Todo el que cayere sobre aquella piedra, será quebrantado; mas sobre quien ella cayere, le desmenuzará».

– Lucas 20:18.

Todo hombre, lo acepte o no lo acepte, tarde o temprano, tendrá que vérselas con Cristo. Todo hombre tendrá que tener un encuentro con Cristo. Aquí, en este versículo, hay dos acciones referidas al hombre con Cristo, una en este tiempo y la otra en el tiempo del fin. Si no nos encontramos con Cristo durante esta era, lo veremos al final de ella.

El Señor pocas veces habló del juicio, porque él vino a inaugurar el «año agradable del Señor». Sin embargo, tampoco rehuyó el tema cuando fue preciso tocarlo. Y, cada vez que lo menciona, es como para atenderlo.

¿Qué significan estos dichos del Señor, esta transposición de ideas que suenan casi a juego de palabras? Significan que, en esta era, los que vienen a Cristo, son quebrantados por él, y que al final de esta era, los que hoy no vengan a Cristo, serán condenados por él. La primera es una obra de misericordia; la segunda será una obra de juicio.

Los que vienen a Cristo en este tiempo, serán tratados por él. Sin embargo, la Piedra no será pesada para ellos. Su ser exterior –su alma– será quebrantada, pero no destruida. Sufrirán dolores, pero siempre esos dolores estarán suavizados con las caricias del Señor. Eventualmente, podrá haber un ‘ay’ en sus labios, pero no serán motivo de que otros digan tres ayes lamentando su suerte (Ap. 8:13). Junto con ser quebrantados, ellos son reconstituidos, es decir, despojados de Adán y revestidos con Cristo.

Al final del quebrantamiento, habrá galardón. Tras la cruz, vendrá la corona (es decir, el reino). Sus lágrimas serán eternamente enjugadas y su corazón eternamente consolado. Del quebrantamiento presente no habrá más memoria.

Sin embargo, ¡ay de aquellos sobre los cuales la Piedra caerá! Aunque procuren escapar, no habrá posibilidad. Intentarán desandar lo andado, pero no habrá lugar. Será como huir de delante del león y encontrarse con un oso (Amós 5:18-19); será como un día de tinieblas, no de luz. Toda mano se debilitará, y toda rodilla será débil como agua. Los pies no servirán para correr, ni la boca para pedir socorro. Entonces dirán a los montes y las peñas: «Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de aquel que está sentado en el trono, y de la ira del Cordero, porque el gran día de su ira ha llegado, y ¿quién podrá sostenerse en pie?» (Ap. 6:16).

¡Qué gran diferencia entre los que son quebrantados hoy y los que serán desmenuzados mañana! Todo depende de quién cae sobre quién. ¿Caemos nosotros sobre Cristo, o él cae sobre nosotros? Lo primero nos quiebra para luego reconstruirnos con materiales más nobles, lo segundo nos desmenuza para nunca más ver la luz. ¡Ven, caigamos sobre Cristo hoy!

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