La primera dificultad tiene que ver con las personas por las cuales oramos. Si ellos son libres para decidir su destino, y si han decido seguir un destino lejos de Dios, ¿de qué vale que oremos, si Dios no puede alterarlo?

Si miramos las Escrituras, veremos a Dios muchas veces disponiendo del corazón del hombre, con la libertad que solo el Dios todopoderoso puede hacer. ¿Consultó Dios a Faraón para ver si quería desempeñar el papel de «duro» frente a Moisés? La Escritura dice, simplemente, que Dios endureció su corazón (Rom. 9:16-18). ¿Preguntó Dios a Ciro si él quería favorecer a los israelitas para que reconstruyeran el templo en Jerusalén? La Escritura dice que Dios «despertó el espíritu de Ciro»para que promoviese la causa de los israelitas (Esd. 1:1). ¿Consultó Dios a Nabucodonosor si deseaba ser convertido en bestia? Pero Dios lo hizo (Dan. 4:31-37).

Estos tres reyes representan toda la grandeza y la soberbia humanas. Sin embargo, Dios –que gobierna en el universo– gobernaba también sobre sus corazones. La soberanía de Dios se expresó claramente en estos reyes en el pasado. ¿Será así también en el futuro? Apocalipsis 17 nos dice que diez reyes asolarán a Babilonia, «porque Dios ha puesto en sus corazones el ejecutar lo que él quiso» (v. 17). Eso no ha sucedido aún: es una profecía. Pero sabemos que se cumplirá, porque Dios lo ha dicho, no importa la grandeza o la oposición que estos reyes puedan hacer a Dios.

En Apocalipsis 3:7 dice: «Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre: Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar…». La iglesia en Filadelfia ha recibido la gracia de tener el favor de Dios para realizar su obra, y nadie se le puede oponer.

Cuando el apóstol Pablo, en dos pasajes de la epístola de Romanos, toca el asunto de la libertad del hombre versus la soberanía de Dios, no concluye el razonamiento de manera lógica (con lógica humana, 3:3-9 y 9:11-21), sino que exalta la soberanía de Dios. El apóstol invita al hombre a inclinar su cabeza y a aceptar, simplemente, los designios de Dios.

Si Dios es impotente frente a la libertad del hombre, frente a la dureza y soberbia humanas, entonces, ¿de qué vale que golpeemos su puerta pidiendo por la salvación de los hombres rebeldes? Dios no podrá con ellos.

Sin embargo, esto no es así. Cuando Dios dice: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Mateo 7:7-8), está afirmando tácitamente que él puede hacer todo aquello que pedimos o buscamos, o por lo cual llamamos.

Por la oración, vamos al Padre y pedimos que él toque a los hombres y los convierta. Que él derribe a los Nabucodonosores, a los Faraones y a los Ciros de este día, y haga con ellos su voluntad. Pediremos por quienes el Padre ha puesto en nuestro corazón, e insistiremos hasta que él nos conceda lo que pedimos.

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