El doble significado de la palabra profética anunciada en el libro de Isaías.

Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos”.

– 1 Ped. 1:10-11.

El testimonio de Jesús

Todo lo que los profetas del Antiguo Testamento anunciaron tiene que ver con la persona y la obra del Señor Jesús. Pedro nos dice que los profetas «inquirieron e indagaron acerca de esta salvación», o sea, todo lo que ellos hablaron apunta a esta obra de salvación.

Pedro continua diciendo que a estos profetas les fue revelado que ellos profetizaron, no para sí mismos, sino para nosotros. ¿Cuál era el asunto de su profecía? Los sufrimientos de Cristo, y las glorias que les seguirían. Esta es una clave muy importante. Este es el tema de la primera epístola de Pedro.

Los profetas miraban la venida de Cristo de lejos, y veían apenas un monte. Al mirar de lejos solo se ve un monte, pero al acercarnos vemos que son dos montes, uno detrás del otro, con un gran intervalo entre ambos. Estas son la primera y la segunda venida del Señor. La primera venida tiene un enfoque particular en su sufrimiento; la segunda está centrada en su gloria.

Isaías tal vez no podía comprender. Por eso, en un momento, él habla de los sufrimientos de Cristo y, a renglón seguido habla de la gloria del Mesías. ¿Cómo estas dos cosas pueden ir juntas? ¿El Mesías viene a sufrir, o viene a reinar? ¿Es el Mesías sufriente, o el Mesías glorioso?

Isaías no comprendía; pero al llegar al tiempo de los evangelios, todo se vuelve claro. El Verbo de Dios, el Hijo de Dios, fue hecho carne, y habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad. «No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo» (Juan 12:47). Él no vino inicialmente a reinar, sino a sufrir. Sin embargo, él vendrá de nuevo, y todo el universo verá su gloria.

En su primera venida, él fue el Cordero de Dios, en sus sufrimientos; hoy es el Cordero exaltado en el trono de Dios. Pedro dice que los profetas no sabían; ellos indagaron e inquirieron, porque no profetizaron para sí mismos y ni siquiera para aquella generación. Ellos profetizaron las cosas de la salvación reveladas a nosotros.

«…cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles» (1 Pedro 1:12). En el griego original, la palabra mirar es escudriñar, examinar cuidadosamente. Esta salvación es tan maravillosa, que aun los ángeles anhelan escrutarla. En el tabernáculo, en el Lugar Santísimo, sobre el arca del pacto, había dos querubines frente a frente; pero ellos no se miraban uno al otro, sino que tenían sus rostros inclinados hacia el propiciatorio, donde el sumo sacerdote depositaba la sangre.

La propiciación del Redentor, la salvación de Dios, la obra de Cristo, el valor de la sangre de Cristo, son cosas tan extraordinarias y tan profundas, que los ángeles anhelan escrutar. Si un querubín miraba al rostro del otro, estaría viendo su propia gloria.

Isaías y la salvación del Señor

¿Cuál es el tema de Isaías? Isaías significa «la salvación del Señor». Por eso, en los cinco libros de los profetas mayores, Isaías es el libro clave, aquel que contiene la base, el fundamento y la esencia. Su propio nombre significa salvación, e Isaías, como ningún otro profeta, es aquel que habla de los sufrimientos y de las glorias de Cristo.

La división de la Biblia en capítulos no es parte del texto inspirado; fue hecha mucho después del Canon. Pero hay algo interesante en Isaías. Éste tiene 66 capítulos, y la Biblia tiene 66 libros. Y no solo eso, los 39 primeros capítulos de Isaías subrayan la justicia de Dios (Antiguo Testamento) y los 27 capítulos finales enfatizan el amor de Dios (Nuevo Testamento).

Al iniciar la sección de Isaías sobre el amor de Dios, leemos: «Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios» (40:3). Son las palabras de Juan el Bautista, aquel que abre los evangelios, anunciando al Mesías.

Los capítulos 40 al 66 se relacionan con los 27 libros del Nuevo Testamento, enfatizando el amor de Dios. De ellos, Isaías 53 es el capítulo central. No hay otro lugar en la Biblia, en donde el evangelio sea anunciado tan claramente como en el capítulo 53 de Isaías.

