Epístola a los Gálatas.

Lecturas: Gálatas 1:6-17; 3:1-3; 6:11-18.

Ya mencionamos anteriormente que la Biblia es la revelación de Jesucristo. Es la voluntad de Dios que en cada uno de los sesenta y seis libros, nosotros veamos a Jesús. Si no vemos a Jesús en alguno de ellos, perderemos el verdadero motivo por el cual nos fue dada su Palabra. Debemos ver a Jesús en sus muchos aspectos y en diferentes contextos. En esta ocasión, estudiaremos la epístola a los Gálatas. Se puede decir que esta carta nos permite ver a Cristo a través del error – el error doctrinal.

¿Cuál es el error doctrinal que encontramos en la carta a los Gálatas? De acuerdo con Hechos 13 y 14, sabemos que el Espíritu Santo apartó a Bernabé y Pablo para el apostolado. Al iniciar su ministerio, visitaron primeramente algunas ciudades en Galacia: Antioquía de Pisidia, Licaonia, Listra y Derbe. Allí predicaron el evangelio de Jesucristo, y muchas personas vinieron al Señor. Establecieron iglesias. Podemos decir que estas primeras iglesias en Galacia eran el primer amor del apóstol Pablo porque fueron su primera obra como apóstol. Los visitaba cada cierto tiempo. En casi todos sus viajes él pasaba por Galacia. Pero, después de diez años, casi al final de su tercer viaje apostólico, Pablo tuvo que escribir una carta a los creyentes de Galacia combatiendo un error doctrinal básico.

¿Cuál era ese error? Al comparar 1 Corintios con la carta a los Gálatas, descubriremos que los creyentes en Corinto tenían muchos problemas, pero estos eran, en su gran mayoría, conflictos prácticos y morales. Aunque ellos tuviesen problemas doctrinales, éstos no eran comparables a las dificultades que tenían en cuestiones de moral y en su vida práctica. Los creyentes de Galacia, en tanto, tenían un solo problema y no muchos, como los creyentes de Corinto, y este era un problema doctrinal, con respecto a la verdad. A causa del error, sus vidas estaban siendo afectadas día a día.

Los corintios no querían caminar con el Señor. Pensaban que, para ellos, el ser salvos era suficiente. Ellos deseaban ser bebés por toda la vida, querían tener siempre a alguien que los cuidara y, de esta manera, no querían asumir responsabilidad alguna. Por tanto ellos permanecían como bebés, en la carne, no crecían hasta tornarse hijos e hijas de Dios maduros, y esto entristecía a Dios profundamente.

Los problemas de los cristianos en Galacia, en tanto, eran casi lo opuesto. Después de haber creído en el Señor Jesús, ellos deseaban crecer y alcanzar la perfección de manera tal que fueron tentados a caer en la esperanza de obtener una espiritualidad instantánea. La reacción de Pablo o, mejor dicho, la reacción de Dios, fue más fuerte con relación a los cristianos en Galacia que para los creyentes de Corinto. Pablo escribió una carta muy severa a los cristianos de Galacia y en ella podemos sentir la verdadera agonía del corazón de Pablo.

Cuando escribió la primera carta a los Corintios, él derramó muchas lágrimas, pero, cuando se dirigió a los Gálatas, él verdaderamente lloró y agonizó mientras les escribía. Su corazón estaba partido porque había un error básico en medio de ellos, el cual destruiría, no tan sólo la obra de Pablo entre ellos, sino el propio evangelio de Jesucristo.

¿Cuál era, entonces, el error que Pablo debería combatir? Era aquel «otro evangelio». Este «otro Evangelio» al que se refiere Pablo no es el evangelio de acuerdo con el evangelio de Jesucristo. En realidad es un evangelio opuesto al de Jesús. Era predicado como evangelio, pero no era un evangelio; eran malas noticias y no buenas nuevas. El único evangelio que es en verdad buenas nuevas es el evangelio de Jesucristo. O sea, Jesucristo es el Evangelio; él es las buenas nuevas. Si alguna otra cosa es predicada que no sea Jesucristo, no son nuevas de alegría, sino malas noticias, porque nos llevarán a la destrucción.

