Hacia el final de Romanos capítulo 5 se da una importante conclusión de lo que se ha venido diciendo en los capítulos anteriores acerca de la gracia, la justicia y la obediencia. En 5:15 dice: «por la gracia de un hombre, Jesucristo». En 5:18 dice: «por la justicia de uno», y en 5:19: «por la obediencia de uno». La gracia y la justicia son posibles. Todo esto está a nuestro alcance por la obediencia de nuestro Señor Jesucristo.

De manera que estas cosas no están en nosotros, no son de nuestra factura. Podemos exclamar como Pablo, poco antes en esta epístola: «¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida» (3:27). La gracia, la justicia y la obediencia nos son dadas en Jesucristo debido a que él saldó la cuenta que había en contra de nosotros. Él quitó la condenación que pendía sobre nuestras cabezas, recibiendo en sí mismo la ira de Dios, que era debida a nuestro pecado.

Para nosotros es gracia, es justicia, pero para el Señor fue sacrificio cruento, redención por su sangre puesta sobre el propiciatorio, a la manera de los sacrificios en tiempos de la ley. Dios lo puso allí como Víctima sobre el altar de los sacrificios, y luego su sangre puesta sobre el arca, para que, por el otro lado (por el lado nuestro), la muerte suya se convirtiera en vida para nosotros.

La obediencia de Cristo lo llevó a la muerte, y de su muerte surgió para nosotros la gracia y la justicia de Dios. Todos los dones de Dios para nosotros pasan por la muerte. Si la muerte es experimentada por el Señor, entonces nosotros solo recibimos la vida. Y aquella parte de su muerte que nosotros experimentamos, se convierte en vida para otros. Como dice Pablo: «De manera que la muerte actúa en nosotros, y en vosotros la vida» (2 Cor. 4:12).

El Señor fue por todas partes experimentando la muerte en sí mismo, o, dicho en otras palabras, cargando la cruz. Él vivió toda su vida bajo el principio de la cruz, es decir, negándose a sí mismo. Para nosotros también está trazado este camino.

Sin embargo, aquí, en el principio de nuestra vida cristiana, cuando recién salimos de la muerte, es por la gracia y la justicia de un Hombre, Jesucristo, que nosotros vivimos; es por su obediencia que somos constituidos justos, es por su cruz que recibimos la vida. Sin embargo, ahora, como regalo de Dios, estas cosas están en nosotros. Y aún más, el deseo de Dios es que estas cosas abunden en nosotros, y que reinemos en ellas.

Este es el propósito de Dios. Que así como recibimos la gracia, la justicia y la obediencia por un hombre, Jesucristo, por él mismo, nosotros reinemos en vida. «Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y el don de la justicia» (5:17). ¡Hay un reino silencioso, sencillo, pero feliz en el corazón de aquellos que tienen a Cristo como justicia y como vida!

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