…a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará».

– Lucas 12:48.

¿Cuánto hemos visto, y cuánto aún hemos de ver? Dios, en su gracia, recibe nuestra oración cuando pedimos más luz a fin de agradarle mejor; sin embargo, esa luz viene acompañada de un sentido del deber, de un imperativo moral.

Lo que hemos oído, y sabemos, inevitablemente nos hace responsables. No podemos oír sin ser hechos responsables. Lo que sabemos nos será demandado en el día de Cristo. Ahora bien, para escapar de esta responsabilidad, nadie debiera sustraerse del conocimiento, pues aun eso puede ser contado en su contra. Hemos de avanzar, por un lado, creciendo en el conocimiento del Señor para agradarle en todo, y por otro, evitando la negligencia en ese conocimiento.

Para agradar a Dios necesitamos crecer en el conocimiento de él y de su voluntad. ¿Cómo podríamos tomar parte en sus negocios, sin estar preparados para ello? ¿Cómo podría un médico intervenir quirúrgicamente a alguien si no estudió para hacerlo? ¿Cómo un ingeniero podría asumir la responsabilidad de construir un puente si no conoce la calidad de los materiales que va a utilizar?

A través del profeta Oseas, Dios recrimina a Israel por su falta de conocimiento. Aún más, esa fue la causa de su caída:«Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento» (4:6). Conocimiento de Dios, no conocimiento exterior, meramente religioso. «Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová» (Jer. 9:23-24). Para servirle, es necesario primero conocerle.

Dios ha confiado muchas cosas en nuestras manos, ¿cómo podríamos ignorarlo? Dios ha puesto bajo nuestra administración sus maravillosos tesoros, ¿cómo podríamos fallarle? Indudablemente, nosotros no podemos cumplir; sin embargo, aun para eso él ha provisto una salida, una solución. Él mismo tiene el poder para hacerlo en nosotros.

Más bien debiéramos preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a permitir que Dios cumpla su voluntad en nosotros? Él desea formar a Cristo en nosotros, tanto en lo individual como en lo colectivo. Para eso, él nos tratará, nos moldeará; pasará sobre nosotros su mano de autoridad y de consuelo, para obtener ese resultado final. Él nos llamó, y cumplirá en nosotros su llamamiento.

¿Estamos dispuestos a pagar el precio que esto significa? A veces hemos hecho oraciones que luego olvidamos, pero que el Señor igualmente contesta. Y esas respuestas nos traen algún dolor. No se trata de que Dios sea cruel con nosotros, sino de que Su mano nos desacomoda y nos enriela, para encaminarnos hacia su perfecta voluntad. Es el precio que hay que pagar. Hay muchas cosas que Dios ha puesto en nuestras manos, y de ellas somos responsables. Que Dios tenga misericordia, para no ser irresponsables, ni inconsecuentes.

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