Este «otro evangelio» que Pablo tenía que combatir con tanta severidad era una mezcla de ley y gracia. El evangelio de Jesucristo es el evangelio de la gracia. Sin embargo, algunos judaizantes vinieron a las iglesias de Galacia. Estos eran probablemente judíos, tal vez de la secta de los fariseos, que se habían convertido al cristianismo. Ellos habían aceptado al Señor Jesús y, sin embargo, aún estaban apegados a su judaísmo.

Sabemos que desde mucho antes algunos judaizantes vinieron de Jerusalén a Antioquía. Ellos empezaron a hablarles a los creyentes, en su mayoría gentiles, que ellos debían ser circuncidados y guardar la ley de Moisés, de lo contrario ellos no eran salvos y no podrían ser perfeccionados. A causa de esto, había una gran discusión y controversia entre ellos. Finalmente, la iglesia en Antioquía envió a Pablo, Bernabé y algunos otros a Jerusalén a fin de que se reunieran con los apóstoles y ancianos de allá y aclarar este problema tan básico: ¿El gentil que se convierte a Cristo debe guardar la ley de Moisés o no? O aun: ¿El gentil necesita hacerse judío a fin de poder tener salvación y ser perfeccionado?

Hubo una gran discusión en Jerusalén y, gracias a Dios, el Espíritu Santo, los apóstoles y los ancianos decidieron que los gentiles no necesitaban ser circuncidados ni hacerse judíos. Ellos no necesitaban observar la ley de Moisés, porque nadie podía cumplirla. Todo lo que deberían hacer era abstenerse de comer sangre, abstenerse de la idolatría y del adulterio. En realidad, estas no eran leyes de Moisés, sino leyes universales que venían desde los tiempos de Noé. Después del diluvio, Dios hizo un pacto con Noé, sus hijos y con todos los seres vivos, y ese pacto es válido hasta nuestros días.

Después de la decisión, se enviaron cartas a diferentes iglesias de Asia. Pero es sorprendente constatar que, aun después de tomada esta decisión, el problema no estuvo resuelto. Aun después del concilio en Jerusalén, algunos judaizantes fueron a Asia y Galacia para enseñar que los creyentes en Jesucristo deberían ser circuncidados, deberían obedecer la ley de Moisés y observar ciertas ordenanzas de la ley del Antiguo Testamento. Mezclaban la ley y la gracia. Ellos aceptaban a Jesucristo, pero decían que eso no bastaba; Cristo no era suficiente. Después de haber recibido al Señor Jesús, tú deberías ser circuncidado y observar las leyes a fin de ser perfeccionado. Ellos judaizaron el cristianismo. Intentaron hacer del cristianismo una parte de la religión judaica en vez de ser una relación viva con el Señor Jesucristo, donde Cristo lo es todo. Comenzaron a reducir el cristianismo a un sistema, una religión de leyes, reglas, reglamentos, ritos y ceremonias. Al hacer eso, sutilmente, estaban destruyendo el fundamento mismo del evangelio de Jesucristo.

¿Cómo se explica esto? La causa es la naturaleza humana. Descubriremos que este «otro evangelio» atrae los instintos de la naturaleza humana porque, en lo que se relaciona con los instintos, a nosotros siempre nos gusta hacer algo. Si recibimos todo gratuitamente, sentimos que no hay gloria para nosotros; a nuestra naturaleza humana le gusta hacer cosas de manera que podamos recibir alguna gloria de aquello que hacemos, aun en lo que respecta a la salvación. ¿Por qué tan pocos reciben este don de Dios? Porque es gratuito. Si Dios exigiese alguna cosa, probablemente muchos intentarían obtenerla; pero la salvación es gratuita; Dios ya lo hizo todo. Tú no puedes hacer nada. Dios no te exige que hagas nada, porque él sabe que no puedes hacer nada. Es gratuitamente concedida, es universal, dada a ti y, porque esto es tan bueno, concedido tan libremente, las personas no quieren poseerla. Así es la naturaleza humana.

