Comparte tu maíz

En cierta ocasión, un reportero le preguntó a un agricultor si podía divulgar el secreto de su maíz, que ganaba el concurso al mejor producto año tras año. El agricultor confesó que se debía a que compartía su semilla con los vecinos.

— ¿Por qué comparte su mejor semilla con sus vecinos, si usted también entra al mismo concurso? — preguntó el reportero.

— Verá usted –dijo el agricultor–. El viento lleva el polen de un sembrío a otro. Si mis vecinos cultivaran un maíz de calidad inferior, la polinización cruzada echaría a perder la calidad del mío. Si siembro buen maíz, debo ayudar a que mi vecino también lo haga.

Lo mismo ocurre en nuestra vida. Quienes decidan vivir bien, deben ayudar a que los demás vivan bien, porque el valor de una vida se mide por las vidas que toca. Quienes optan por ser felices, deben ayudar a que otros encuentren la felicidad, pues el bienestar de cada uno está unido al bienestar común. “Sobrellevad los unos las cargas de los otros y cumplid así la ley de Cristo.”

La telaraña

Un hombre, perseguido por varios malhechores que querían matarlo, se ocultó en una cueva. Los malhechores empezaron a buscarlo por las cuevas anteriores a aquélla en la que él estaba. Desesperado, oró así: «Dios todopoderoso, haz que dos ángeles bajen y tapen la entrada, para que no entren a matarme».

En ese momento les oyó acercándose, y vio que una arañita empezaba a tejer una tela en la entrada. Volvió a orar, esta vez más angustiado: «Señor, te pedí ángeles, no una araña. Por favor, coloca un muro en la entrada para que los hombres no puedan entrar». Abrió los ojos esperando ver un muro, y todavía estaba la arañita tejiendo su telaraña. Sintió que ingresaban en la cueva anterior, y se dispuso a morir. Cuando llegaron a su cueva, la arañita ya había concluido su trabajo. Entonces escuchó esta conversación:

— Vamos, ¿entremos a esta cueva?

— No. ¿No ves que hasta hay telarañas, nadie ha entrado en esta cueva? Sigamos buscando en las otras.

Como este hombre, nosotros pedimos a Dios conforme a nuestra desesperación, pero él nos contesta de acuerdo a su sabiduría.

El águila

El águila es el ave de mayor longevidad de la especie. Llega a vivir 70 años, pero para llegar a esa edad, a los 40 deberá tomar una seria y difícil decisión. A los 40, sus uñas están apretadas y flexibles, sin conseguir coger a las presas de las cuales se alimenta. Su pico, largo y puntiagudo, se curva, apuntando contra el pecho. Sus alas están envejecidas y pesadas y sus plumas, gruesas. ¡Volar se hace tan difícil!

Entonces, tiene sólo dos alternativas: morir o enfrentar un doloroso proceso de renovación, que dura 150 días. Debe volar hacia lo alto de una montaña y quedarse en un nido cercano a un paredón, donde no tenga la necesidad de volar. Allí, comienza a golpear con su pico en la pared hasta arrancarlo. Luego, espera el crecimiento de uno nuevo con el que desprenderá ¡una a una sus uñas! Cuando las uñas nacen, comenzará a quitar sus plumas viejas. Después de cinco meses, emprende el vuelo, para vivir treinta años más…

En la vida, muchas veces tenemos que resguardarnos por algún tiempo y comenzar un proceso de renovación. Para continuar un vuelo de victoria, debemos desprendernos de hechos, costumbres, tradiciones y recuerdos que nos causaron dolor.

Solamente libres del peso del pasado podremos aprovechar el resultado valioso que una renovación siempre trae.

¿Cómo sale una mula de un pozo?

Se cuenta de cierto campesino que tenia una mula ya vieja. En un lamentable descuido, la mula cayó en un pozo que había en la finca. El campesino oyó los bramidos del animal, y corrió para ver qué ocurría. Le dio pena ver al animal en esa condición, pero después de analizar la situación, creyó que no había modo de salvarlo, y que más valía sepultarlo en el mismo pozo.

Llamó a sus vecinos, les contó lo que estaba ocurriendo y les pidió que le ayudaran a enterrar la mula en el pozo para que no continuara sufriendo. Al principio, la mula se puso histérica. Pero a medida que los hombres continuaban paleando tierra sobre sus lomos, una idea vino a su mente. Se le ocurrió que cada vez que una pala de tierra cayera sobre sus lomos… ella debía sacudirse y subir sobre la tierra. Esto hizo, palada tras palada. ¡Sacúdete y sube… sacúdete y sube! No importaba cuán dolorosos fueran los golpes de la tierra y las piedras sobre su lomo, la mula luchó contra el pánico, y continuó sacudiéndose y subiendo.

Los hombres sorprendidos captaron la estrategia de la mula, y eso los alentó a continuar paleando. Poco a poco se pudo llegar hasta el punto en que la mula cansada y abatida pudo salir de un brinco de las paredes de aquel pozo. La tierra que hubiera sido su tumba, se convirtió en su bendición, gracias a la forma en que ella enfrentó la adversidad.

¡Así es la vida! Los mismos problemas nos dan el potencial para vencerlos.

El pescador

Un día, bien temprano, salió un hombre a pescar. Tenía todas las condiciones perfectas para hacer una gran pesca. Subió a su bote, remó lo suficiente y se detuvo. Luego preparó el hilo y la carnada; pero antes de pescar se puso en pie y oró a Dios dando gracias por el día tan precioso, y por la pesca que haría.

A pocos metros de él se instaló una persona a ver cómo pescaba. Cuando el pescador cogió un pez, lo midió y dijo:

— Este mide 15 centímetros —, y lo colocó en su cesta. Luego sacó otros varios de aproximadamente el mismo tamaño. Pero de pronto sacó un pez bien grande, más del triple de los anteriores.

Entonces el pescador dijo:

— ¡Este mide mucho!— y lo devolvió al agua.

El observador no puso resistir la curiosidad de preguntarle por qué arrojaba los peces grandes.

El pescador le dijo:

— Lo que sucede es que los peces grandes no caben en mi sartén, que sólo mide 16 centímetros…

A veces pedimos a Dios grandes bendiciones y no estamos preparados para recibir todo lo que Él tiene para nosotros.