Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame».

– Lucas 9:23.

La vida cristiana es gloriosa, no en el sentido de placeres, prosperidad y bendiciones, como muchos enseñan, sino que es gloriosa en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo y todas las cosas están muertas para nosotros, y nosotros para el mundo. «Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo» (Gál. 6:14).

Cuando Jesús nos enseñó a tomar nuestra cruz, él estaba hablando de una experiencia propia, que él mismo, antes de nosotros, había tomado. Él tomaba su cruz cada día. «Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día» (Mt. 16:21).

La cruz no es algo que podamos tomar y dejar. Una vez que la tomamos, no hay más vuelta, la muerte es segura; la pérdida de la vida y de todas las cosas de este mundo es segura. Una vez que Jesús tomó la cruz, no tuvo más vuelta (Lc. 22:42; Jn. 19:17-18).

Cuando nosotros la tomamos, tampoco hay vuelta, la muerte es segura; pero, como Dios resucitó a Jesús de entre los muertos, la vida gloriosa de la resurrección también es segura para nosotros. «Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (Ef. 2:5-6).

No hay cómo tomar la cruz y evitar la muerte; pero, después de esa pesada y vergonzosa cruz, viene la vida gloriosa de resurrección (1ª Jn. 2:6). Aquí no se trata del conocimiento de la palabra de la cruz de Cristo crucificado como un acto de justicia, sino de una vida ya crucificada y justificada por la fe. Es un vivir por la fe, tomando nuestra cruz cada día, para que la vida gloriosa de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. «Llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal»(2 Cor. 4:10-12).

No es una doctrina solamente, sino una verdadera carta escrita con el Espíritu del Dios vivo, que claramente puede ser leída por todos los hombres (2 Cor. 3:3). Somos hechura suya, llenos de frutos de justicia que vienen por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios (Fil. 1:11; Ef. 2:10; Tito 2:14).

Cuando la cruz termina su trabajo, no queda más el hombre, sino solo Cristo. Nadie podrá conocer esta vida gloriosa si desprecia la cruz, porque Dios comenzó esta obra en Cristo y la completará en nosotros (Fil. 1:6).

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