Después que las personas creen en el Señor Jesús, ellas aún poseen ese instinto humano. O sea, después que hemos probado todos los recursos y comprobado que ninguno funcionó, concluimos que no podemos salvarnos por nosotros mismos, entonces tenemos que humillarnos y aceptar el don gratuito de Dios – Jesucristo. Pero, aun después de haber hecho esto, nosotros decimos: «Ahora que somos salvos, vamos a completar esta salvación. Vamos a hacer algo para perfeccionarla». Este es el instinto humano, nosotros queremos hacer alguna cosa. De esta manera, estos judaizantes fueron a los creyentes de Galacia y les dijeron: «Muy bien, es maravilloso saber que ustedes creen en el Señor Jesús. Ustedes necesitan realmente creer en él; pero, si quieren ser perfectos, necesitan circun-cidarse y observar las leyes de Moisés. Entonces sí estarán completos». Y los gálatas cayeron en la trampa, porque su carne amaba aquellas cosas.

Además de eso, hay otra cosa que también es explicada por el instinto humano. A nosotros nos gustan las cosas instantáneas, nos gusta ver que las cosas sucedan rápidamente. Queremos el bien inmediato. Oh, cuán bueno sería si llegásemos de inmediato a la madurez. Así pues, los judaizantes se pusieron en medio de los creyentes gálatas y dijeron: «¿Ustedes quieren ser maduros? ¿Quieren ser perfectos? ¿Quieren ser exitosos? ¡Eso es muy fácil! Todo lo que necesitan es circuncidarse y observar unas pocas reglas y leyes. Entonces serán perfectos». Y los cristianos de Galacia aceptaron la propuesta con avidez. Ellos dijeron: «¡Perfecto! ¡Esto es muy bueno, porque así seremos espirituales instantáneamente!».

¿No es así la naturaleza humana? Queremos que todo ocurra en un instante. Aun cuando se trata de cosas espirituales, queremos la espiritualidad instantánea. Así que, si alguien nos ofrece un evangelio, que no es realmente evangelio sino una falsificación, que nos prometa espiritualidad instantánea, me temo que nosotros aceptemos y caigamos en el mismo error en que los gálatas incurrieron. Ellos eran tan impacientes que no querían permitir que el Espíritu Santo obrase cada día en sus vidas formando a Cristo en ellos cada vez más, para que ellos pudiesen crecer verdaderamente en Cristo. Esto les parecía muy aburrido, demasiado lento. Ellos querían algo rápido e inmediato, y por eso cayeron en el error. Con esto, es claro que ellos estaban desechando la gracia de Dios, apartándose de la gracia de Dios. Así, el fundamento del evangelio fue destruido. En vez de glorificar a Cristo, ellos estaban glorificando el ‘yo’. En vez de recibir la gracia de Dios, trataron de perfeccionarse por las obras de la ley. En vez de la fe en Jesucristo, ellos confiaron en su carne y el resultado de tal elección fue evidente. A causa de este error básico, sus vidas estaban siendo afectadas en forma negativa día tras día. Las obras de la carne eran muy notorias, en tanto los frutos del Espíritu eran escasos. Este «otro evangelio», que en realidad no es evangelio, es lo que el apóstol Pablo estaba combatiendo.

Hace cuatro siglos atrás, ocurrió la Reforma. Martín Lutero y los reforma-dores se enfrentaron a una situación semejante a la que Pablo enfrentó en Galacia. Lutero y los reformadores tuvieron que confrontar a un cristianismo judaizado. ¿Qué era el cristianismo hace cuatro siglos atrás? El cristianismo no era Cristo. Cristo había sido enterrado; la Biblia había sido cerrada. En aquella época, las personas trataban de obtener la salvación, no por la fe en Cristo Jesús, sino por medio de las buenas obras. Si ellos obtenían muchos méritos, entonces irían al cielo; si no, irían al purgatorio.

