La vida de los hijos de Dios puede compararse a un tapiz tejido por Dios. En ese tapiz hay un diseño, hay formas, colores, hilos que se entrecruzan para conformar un todo acabado y perfecto.

En las vidas de los tres más grandes apóstoles –Pedro, Pablo, y Juan– podemos ver este diseño. Muchas de las cosas ocurridas en sus vidas seguramente no tenían explicación en el momento presente, pero después ellos pudieron ver las razones de Dios. Todas ellas tenían el propósito de quebrantarlos para que llegaran a ser vasos «dispuestos para toda buena obra», y que expresaran el carácter de su Maestro.

Pedro, el pescador de hombres, fue quien tiró primero las redes para pescar hombres para el Reino. Pedro quedó marcado por la revelación de Cesarea de Filipos, respecto de Jesús, como «el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Esta revelación había de ser el fundamento sobre el cual sería edificada la iglesia. Pedro era una piedra, pero esta revelación de Jesucristo era la Roca, es decir, el Cristo revelado por el Padre. Más tarde, en su primera epístola, Pedro se referirá a esto mismo al decir: «Acercándoos a él, piedra viva … vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo…» (1 Ped. 2:4-5).

En cuanto a su carácter, siendo por naturaleza impulsivo y vehemente, dueño de su voluntad, a la hora de su muerte debió ceder su voluntad a otros, según las palabras del Señor para él: «De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios» (Juan 21:18-19).

En Pablo, el constructor de tiendas llamado a edificar la iglesia de Dios, vemos cómo el perseguidor y encarcelador de los cristianos llegó él mismo a ser perseguido y encarcelado muchas veces. Sus últimos días los vivió en la cárcel, donde recibió y escribió las más grandes revelaciones que le fueron dadas. Desde allí escribió a Timoteo, ya anciano y probablemente enfermo, que le fuese a ver con premura, ojalá antes del invierno (2 Tim. 4:9, 21).

El apóstol Juan era el más joven de los Doce, y, sin embargo, llegó a ser el más viejo. Habiendo sido de carácter iracundo («Hijo del trueno»), fue transformado hasta ser el más delicado y tierno de todos. Sus mejores páginas las dedicó a escribir sobre el amor. Es el único de los apóstoles que usa la palabra «amigos» (3 Juan 15), oídas por primera vez mientras estaba recostado sobre el Señor aquella noche triste (Juan 15:14-15). Como restaurador («remendaba las redes» cuando fue llamado), Juan volvió a poner el fundamento primero de la iglesia, tanto en su Evangelio como en sus epístolas, especialmente la primera, que es la revelación de Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios.

Tres vidas perfectamente tejidas, armonizadas, por Dios. Muchas veces, en el presente no vemos el diseño de Dios, vemos sólo puntadas, hilos cortados, trazos inconexos. Pero el Tejedor avezado, magistral, sabe lo que está haciendo.

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