Este capítulo, tan conocido por todos, ha llevado a que las rodillas de siervos y siervas se doblen durante veinte siglos. Aquel que fue subiendo como un renuevo delante del Señor, sin apariencia ni hermosura, sin belleza que nos agradase, el Cordero de Dios, aquel que fue como un cordero mudo delante de sus trasquiladores, aquel que no abrió su boca, aquel que llevó todas nuestras iniquidades, varón de dolores, experimentado en quebranto. ¡Qué maravillosas palabras!

Isaías 53 es el capítulo de la Cruz; él está en el centro de esta sección del amor de Dios. ¿Dónde podemos ver el amor de Dios en plenitud? No en los cielos, ni en la tierra, sino en el Gólgota. La Cruz es la expresión máxima del amor de Dios. Como dijimos, la primera sección enfatiza la justicia de Dios; y la segunda, el amor de Dios. Mas, la cruz es la expresión máxima de la justicia de Dios y del amor de Dios. En la cruz del Calvario, «la justicia y la paz se besaron» (Sal. 85:10). ¡Qué maravilloso!

Las visiones de Isaías

En Isaías capítulo 5, los versículos 8, 11, 18, 20, 21 y 22, todos ellos expresan un ¡Ay!, de distintas maneras. Al llegar al capítulo 6, éste es un punto de inflexión en la vida y el ministerio de Isaías. Si Dios lo usará de manera clara y poderosa, Isaías necesita al menos de cuatro visiones. La primera y más importante es: «Vi yo al Señor» (6:1). Nadie puede ser de alguna utilidad para el Señor, si no ha visto quién es el Señor. La visión de aquella gloria es imprescindible. Isaías tuvo esta visión «en el año que murió el rey Uzías».

Uzías ejerció un buen gobierno, pero hizo algo inadecuado: él quemó incienso en el santuario, aunque ésta era tarea de los sacerdotes. De inmediato Uzías recibe la lepra en su frente. La lepra, en la Biblia, no solo es un tipo del pecado, sino también de la rebelión. Cuando Miriam se levantó contra Moisés, quedó leprosa. La lepra nos habla de la rebelión del pecado.

En esa hora tan triste, Uzías tuvo que ser dejado de lado, permaneciendo leproso hasta su muerte. Su hijo Jotam tomó el reino en su lugar. Era una hora difícil para el pueblo de Israel. Ellos estaban siendo asolados por los asirios y en breve ocurriría el cautiverio de Asiria. En aquel tiempo de depresión espiritual, Dios levanta a Isaías.

Isaías tiene aquella visión en un tiempo tan difícil. «En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor» (6:1). Y en el versículo 5, él usa esta expresión: «Han visto mis ojos al Rey». ¡Qué maravillosa expresión! Esto necesita ser real para todos nosotros. «Han visto mis ojos al Rey», no solo en una única visión, sino en una visión progresiva, contemplando la gloria del Señor.

La devoción al Señor

En ocasiones anteriores, hemos llamado la atención de ustedes a la devoción. No confundan esto con leer devocionales. Hay devocionales muy buenos; gracias al Señor por ellos. Al hablar de devoción, queremos decir que, para nuestra jornada cristiana, necesitamos mucho más que conocimiento bíblico.

Para los jóvenes, este asunto del conocimiento es muy importante. Sí, el conocimiento bíblico es valioso. Es necesario estudiar las Escrituras; y no solo leer, sino estudiarlas y memorizarlas. Eso es de gran valor.

Nuestro Señor Jesucristo dijo: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí» (Juan 5:39). Eso está bien, no hay nada errado en ello. Mas, el Señor dice: «…y no queréis venir a mí para que tengáis vida» (v. 40). A causa del pecado que está en nosotros, nuestra debilidad, nuestra carne, nuestro ego, hacemos algo horrible: separamos las Escrituras del propio Cristo; y no tenemos aquellos ojos que buscan a Cristo en las Escrituras.