El cristianismo era un sistema, una religión. El cristianismo era un conjunto de reglas, ritos y ceremonias. Las personas intentaban salvarse a sí mismas y aun así afirmaban creer en el Señor Jesús. El cristianismo estaba judaizado; ya no era Cristo. Era el hombre haciendo todas las cosas, aun tratando de salvar su propia alma. Esta es conocida como la época oscura. Había muchas tinieblas, tantas, que la verdad del evangelio no era conocida. Gracias a Dios, él levantó a Lutero y los reformadores. Nosotros sabemos que Martín Lutero dijo: «La carta a los Gálatas es mi carta. Es mi Catalina (ese era el nombre de su esposa). ¡Estoy casado con esa carta!». El utilizó la carta a los Gálatas como una espada para herir a aquel cristianismo judaizado del siglo XVI. El mostró a las personas que la justificación es por la fe, y no por las obras de la carne. El dio a las personas que habitaban en Europa en aquella época una Biblia abierta, accesible a todos, a fin de que pudiesen retornar a la Palabra de Dios en vez de oír la tradición de los padres.

Amados hermanos, ¿cuál es el desafío que nosotros tenemos hoy? ¿Estamos en una posición más cómoda que la de Pablo? ¿Es nuestra condición mejor que la de los reformadores? ¿Cuando miramos el cristianismo de hoy, qué es lo que vemos? ¿No se ha judaizado el cristianismo nuevamente? ¿No están mezcladas otra vez la gracia y la ley? Es cierto que Cristo no ha sido totalmente rechazado. Él aun no ha sido dejado fuera. Las personas aún mencionan el nombre de Jesús; pero es como si él no fuera suficiente y necesitáramos una ley para ayudarlo. Tú no puedes entrar a través de Cristo, necesitas ser ayudado por Moisés. Puedes empezar por el Espíritu, pero tendrás que ser perfeccionado por las obras de la carne. Hay una mezcla de ley y gracia.

Después que creíste en el Señor Jesús, ¿que es lo que se espera de ti? Se espera que obedezcas a ciertas normas y reglamentos. Se espera que hagas ciertas cosas y si las haces, entonces eres perfecto. El cristianismo hoy se ha vuelto una religión, no es una relación viva. Se ha tornado un sistema de cosas, en vez de que Cristo sea todo. Las personas hoy no saben lo que es la gracia, porque están bajo la esclavitud de la ley. No saben lo que es la fe, porque todas ellas están envueltas en las obras. No saben lo que es el Espíritu Santo porque todo es esfuerzo propio. El cristianismo hoy está judaizado. Hoy, el fundamento mismo del cristianismo está en peligro. Oh, cuanto necesitamos volver a la carta a los Gálatas, porque en ella encontraremos lo que es en verdad el evangelio de Jesucristo.

Al combatir este error, «el otro evangelio», Pablo no escribió con un lenguaje negativo. Muchas veces, cuando nosotros tratamos de combatir un error, tenemos la tendencia a ser extremadamente negativos. Vemos todos los errores, pero, ¿dónde está la verdad? Sin embargo, a medida que Pablo era guiado por el Espíritu Santo, escribió esta carta con un lenguaje muy positivo. No sólo por medio del contraste, sino también al presentar lo que es realmente el evangelio del Señor Jesucristo y, si conocemos la verdad, seremos verdaderamente libres.

La carta a los Gálatas puede ser dividida fácilmente en tres partes, compuesta de dos capítulos cada una. Es evidente que la división en capítulos es arbitraria, pero coincidentemente se puede dividir esta carta en tres partes. Los primeros dos capítulos tratan de la autenticidad u origen del evangelio de Pablo –¿Dónde recibió Pablo el evangelio? ¿Cómo lo recibió?–. Los capítulos 3 y 4 hablan de la naturaleza del evangelio de Pablo –¿De qué trata este evangelio?–. Los capítulos 5 y 6 nos hablan del efecto del Evangelio de Pablo –Cuando predicamos el evangelio, ¿cuál es el resultado? ¿Cuál será, en la práctica, el resultado final del evangelio?

