Los judíos, en tiempos de Jesús, tenían una rara obsesión: ellos querían a toda costa que Jesús hiciera algún milagro espectacular que probara que él era el Mesías. Sin embargo, él rechazó sistemáticamente tales pretensiones. A los judíos no les bastaba el testimonio que Dios había dado de tantas maneras acerca de su Hijo; ellos esperaban un líder político que les librara del poder romano, un hombre capaz de hacer milagros, como los que hizo Moisés a la salida de Egipto.

Sin embargo, el Señor era todo lo contrario de esta imagen: era manso, sencillo y pobre; y cuando hizo milagros, les quitó todo perfil espectacular. Entonces, de acuerdo a la mentalidad práctica e interesada del judío, Jesús no podía ser el Mesías.

Otro pueblo, al igual que los judíos, tenía una extraña obsesión: eran los griegos. Pero su obsesión no eran las «señales», sino la sabiduría. Ellos se caracterizaban por la profundidad de su pensamiento; pretendían aclarar los misterios del mundo y de la vida valiéndose de su sola inteligencia. En días de Pablo, cuando se extendió el evangelio hasta Grecia, ellos se interesaron en oírle, y le propusieron que hablase.

Sin embargo, al llegar Pablo a disertar sobre la resurrección de Cristo, se burlaron, y se marcharon. La resurrección de un hombre no encajaba en su mentalidad. Ellos hubiesen esperado una ordenada argumentación en que, dados ciertos postulados, se hubiesen derivado otros de aquéllos, sin forzar la lógica del pensamiento. Pero el apóstol fue categórico y aseveró cosas que no demostró lógicamente ¿Cómo podían creerle?

Más aún, él les dijo que Dios había pasado por alto los tiempos de la ignorancia, y que ahora mandaba a los hombres que se arrepintiesen. ¿Los griegos, tratados de ignorantes por un despreciable judío? Era más de lo que podían aceptar (Hech. 17:16-34). Pablo dice que «agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación». Dios rechaza el camino de los milagros –aunque él hace milagros– y el de la sabiduría humana. Dios ha decidido salvar al hombre por medio de un método extraño: «la predicación».

La predicación es, simplemente, la exposición por medio de palabras de ciertas verdades espirituales. Ésta requiere que el oyente simplemente oiga, y la misma predicación producirá fe en su corazón para creer. La salvación llega al hombre vestida de sencillez, no con milagros, ni con «excelencia de palabras o de sabiduría», sino con una predicación acerca de la muerte de Cristo en la cruz, para salvar a los pecadores. La aceptación de este hecho otorga a los hombres vida eterna. Oír la palabra de la cruz y creer en el Crucificado es suficiente para alcanzar salvación.

Este es el extraño método de Dios, que es capaz de llegar a todos los hombres, sin distinción alguna. El método de Dios es la predicación de la cruz de Cristo, el Salvador de todos los hombres (1 Cor. 1:21).

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