A menudo, oímos en el mundo estas expresiones: «Todos los hombres son hijos de Dios», o «Todos los hombres son hermanos». ¿Es esto verdad? La sabiduría humana sumará argumentos a favor o en contra de esta proposición. Bien haremos entonces en buscar la verdad en una fuente digna de crédito, para no equivocarnos. El Señor Jesús dijo: «Erráis, ignorando las Escrituras…» (Mat. 22:29). Solo la palabra de Dios nos puede dar luz sobre el asunto. Querido lector, si usted tiene una Biblia a mano –no importa de qué versión se trate– tómela, y busquemos respuesta en ella.

Veamos, por ejemplo, Juan 1:11-13: «(Jesús) A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios». La versión de la Biblia en Lenguaje Sencillo dice: «Vino a vivir a este mundo, pero su pueblo no lo aceptó. Pero aquellos que lo aceptaron y creyeron en él, llegaron a ser hijos de Dios. Son hijos de Dios por voluntad divina, no por voluntad humana».

Salta de inmediato a la vista que el ser hijos de Dios no es una condición con la cual nacemos. No somos hijos de Dios por el solo hecho de haber venido a este mundo. Es un don de Dios, un privilegio dado a «los que le recibieron … los que creen en su nombre». De tal manera, entonces, que los que no lo aceptaron ni creyeron en él, ¡no son hijos de Dios!

Los creyentes tenemos testimonio de que somos hijos de Dios por el hecho de haber creído, de haber recibido a Cristo en nuestro corazón. La palabra de Dios también nos dice que, antes de ese día, estábamos incluidos entre «los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne … y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás» (Ef. 2:3).

Éramos hijos de desobediencia, e hijos de ira, vale decir, la ira de Dios estaba sobre nuestras vidas. El género humano heredó desde la caída de Adán, el primer hombre, su naturaleza pecaminosa, «por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» (Rom. 3:23).

Dios es santo, y no tiene comunión alguna con el pecado, aunque él ama al pecador y busca salvarle. Por eso, él dio a su Hijo unigénito, Jesús, «para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Por esta razón es predicada la palabra del evangelio, para que los hombres sepan que solo recibiendo al Hijo de Dios pueden ser salvos y llegar a ser hijos de Dios mediante la fe en Jesucristo.

Volviendo a la interrogante inicial, es muy claro ahora que no todos los hombres son hijos de Dios y, por lo mismo, no todos los hombres son hermanos. Los hijos de Dios son los que reciben a Su Hijo, y son, asimismo, hermanos en Cristo. Los hijos de ira son todos los incrédulos, los que habiendo oído la predicación del evangelio, no han creído a su anuncio, y no han recibido a Cristo.

Hijos de Dios… hijos de ira. Conforme a lo que la palabra de Dios dice, ¿en cuál de estas condiciones se encuentra usted hoy?

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