El origen del evangelio

Gálatas 1:11-12: «Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo». Pablo dice que el evangelio que él predica no es según hombre, porque él no lo recibió de hombre alguno ni le fue enseñado por hombre alguno. El evangelio que él predicaba había sido recibido por revelación de Jesucristo. Entonces él habla un poco de su historia personal. Dice que fue educado en el judaísmo, con lo que estaba en pleno acuerdo. El era un fariseo de fariseos, aventajando a muchos de su edad en el judaísmo. Estaba tan involucrado en la tradición de sus padres, en la enseñanza de los rabinos con relación a la palabra de Dios, que consideraba su deber perseguir a Cristo y a sus seguidores. De acuerdo con la enseñanza de los padres en el judaísmo, Jesús era considerado un impostor, del cual ellos querían deshacerse.

Por tanto, Pablo dice que perseguía a la iglesia con excesivo celo. Él no quería tener ningún vínculo con Cristo, él era seguidor de Moisés. Tanto era así, que él iba a las ciudades de los gentiles para apresar a los cristianos y los llevaba a Jerusalén para que fuesen condenados. Pero, el Señor lo detuvo a la entrada a Damasco y lo desafió: «¿Saulo, Saulo, por qué me persigues? Tú ni siquiera me conoces. ¿Por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón. ¿No sabes que estás en mis manos y deberías estar haciendo mi voluntad? Sin embargo, te opones a mí». Y cuando agradó a Dios revelar a su Hijo a Pablo y en Pablo, esa revelación lo transformó completamente. Él recibió las buenas nuevas por medio de la revelación de Jesucristo. Ningún hombre se lo enseñó, sino fue el Señor mismo quien se lo reveló.

Después de haber visto el Señor como la buena nueva, el evangelio, la salvación, la esperanza, la fe, el amor, ¿qué hizo él? ¿Regresó corriendo a Jerusalén para buscar y encontrar a los que ya eran apóstoles antes de él, para que le fuese enseñado más acerca del evangelio de Jesucristo? No. Y él fue a Arabia, no por orgullo, sino porque deseaba conocer el evangelio de primera mano y no de modo indirecto. La expresión «Arabia», es un término que, en aquella época, podía referirse a muchos lugares. Pero a medida que leemos la carta a los Gálatas, encontramos algunas indicaciones de otros lugares, como por ejemplo, «Sinaí».

Después que el Señor se hubo revelado a Pablo y que él estuviese algunos días con los discípulos, es muy probable que Pablo haya viajado al desierto, al monte Sinaí. Sabemos que el monte Sinaí es el lugar donde fue dada la ley y también el lugar donde fue el profeta Elías, después de huir para salvar su vida y recobrar su ministerio delante de Dios. Pablo fue al Sinaí – el lugar de la ley y del profeta. Él se había apartado a fin de estar a solas con Dios mismo y allá, creo yo, Pablo releyó el Antiguo Testamento a la nueva luz de Cristo. Él conocía el Antiguo Testamento, la palabra de Dios, pero lo había leído a la luz de las tradiciones de los padres, y cuán engañado estaba a causa de ello. Ahora necesitaba releer la Palabra a la luz de Cristo.

Oh, amados hermanos, él, de modo impresionante, descubrió a Cristo en cada página del Antiguo Testamento. Entonces volvió a Damasco y allí predicó que Jesús era el Cristo, el Mesías, aquél cuya venida estaba prometida en el Antiguo Testamento. Tres años después de su conversión, fue a Jerusalén a fin de tener comunión y no actuar en forma independiente. Encontró a Pedro y Santiago, estuvo con ellos durante quince días; regresó a Tarso, pasando algunos años en las regiones de Siria y de Sicilia. Él fue a Jerusalén con la revelación que había recibido sólo después de transcurridos catorce años. Si embargo, aunque exteriormente parezca que él haya ido a Jerusalén a causa de la controversia con los judaizantes en Antioquía, en realidad él fue por revelación. Dios le había revelado que él debía ir a Jerusalén por amor del evangelio. Pablo llevó consigo a Tito. Tito sería una buena prueba en aquella ocasión, puesto que era gentil, y por tanto incircunciso.

