El servicio espiritual sigue los ciclos de la vida, tanto los de la naturaleza como de la vida humana. La vida natural, en su desarrollo, tiene un ciclo anual. Las estaciones se suceden una a otra, y cada una de ellas tiene su utilidad y su sabiduría. Ninguna planta podría saltarse una de las estaciones, porque afectaría su normal desarrollo. La primavera y el verano nos parecen las estaciones más atractivas, allí está la hermosa flor y el fruto; sin embargo, ni una ni la otra podrían venir a la vida, si no fuese por el otoño y el invierno.

En la vida cristiana hay también períodos alternados de gozo y tristeza, y cada uno tiene su utilidad y su sabiduría. Y el primer período en nuestra vida de servicio es el invierno. Allí está la desnudez de nuestra vida carnal; el frío y la desolación de nuestra vida estéril; nuestra cruda y lamentable condición natural.

Entonces, cuando la muerte ha alcanzado todos los ámbitos de la planta, surge la vida, una vida nueva y poderosa. En breve, esta vida alcanzará todos los rincones, y se transformará en flores y frutos.

Todo es alegría y gozo, todo es brillante y luminoso; sin embargo, todo esto también tiene sus días contados. Se avecina el otoño para que caigan las hojas gastadas, y sobrevenga la muerte del invierno. El ciclo tiene que cerrarse allí donde comenzó.

La vida humana también tiene su propio ciclo, que comienza con la unión de amor de dos personas. Allí está la concepción, la vida ha comenzado; sin embargo, comienza en el silencio del vientre materno. La vida está escondida a los ojos de los hombres, como si no existiera.

Así también en lo espiritual. Cuando el alma se postra ante el Señor, reconociendo en él a su Dueño; cuando en ese coloquio íntimo un corazón se ofrece a su Salvador para servirle, se produce la concepción de una nueva vida. El fruto, sin duda, vendrá; pero es preciso que ocurra un tiempo en que parece que nada existe. Cada día que pasa, algo se va entretejiendo en el vientre materno; un hueso se endurece, un músculo adquiere robustez. Todo crece sincronizada y maravillosamente. Nada está estancado; todo alienta la fuerza de la vida nueva.

Entretanto, afuera las cosas se ordenan para el día de la manifestación de esa vida. Muchas cosas suceden para que la vida nueva encuentre su hábitat adecuado. Si el niño naciera en seguida después de la concepción, ni él estaría preparado para enfrentar un mundo nuevo, ni los afectos de los que le esperan estarían suficientemente maduros.

Hay sabiduría en la espera; hay silencio, pero no de muerte; hay quietud, pero no para siempre. Pronto quedará en evidencia el bello fruto. Entonces, todos lo verán y se asombrarán. Todo irradiará amor.

El fruto espiritual no es como una niebla que pasa; es una planta que Dios ha plantado y que no puede ser removida. Ella da sombra al cansado y pan al hambriento. El servicio y el fruto espiritual son milagros de Dios.

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