Este es un peligro muy grande; nos llenamos de conocimiento y quedamos con una cabeza enorme. Como alguien dijo, en el mundo físico, la distancia entre el cerebro y el corazón no llega a cincuenta centímetros; pero, en el mundo espiritual, es la distancia entre el infierno y el cielo. Las verdades de Dios, el conocimiento que hemos adquirido en las Escrituras, tiene que descender a nuestros corazones.

Alentamos a los jóvenes a que tomen la Palabra que ha sido compartida y la escuchen nuevamente. Una, dos, tres, ocho veces. Tomen la clave importante de cada libro de la Biblia, y vayan de nuevo a los pies del Señor. Hagan sus estudios personales. Contemplen al Señor, en el libro de Josué, en particular los primeros cinco capítulos; contemplen al Señor en el libro de Job, y vean la obra transformadora de Dios.

¿De qué sirve conocer técnicamente la estructura del libro de Job? Puedes predicar sobre aquel libro; pero, si no sabes nada del trabajo transformador de Dios en tu propia vida, entonces el Espíritu Santo nunca respaldará esa palabra. Aquella espada que no entró en tu corazón, no podrá penetrar el corazón de otros. Este es un principio espiritual.

Revelación y devoción

Austin-Sparks era un ministro de la palabra de Dios, pero, un día, él dijo a su esposa: «No me lleves comida a mi cuarto de estudio; me voy a encerrar y no voy a salir de ahí, hasta que Dios me muestre cuál es la causa de la esterilidad de mi servicio». Ahora, ¿saben a qué él llamaba esterilidad ministerial?

Sparks fue uno de los alumnos más destacados de Campbell Morgan, el príncipe de los predicadores expositivos. Sparks, un hombre muy inteligente, amaba la Escritura; pero estaba en una gran crisis espiritual. Él dice: «Yo podía predicar sobre todos los libros de la Biblia; cuál era su estructura, su mensaje central y sus énfasis. Pero yo estaba estéril; lleno de conocimiento, pero estéril».

No sabemos cuánto tiempo permaneció allí. Pero él relata que, en un momento, Romanos capítulo 6 fue traído de manera viva a su corazón. Es eso lo que la Biblia llama revelación. Él conocía muy bien el libro de Romanos, era maestro en el tema; pero, aquel día, la verdad de Romanos 6 penetró su corazón.

¿Qué dice Romanos 6? «…sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él» (v. 6). Sparks dice: «La luz irradió de tal manera que, a partir de aquel momento, comprendí que yo era un hombre aniquilado. Nada de mí mismo era útil para el Señor. Yo fui crucificado con Cristo». Nuestro viejo hombre, es el lado negativo. Pero, ¿saben lo que él dijo del lado positivo? «A partir de ese día, yo comencé a aprender lo que significa servir a Dios en el poder del Espíritu».

Él estaba sirviendo a Dios en la energía de la carne, con su conocimiento, con sus capacidades. Eso marcó toda la diferencia en la vida de Sparks. Cuando recibimos revelación, ¿cuál es el resultado? La devoción.

En la epístola de Pablo a los Romanos tenemos tanta doctrina maravillosa. Romanos es el libro más estudiado en estos veinte siglos de historia de la iglesia. Esta carta fue central en la vida de la mayoría de los siervos de Dios; fue así para Martín Lutero, Calvino, Sparks, Bakht Singh, y muchos otros. Pero, cuando Pablo escribe los once primeros capítulos, ¿cómo termina el capítulo 11? En devoción.

«Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor?» (Rom. 11:33-34). Esto es adoración, devoción, rodillas dobladas. Pablo, un gran teólogo; mas, sobre todo, un hombre de Dios.

Conocer a Cristo

Un abogado en Inglaterra, que vivió en la época de Spurgeon, gustaba oírle, pero no era creyente. Escuchaba a Spurgeon, pero nunca se rindió al Señor. Alguien le preguntó: «¿Por qué vas a oír a Spurgeon?». Él respondió: «Porque nadie dice un ¡Oh! como él». Cuando Spurgeon predicaba, fluían ríos de agua viva. Ese ¡Oh!, era la expresión de asombro de un hombre conquistado por las bellezas de Cristo. Si no es así con nosotros, ¿de qué sirve el estudio bíblico, la apologética, los seminarios?