Al leer el segundo capítulo de Gálatas en el idioma original, el griego, se descubre que la gramática de Pablo estaba completamente mezclada en este capítulo, absurda, un texto gramaticalmente malo. Cuando se lee el capítulo 15 del libro de los Hechos, se percibe que los ánimos no estaban tan exaltados; pero al leer Gálatas 2 es posible darse cuenta que Pablo mezcla las reglas gramaticales, comprobando que él estaba muy agitado. Sin duda, trataron de presionar a Pablo para que circuncidase a Tito, pero él dice que él no cedería en ninguna manera, para que la verdad del evangelio permaneciese entre ellos. Gracias a Dios, en aquel gran conflicto, Pablo permaneció firme en favor de la verdad del evangelio. Es la gracia, y no la gracia incremen-tada por la ley. La batalla fue ganada, pero los judaizantes lo perseguirían por toda su vida. Ellos fueron a las iglesias en Galacia y casi tuvieron éxito en judaizar a los cristianos allí, haciéndolos judíos en vez de cristianos.

Tras el concilio en Jerusalén, Pedro visitó Galacia y comió con estos cristianos gálatas que eran gentiles. En los primeros días de la iglesia, los hermanos acostumbraban reunirse y comer juntos. Esta comida era llamada ‘fiesta del amor ágape’. Todos contribuían para esta ocasión en que comían juntos, y era una comunión de amor. Cuando Pedro estuvo con ellos, participó de aquella fiesta del amor y comió con los cristianos gentiles. Pero entonces vinieron algunos judai-zantes de Jerusalén y Pedro se atemorizó. Él pensó: «¿Qué va a pensar Santiago de mí? ¿Qué dirán aquellos que son celosos por las tradiciones judaicas?». Nosotros sabemos cómo era Pedro. Él se separó de los gentiles y ya no comió más con ellos. Aun Bernabé actuó de la misma manera, como si los gentiles fueran impuros. En ese momento, el evangelio de Jesucristo es puesto a prueba: ¿será judaizado o permanecerá puro?

Por causa de la verdad del evangelio, Pablo, el más joven entre los apóstoles, confrontó a Pedro públicamente, diciendo: «Todos sabemos que aun nosotros mismos, los judíos, necesitamos creer en el Señor Jesús a fin de recibir la salvación del mismo modo que los gentiles. ¿Cómo podríamos obligar a los gentiles a que se hagan judíos? Si nosotros mismos no somos capaces de obedecer la ley, ¿cómo pretendemos poner esta carga sobre los gentiles? Si hiciéremos eso, estaríamos apartándonos de la gracia de Dios». Gracias a Dios, el evangelio de Jesucristo pasó la prueba, porque en Cristo no hay judío ni gentil, circunciso ni incircunciso. El evangelio que Pablo predicaba es el evangelio de Jesucristo. Él lo recibió por revelación, esta revelación fue probada y comprobó ser verdadera – este es el evangelio en el cual nosotros hemos creído.

La naturaleza del evangelio

Gálatas 3:1: «¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos fue ya presentado ya claramente entre vosotros como crucificado?».

El evangelio predicado por Pablo es: «Cristo crucificado». En 1 Corintios, él dice: «Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado». Este es el evangelio, y «Cristo crucificado» es la figura que les es presentada. Esta figura fue puesta en medio de ellos como un cartel, algo que debería permanecer siempre delante de sus ojos – «Cristo crucificado». Esto es el evangelio. Cristo ya hizo todas las cosas para nosotros. Ya no hay nada más por hacer. Todo lo que necesitas es creer en él. Es por gracia, todo por gracia.

