nuestra alabanza y adoración no son aceptas. Sin él, nuestras oraciones no serán oídas y nuestra consagración no tendrá significado alguno.

Experimentando a Cristo como nuestro sumo sacerdote

¿Cómo podemos experimentar a nuestro Señor Jesús como nuestro sumo sacerdote? Nuestro problema es que él está en los cielos y nosotros estamos en la tierra. Sabemos que él está orando, intercediendo, por nosotros. Sabemos que él está ejerciendo su función sacerdotal, pero ¿cómo podemos entrar en ese conocimiento íntimo, experimental, de Cristo como nuestro sumo sacerdote?

Yo creo que el secreto, la clave, que nos da acceso a ese conocimiento reside en el siguiente hecho: Antes de que el Señor fuese a los cielos, él dijo a sus discípulos: «Yo iré, pero les enviaré otro Consolador». El Señor mismo es, en verdad, el Consolador, aquel que nos fortalece y nos guarda. Pero él dice: «Les enviaré otro Consolador». Otro de la misma especie. «El Espíritu Santo vendrá y morará en ustedes. Nunca los dejará ni los abandonará».

El Espíritu Santo en ti nunca te representa a ti mismo; él es el representante de Cristo. Cristo en los cielos te representa a ti, y el Espíritu Santo en ti representa a Cristo. Es exactamente de esa forma que funciona el ministerio de Cristo, nuestro sumo sacerdote. A medida que él intercede, el Espíritu Santo obra en ti.

El Espíritu Santo convence, enseña, guía, conduce, constriñe, restringe, da poder y capacita. Toda la operación del Espíritu Santo en nuestra vida ocurre de acuerdo con el ministerio de nuestro Señor Jesús como nuestro sumo sacerdote. Si nosotros conocemos eso, entonces el Señor, como nuestro sumo sacerdote, será muy real en cada instante de nuestra vida diaria.

Si no conocemos al Espíritu Santo, ¿cómo podremos vivir una vida cristiana? Si no conocemos al Espíritu Santo, ¿cómo podremos conocer a Cristo como nuestro sumo sacerdote? El Espíritu Santo en nosotros tiene como objetivo glorificar a Cristo. Es él quien va a transformarnos y conformarnos a imagen de Cristo.

La obra del Espíritu Santo se basa en la obra de Cristo. Por tanto, recuerden que lo que nos hace experimentar a Cristo como nuestro sumo sacerdote es la operación del Espíritu Santo. Es por esa razón que Pablo, cuando estaba en Éfeso, preguntó a los doce discípulos de Juan: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?». En otras palabras, Pablo estaba diciendo: «Si ustedes no tienen el Espíritu Santo, ¿cómo es posible que sean cristianos?».

Todo aquel que cree en el Señor Jesús tiene al Espíritu Santo morando en sí mismo, y el Espíritu Santo estará en el creyente representando a Cristo como nuestro sumo sacerdote. Es como si el Señor en los cielos dijese: «Veo en este hijo mío algo que no está correcto; él necesita ser convencido». Y el Espíritu Santo convence. Nuestro Señor Jesús ora diciendo: «Veo que este hijo mío está en tinieblas; él necesita luz». Y a medida que él ora, el Espíritu Santo nos trae luz.

Es por eso que afirmamos que, sin el Señor como nuestro sumo sacerdote, nosotros no podemos vivir. Mas, gracias a Dios, él es nuestro sumo sacerdote que intercede siempre por nosotros, de modo que puede salvar completamente a aquellos que se acercan a Dios a través de él.

Siendo así, hermanos, la epístola a los Hebreos en su totalidad tiene como objetivo capacitarnos para ver a Cristo como nuestro apóstol y nuestro sumo sacerdote. Y al verlo como apóstol y sumo sacerdote, acerquémonos al trono de la gracia en plena certidumbre de fe, conservemos firmes la confesión de esperanza hasta el fin y estimulémonos unos a otros al amor y a las buenas obras.