I  (Vida del alma)

Aquí Señor, persisto en este atrevimiento:
con cuerpo y alma todavía que no han muerto,
al declararme amigo tuyo y estar vivo,
con tanta incertidumbre natural, me angustio.
Que en el evento de permanecer entero
reflejará siempre mi “yo” su omnipotencia,
sin abrazar tu cruz, sin humillar mi carne,
viviendo tu amistad tan sólo en apariencia.
Al escaparse de tus manos mi vasija,
asumiré el quebranto de mi frágil vaso,
cansado de beber mi propio pozo turbio
donde jamás sació su sed de vida el alma.

II  (Muerte anunciada)

No puedo simular mi muerte, Tú bien sabes;
hasta mi sombra te parecería estorbo;
tan vanas mis palabras; tan insustanciales.
¡Yo tengo que morir! ¡Declino la clemencia!
¡Sepúltame en la huesa! ¡Tápame con tierra!
Yo soy el Lázaro que ayer hedía muerte.
De no vivir en Ti, contigo, nada vale.
¡La gloria de tu rostro alumbrará mi sueño!
Estando en agonía no viniste a verme,
y siendo ya difunto, envuelto en el sudario,
mis clásicos amigos lloran sin consuelo,
igual que tú, mi amado, primordial Amigo.

III (La resurrección)

Espada y gloria beberé en la misma copa:
un éxtasis de gracia cruzará mi cuerpo.
Como un relámpago la voz de Cristo toca
las ligaduras opresoras de la muerte.
¡Oh Lázaro del nuevo siglo, resucita:
sumiso y mesurado; limpio de ti mismo!
¡Levanta la cabeza! ¡Abre bien los ojos:
es Cristo tu visión, tu Amigo y tu servicio!
De la cantera del sepulcro, libertado,
salid a caminar la fe de nuevo cuño
bajo los élitros del portentoso Amigo.
¡Oh Lázaro de Cristo: emprende tu jornada!