La salvación es una promesa de Dios. Dios había prometido una bendición, una herencia, a Abraham y su descendencia. Pero si era una promesa, entonces no podía ser recibida por medio de las obras, ni ser anulada a través de la ley. La promesa de Dios a Abraham no fue revocada ni anulada por la ley de Moisés que fue dada cuatrocientos treinta años más tarde. Una promesa debe ser recibida. Es dada de gracia y debe ser recibida por la fe. Pero, entonces, ¿por qué fue dada la ley? La ley nos fue dada para darnos a conocer la trasgresión. La ley es como un tutor que nos conduce a Cristo.

Amados hermanos, Pablo está tratando de decir a los cristianos de Galacia que «Cristo crucificado» es el evangelio; «Cristo crucificado» les basta. Es promesa de Dios es gracia. Debe ser recibida por la fe y, cuando eso ocurre, tú recibes el Espíritu Santo de la promesa. El Espíritu Santo te es dado a fin de perfeccionarte hasta que alcances la condición de hijo maduro. Dios es quien hace todo esto. ¿Por qué, entonces, ustedes quieren retroceder y apoyarse en las obras de la ley? Si ustedes hacen eso, recuerden que aquel que viola un mandamiento, los ha violado todos. Está bajo la maldición de la ley. En la palabra de Dios está escrito: «Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre» (Gál. 4:30). Sólo aquellos que nacieron de la promesa pueden recibir la herencia prometida por Dios. Esto el evangelio – «Cristo crucificado». Que podamos tener siempre esto presente en nuestros corazones.

Nosotros vemos a Cristo crucificado en la cruz. ¿Por qué? Porque él fue crucificado no sólo para llevar sobre su propio cuerpo nuestros pecados y pudiésemos ser perdonados, sino que fue también crucificado para que vuestro viejo hombre, nuestro ‘yo’, fuese crucificado juntamente con él. «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó así mismo por mí» (Gál. 2:20). Esto es el evangelio.

El efecto del evangelio

Gálatas 5:1: «Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud».

Cuando tú crees en Jesucristo, eres libertado por él. Si conoces la verdad, la verdad te hará libre. Si el Hijo del Hombre –el Hijo de Dios– te liberta, entonces serás verdaderamente libre. Gracias a Dios somos libres en Cristo Jesús. Permanece en esta libertad. No te pongas de nuevo bajo la esclavitud de la ley. Una gran tentación para nosotros, aun siendo cristianos, es volver atrás y colocarnos bajo el yugo de la ley.

Amados hermanos, después de haber creído en el Señor Jesús, ¿le miramos constantemente a él? ¿Ves siempre a «Cristo crucificado» como la verdad? ¿O, después de haber sido salvo, te vuelves a ti mismo y dices: «Muy bien, ahora que ya soy salvo, tengo que hacer algo a fin de completar mi salvación; tengo que hacer esto y aquello, tengo que agradar a Dios, tengo que usar mi propia fuerza para cumplir todo lo que la ley de Dios exige?». ¿Te estás volviendo a ti mismo en la expectativa de perfeccionar tu salvación? ¿O ya has entendido que, no obstante haber recibido tu salvación, no eres tú quien vive, sino Cristo quien ha de vivir en ti? Si en lugar de intentar agradar a Dios y vivir la vida cristiana, reconoces que en tu carne no habita el bien, que estás muerto en Cristo y vives para Dios a través de la vida de Él, aprenderás a vivir por la vida de Cristo en ti.

Amado hermano, ¿estás otra vez en esclavitud, bajo el yugo de normas y reglamentos? ¿O eres ahora libre en Cristo Jesús? Permanece firme en esta libertad. No obstante, la libertad en Cristo, no significa que ahora eres libre para hacer todo lo que se te venga a la mente. Tener libertad en Cristo significa que ahora eres libre y, por lo tanto no necesitas ya más obedecer a la carne; eres libre para hacer la voluntad de Dios por medio de Su vida. Es por eso que Pablo dice: «Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el Espíritu es contra la carne… para que no hagáis lo que quisiereis» (Gál. 5:17).