«En el año que murió el rey Uzías». Depresión, esterilidad. «Vi yo al Señor … Han visto mis ojos al Rey». ¡Qué visión maravillosa! Isaías dice: «Sus faldas llenaban el templo». En sentido figurado, tipológico, Isaías vio algo de Cristo y la iglesia, porque él no solo vio la gloria del Señor; él vio que aquellas vestiduras llenaban el templo. Hay una relación directa entre el Señor y su casa, Cristo y la iglesia.

Hay tres aspectos más en Isaías 6. La segunda visión, en el versículo 5: «Ay de mí! que soy muerto». La palabra «muerto» es damá en hebreo, quedar mudo. «¡Ay de mí, yo quedo mudo!». En el capítulo 5 leemos muchos «ayes». «¡Ay!», para esto, y «¡Ay!», para aquello. Pero ahora es: «¡Ay de mí!», porque la gloria de Dios, como él la vio, expuso su propio corazón.

Estas dos visiones siempre van juntas en nuestras vidas. Podemos decir: No hay cómo conocernos más a nosotros, que conocer a Cristo. Estos dos conocimientos van exactamente en la misma proporción. Cuanto conocemos de Cristo, es cuanto conocemos de nosotros mismos. Es basado en el conocimiento de Cristo, que nos conocemos a nosotros mismos.

La máxima de Sócrates, «Conócete a sí mismo», es un imposible. No podemos conocernos a nosotros mismos, porque en nosotros, somos tinieblas. Las tinieblas no pueden conocer las tinieblas. «Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz» (Sal. 36:9). ¿Cuál es el camino del verdadero autoconocimiento? No es la filosofía, ni la psicología, sino el camino del conocimiento de Cristo.

La segunda visión de Isaías fue una visión de sí mismo. Primero, «vi yo al Señor … han visto mis ojos al Rey». Luego, me vi a mí mismo. En cuanto a mí, «¡Ay de mí, yo quedo mudo!». Algunas versiones traducen: «Soy digno de muerte»; otras: «Estoy muriendo». Esta es la idea transmitida.

Luego, hay una tercera visión: «Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado» (Is. 6:6-7).

Primero, la visión del Señor, segundo la visión de sí mismo y tercero, la visión de la Cruz. Isaías se vio tan indigno, pero ahora el carbón encendido tomado del altar tocó sus labios. El altar siempre tipifica la cruz. ¡Cómo necesitamos esta tercera visión! Pablo dice: «Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo» (Gál. 6:14).

Esta es la tercera visión indispensable. Por eso, éste es el punto de inflexión en la vida de Isaías. Entonces vemos un Isaías hasta el capítulo 5, y otro Isaías, a partir del capítulo 6.

Visión de la necesidad de Dios

La última visión: «Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí» (Is. 6:8). Con la visión de Cristo, la visión de nosotros mismos, y la visión de la Cruz, estamos preparados para lo último: la visión de la necesidad de Dios.

Recuerden cuando estudiamos la historia de Samuel. Ana subía cada año a Silo, y ella vio la necesidad de Dios. El sacerdocio estaba estéril; Elí y sus hijos eran inútiles, y la necesidad de Dios tomó lugar en el corazón de Ana. Ella aún era estéril, ella aún quería un hijo, pero luego todo cambió: «Señor dame un hijo, porque este hijo será para tu necesidad, no para mí».

Es también así con Isaías. Él vio al Señor; luego, se vio a sí mismo, y vio la cruz. Y, finalmente, él vio la necesidad de Dios, al oír aquella voz: «¿A quién enviaré?». Esta voz es tan importante.

Nosotros deseamos ser colaboradores en los asuntos del Señor. Los jóvenes desean ser usados por el Señor, cooperando en aquello que toca el corazón del Señor.

¿Cuál es el camino del Señor? La pregunta es: «¿A quién enviaré?». Y, ¿cuál es la respuesta? Para aquellos que vieron la gloria del Señor, aquellos que se han visto a sí mismos, y aquellos que vieron la Cruz, estas visiones progresivas son las que nos habilitan para servir al Señor. Isaías responde: «Heme aquí»; pero no como él estaba antes, sino después que él vio al Señor, después que se vio a sí mismo, después que vio la cruz. Solo ahora él puede decir: «Heme aquí, envíame a mí».

