Cualesquiera hayan sido las experiencias que los hijos de Dios hayan tenido con el Espíritu Santo, parece haber en ellas un común denominador: Tras una primera experiencia de regeneración y sellamiento al momento de creer en Cristo, hay una segunda (o muchas más), de capacitación y llenura para el servicio cristiano.

La noche del día en que el Señor Jesús resucitó, se apareció a los discípulos y soplando sobre ellos, les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Juan 20:22). Podría pensarse que esta experiencia era suficiente. Sin embargo, unos cuarenta días más tarde, antes de ascender, les dice a los discípulos que esperen en Jerusalén la promesa del Padre (Hech. 1:4), que entonces recibirán poder para ser testigos suyos en Jerusalén, Samaria, y hasta lo último de la tierra. Diez días después, en Pentecostés, ocurrió esto, al descender el Espíritu Santo sobre ellos «como un viento recio».

Estas dos clases de experiencia parecen estar sugeridas en Efesios, cuando en 1:13 habla del sellamiento a la hora de creer, y cuando en 5:18 exhorta a ser llenos del Espíritu; una para salvación y la otra para el servicio.

Si examinamos la vida de los siervos de Dios a través de la historia de la iglesia, podemos advertir esta misma constante. Cualquiera haya sido la época en que vivieron, y la esfera de su servicio, ellos fueron capacitados con una segunda experiencia (o muchas más) con el Espíritu Santo.

Cuando el cristiano comienza a servir a Dios se hace más notoria la necesidad de estar capacitado con poder de Dios. Sus esfuerzos son inútiles, sus desvelos no dan fruto; el poder de las tinieblas suele abalanzarse sobre él como un río arrollador. ¿Qué hacer? Es preciso pedir socorro y recibir fortaleza.

Así como la orden del Señor fue esperar la promesa del Padre, antes de hacer la obra de Dios, los cristianos de hoy debieran también esperar esta experiencia antes de comenzar nada. La primera cosa necesaria es pedir al Señor esta segunda experiencia: El Señor dijo: «Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?» (Luc. 11:13). Más tarde, él dijo que esperasen la promesa del Padre. Estas dos cosas son necesarias: pedir y esperar. Con seguridad, Dios va a otorgar lo que ha prometido, porque Dios es fiel.

Así después, cuando haya que dar testimonio, el cristiano sentirá que el Espíritu Santo respalda sus palabras. El Señor dijo: «El Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también…» (Juan 15:26-27 a). El primero que da testimonio es el Espíritu Santo; luego, detrás de él testifica el cristiano. «Y vosotros daréis testimonio también…».

En realidad, nada puede hacer el hombre solo en la obra de Dios; ni amar, ni adorar, ni servir a Dios, si no es por el Espíritu Santo. Por eso, necesitamos no solo la experiencia inicial, sino muchas más, para estar plenamente capacitados.

100