Este es un versículo maravilloso y muy diferente del capítulo 7 de Romanos. En Romanos está escrito que tú no haces lo que deseas, sino aquello que no quieres hacer, eso haces. Esto es esclavitud. Pero en Gálatas 5:17 está escrito: «…y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis». Sin embargo, por cuanto el Espíritu Santo habita en ti y tú vives por el Espíritu Santo, tú no vas a hacer lo que tu carne desea que hagas. Tú eres capaz de no hacer aquello que no deseas hacer y eres capaz de hacer aquello que quieres hacer, porque ahora andas de acuerdo con el Espíritu de Dios. Libertad en Cristo no significa que ahora eres libre para hacer todo lo que se te antoje. Libertad significa que eres libre para vivir como Dios desea que vivas. Libertad en Cristo no significa que eres libre para andar según tu carne; por el contrario, eres libre para vivir en el Espíritu. De esta manera, cuando vives en el Espíritu, eres verdaderamente libre porque las obras de la carne serán crucificadas y el fruto del Espíritu será producido. Este es el efecto del evangelio de Jesucristo.

Algunas personas piensan que porque todo es por la gracia, por Su gracia, entonces después que creen en el Señor Jesucristo, ellos son libres para hacer todo lo que quieran. No. Si tú en verdad sabes lo que es la gracia, ésta producirá en ti el mismo carácter de nuestro Señor Jesucristo. Si realmente sabes que la gracia es nuestro Señor Jesucristo viviendo en ti, vas a andar según el Espíritu y no de acuerdo con la carne. Esto es gracia.

Pablo concluye diciendo: «Ved con qué grandes letras os escribí…». Cuando Pablo escribía sus cartas, generalmente las dictaba y otra persona transcribía, probablemente por causa de sus ojos. Pablo no tenía buena vista. Generalmente, él dictaba sus cartas, pero es posible que la carta a los Gálatas la haya escrito él mismo.

¿Por qué escribió esta carta personalmente? ¿Qué significa esto? Esto nos indica que Pablo estaba muy angustiado con la situación de los gálatas. Él podía prever que, si este problema no era resuelto, el cristianismo sería completamente judaizado y el evangelio de Jesucristo no sería conocido. Todas las personas se apartarían de la gracia. Estaba tan angustiado a causa de esto que no dictó la carta – él mismo tenía que escribirla. Sus letras eran grandes, tal vez feas. No podía tener buena caligrafía si tenía problemas de visión. Por tanto, decía: «No se preocupen por la apariencia exterior. Si ustedes buscan una buena caligrafía, yo no la tengo; pero tengo la realidad. Yo tengo a Cristo».

¿Cómo es posible tener a Cristo? No tendrás a Cristo si no aceptas la cruz. Es la cruz la que nos da a Cristo. Aquellos judaizantes querían escapar de la persecución de la cruz. Es por eso que ellos procuraban que las personas se circuncidasen. O sea, tú haces una cosa en tu cuerpo físico y todo está listo. No necesitas que la cruz obre profundamente en tu vida; no necesitas que la cruz haga que dejes los deseos y pasiones de tu carne, para que Cristo viva en ti. Pero Pablo dice: «Yo prefiero la realidad; me glorío en la cruz, porque ella me liberta del mundo, aun del mundo religioso de un cristianismo judaizado. La cruz me da a Cristo». Haciendo esto, él estaba trayendo en su cuerpo las marcas de Jesús. En el cuerpo de Pablo se podían ver las heridas y los sufrimientos – las marcas. Y, a través de estas marcas, él probó al mundo que el evangelio que predicaba era poderoso. Obró poderosamente en su vida.

Amados hermanos, el evangelio que ustedes reciben determinará el tipo de persona que ustedes son. Si tú recibes «otro evangelio», éste hará de ti otro tipo de cristiano. Te hará otro, pero no de la misma especie. Sin embargo, si recibes el evangelio de Jesucristo como Pablo lo predicó, éste hará de ti el cristiano que Dios desea. Así, pues, que la gracia del Señor Jesús sea con el espíritu de todos ustedes. Amén.

Tomado de Vendo Cristo no Novo Testamento, Tomo II.