Los cánticos del Siervo

Algunos pasajes en Isaías son llamados los «cánticos del Siervo». Todos ellos son de una riqueza muy grande. El capítulo 42 nos presenta el primero de ellos.

«He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones» (Is. 42:1). Y continúa: «No gritará, ni alzará su voz» (v. 2). «No quebrará la caña cascada» (v. 3). «No se cansará ni desmayará» (v. 4). «Te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones» (v. 6). Este es el siervo del Señor.

En el primer versículo, la expresión: «He aquí», en hebreo, es un llamado a la contemplación. Significa: «¡Contemplen, miren!». Es una exclamación, una palabra de admiración. «He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento». El Hijo es la delicia del Padre, y «él traerá justicia a los gentiles». Este es el primer cántico del siervo, maravilloso.

En el capítulo 49, otro cántico más del siervo, versículo 3: «…y me dijo: Mi siervo eres, oh Israel, porque en ti me gloriaré». Al estudiar estos cánticos del Siervo, vemos dos cosas que podrían confundirnos; pero no hay nada de confuso en ellos. En primer lugar, el siervo del Señor literal es Israel, porque el Señor separó la nación de Israel para ser luz a toda la tierra; éste es el siervo inmediato, el siervo literal.

Pero Israel falló en su misión, y es claro que los cánticos del Siervo no apuntan exactamente a Israel. Son cánticos proféticos, porque este hombre es un varón de dolores, un cordero que enmudeció delante de sus trasquiladores, y llevó toda nuestra iniquidad. Éste no es Israel, sino el Cordero de Dios. Entonces, son dos siervos. Por eso, el versículo 3 dice: y me dijo: «Mi siervo eres, oh Israel», ese es el siervo literal.

Isaías 49:6: «Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra». Este es el tema de Isaías en todo el libro, la salvación del Señor. Este cántico menciona al siervo como siendo específicamente la salvación del Señor.

Su rostro como pedernal

Otro cántico del siervo, en Isaías 50:4-11. Citamos solo algunas frases:  «Jehová el Señor me dio lengua de sabios» (v. 4). La palabra sabios, en el original, es discípulos, aquellos que aprenden. «…mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios». De nuevo, discípulos. Vean la relación: sería imposible que el siervo tuviera una lengua de discípulo, si no tuviera oído de discípulo.

Este es nuestro Señor Jesús, el siervo del Señor. Él tiene oído que aprende, y por eso él puede decir buenas palabras al cansado. En el versículo 5 se dice que este discípulo no es rebelde; él no se vuelve atrás. Él no se retractó. ¡Maravilloso versículo! «Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos» (v. 6). Arrancar la barba, en el Antiguo Testamento, era el mayor acto de deshonra que podía hacerse a un varón.

Cuando leemos estos cánticos del Siervo y los transportamos a los evangelios, el brillo es tan grande. En primer lugar, el Verbo fue encarnado, y los cánticos del Siervo hablan de su encarnación.

La encarnación es su primera crisis. En segundo lugar, tenemos su bautismo. La tercera crisis es su tentación; la cuarta crisis, la transfiguración; la quinta, el Getsemaní; la sexta, su muerte; la séptima, su resurrección, y la octava, su ascensión y entronización. Ese es el tema de los cuatro evangelios.

Cuando unimos los cuatro evangelios a los cánticos del Siervo, tenemos un maravilloso cuadro, que nos muestra al Señor desde la encarnación hasta la ascensión; el Verbo que fue hecho carne, y pasó por todo aquel proceso hasta el trono. Isaías 50 es uno de los capítulos más importantes.

Getsemaní

«Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos. Porque Jehová el Señor me ayudará» (v. 6-7). Cuando Jesús estaba en el huerto de Getsemaní, Lucas nos dice que el siervo del Señor estaba en agonía, sudando gotas como de sangre. Él podría haber muerto allí por un infarto, pues era hombre, vulnerable, frágil, agonizando.

Cuando aquella hora termina, se dice que un ángel descendió hasta Getsemaní, y fortalecía al Señor. ¿Por qué él fortalecía al Señor? Porque el Verbo de Dios tendría que soportar hasta la cruz del Calvario, tendría que ser levantado de la tierra, para atraer a todos a sí mismo. El capítulo 50 de Isaías es tan maravilloso. Allí, el Señor dice: «Por eso puse mi rostro como un pedernal» – como una piedra.

Oh, hermanos, nuestra alma, naturalmente hablando, retrocede delante del sufrimiento; y eso no es pecado, es natural en nosotros. Ninguno de nosotros pone sus manos en el fuego; retrocedemos delante del sufrimiento, para resguardarnos, para preservarnos. Es un instinto natural.

¿Y, con relación a nuestro Señor Jesús? Él también tenía un instinto natural. Entonces ¿qué haría él? ¿Cuál fue la batalla en Getsemaní? «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Luc. 22:42). Para que esto aconteciese, Isaías 50 nos dice: «Puse mi rostro como un pedernal». Él tendría que encarar estos sufrimientos; su alma deseaba retroceder, pero él no podía hacer eso. «No escondí mi rostro de injurias y de esputos». Este es el rostro que los ángeles contemplaron.

Cuando el Verbo de Dios fue hecho carne, el cielo quedó vacío. Los ángeles no tenían alguien para mirar en el cielo, y volvieron su rostro hacia la tierra. Cuando aquel Niño estaba en el pesebre de Belén, envuelto en pañales, se dice que un ejército celestial apareció a los pastores. Esa hueste celestial estaba mirando aquel pesebre, porque ahora el Logos ya no estaba en el cielo, sino en Belén; todo el mirar de los ángeles es hacia la tierra. ¡Qué cosa maravillosa!

Cuando el Señor estaba en la cruz, los ángeles estaban contemplándolo. Si él hubiese movido un solo dedo, más de doce legiones de ángeles hubiesen sido enviadas del cielo para librarlo de la muerte. Pero él no lo hizo. «Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de esputos». Aquel rostro adorado por los ángeles, fue abofeteado por los hombres.

Versículo 8: «Cercano está de mí el que me salva». Ése era su secreto. Cuando Pedro predica su primer sermón en Pentecostés, en Hechos 2:25, él cita el salmo 16:8: «Veía al Señor siempre delante de mí». ¿Cuál fue el secreto de la vida de Jesús, y cuál fue el secreto de su muerte? «Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido». ¡Gracias, Señor!

Los cánticos del Siervo, tan maravillosos, nos hablan del Cordero de Dios, que no retrocedió.

Isaías 50 nos habla en relación a esto: «Cercano está de mí el que me salva». Versículo 9: «He aquí que Jehová el Señor me ayudará». Ese fue el secreto del siervo del Señor. Entonces, hermanos, estudien los cánticos del Siervo, abran su entendimiento al lenguaje original, busquen y estudien cada palabra de ellos, porque ese es el lugar donde resplandece la gloria de la Cruz, la vida y obra del Señor Jesús.

El Siervo del Señor en Isaías 53

Ya vimos Isaías 42, 49, 50, y concluiremos con Isaías 52, otro cántico del Siervo, que va desde Isaías 52:13 hasta Isaías 53:12. Es un largo cántico. Los versículos 13 al 15 del capítulo 52 hablan sobre el sufrimiento y el triunfo del Señor al mismo tiempo, aquello que Isaías no podía entender.

«He aquí que mi siervo será prosperado, será engrandecido y exaltado, y será puesto muy en alto» (52:13). Luego, habla primero de sus sufrimientos y usa un lenguaje gráfico. El versículo 14 dice que su aspecto era muy desfigurado. El texto original dice: «Su semblante estaba muy lacerado, muy herido, más que cualquier otro hombre». Aquellos cuadros que vemos, de Cristo crucificado, con una corona de espinas, y una gota de sangre por aquí y otra por allá, son totalmente falsos.

El rostro del Señor estaba deformado, porque él fue abofeteado varias veces. Su rostro estaba tumefacto, y es eso lo que Isaías nos dice: «Su rostro estaba muy lastimado, más que cualquier otro hombre, y su apariencia, más desfigurada que cualquiera de los hijos de los hombres».

¡Qué figura tremenda tenemos aquí! Pero, de inmediato, Isaías da un salto, y nos habla de su exaltación. Parafraseando, él dice: «Así como se asombraron muchos a la vista de él» (porque él estaba desfigurado), también se asombrarán delante de otra vista: «Él es el Rey, él es aquel que hizo la aspersión».

«Así asombrará él a muchas naciones; los reyes cerrarán ante él la boca, porque verán lo que nunca les fue contado, y entenderán lo que jamás habían oído» (52:15).

Miren con atención: «Así asombrará él a muchas naciones». La palabra «asombrará», en su raíz hebrea, es una palabra técnica: «expiación».

La mejor traducción sería: «Él rociará o expiará a las naciones», es decir, sus sufrimientos redundarían en expiación para los pueblos. Los reyes cerrarían su boca a causa de él, al ver, asombrados, que aquel sufriente es el Redentor; que su redención ocurrió a causa de los sufrimientos de él.

Terminando esta etapa, citaremos doce aspectos de la persona y obra del Redentor en Isaías 53. Solo los citaremos, para ayudarles en su estudio personal.

1. «Raíz de tierra seca»: su absoluta humildad. 2. «Despreciado y desechado entre los hombres». 3. «Herido fue por nuestras rebeliones»: su sufrimiento fue sustitutivo. 4. «Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros»: Dios mismo lo ofreció. 5. «No abrió su boca»: su resignación. 6. «Por cárcel y por juicio fue quitado»: aun siendo el Santo de Dios, él murió como si fuese un criminal. 7. «Fue cortado de la tierra de los vivientes»: murió de una manera precoz. 8. «Nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca»: Él no tenía culpa en sí mismo. 9. «Verá el fruto de la aflicción de su alma»: Él viviría después de sus sufrimientos; eso apunta a su resurrección. 10. «La voluntad de Jehová será en su mano prosperada»: él cumpliría plenamente el propósito divino. 11. «Con los fuertes repartirá despojos»: eso habla de triunfo en la batalla. 12. «Por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos»: Dios quedaría totalmente satisfecho.

Un testimonio real

Para concluir, quiero relatar una experiencia personal. En el siglo pasado, un siervo del Señor, profesor de la Biblia, en cierto país, fue apresado y llevado a un lugar de interrogatorio. Allí le dijeron: «No queremos hacerte daño. Tú solo debes predicar la Biblia conforme a nuestra orientación». Entonces él respondió: «Yo no puedo hacer eso, esa no es la enseñanza de la palabra de Dios».

El hermano no volvió a casa; fue recogido en un bus y llevado a un campo de prisioneros. En aquel bus había toda clase de personas marginales y prostitutas. Él los miró y oró: «Señor, ¿qué estoy haciendo aquí?». Entonces, el Señor puso en su corazón: la palabra de Isaías 53: «Fue contado con los pecadores». Él cuenta que esta palabra lo sustentó en su cautividad por veintidós años.

Llegando al campo, le dijeron: «Tú vivirás unos seis meses; nadie vive más de ese tiempo aquí. Era un lugar muy frío, y ellos dormían cubiertos con ramas de bambú. Las condiciones de salud eran terribles. Sin embargo, el hermano sobrevivió. Nosotros éramos muy jóvenes, cuando le oímos compartir la palabra de Isaías 53. Mientras él citaba la primera epístola de Pedro –el sufrimiento y gloria de nuestro Señor Jesús–, muchas lágrimas corrían por su rostro.

Sin embargo, al final del encuentro, en un lugar más íntimo, él dio su testimonio, a petición de algunos jóvenes. Mientras hablaba sobre sus propios sufrimientos, no hubo lágrimas en su rostro. Como jóvenes, eso nos causó gran impacto, porque vimos un mártir vivo, alguien que conoció los sufrimientos de Cristo en su propia carne.

«Gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría» (1 Pedro 4:13).

Síntesis de un mensaje oral impartido en Santiago de Chile, en abril de 2017.