Una particular aplicación de las principales enseñanzas del Sermón del Monte.

Vivimos en una sociedad denominada «occidental cristiana», y llevamos en ese apellido el nombre de Cristo; sin embargo, ¿qué se entiende en esta sociedad por «ser cristiano»? ¿Armoniza ese concepto con las enseñanzas de Cristo?

No matarás

A los antiguos se les dijo: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero Cristo dijo que cualquiera que se enoje contra su hermano será culpable de juicio. (Mateo 5:21-22). Para Cristo un simple enojo es lo mismo que un homicidio.

Sin embargo, en nuestra sociedad cristiana, no sólo el enojo no es censurado, sino que el matar ha llegado a ser un arte que se enseña en las novelas que leen los niños en el colegio, en los programas de televisión para niños, y se lleva a su máxima expresión en las sórdidas películas de Hollywood, que también ven los niños. De vez en cuando, en algún lugar del mundo, algunos niños exaltados han llevado a la práctica, para horror del mundo entero, lo que allí han aprendido. Pero hay muchas de estas cosas que, por no ser tan espectaculares, no se conocen públicamente.

Hay muchos que llevan el nombre de «cristianos» por fuera, pero por dentro están llenos de enojo contra su hermano, y aun de odio; y hay muchos que matarían a su prójimo, de no ser por el castigo que imponen las leyes.

El verdadero cristianismo consiste en que Cristo viva en el corazón del hombre, con todo el amor y el perdón para con los demás.

No cometerás adulterio

Los antiguos dijeron: «No cometerás adulterio». Pero Cristo enseñó que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón (Mateo 5:27-28). Para Cristo, la sola mirada impura es tan pecaminosa como el adulterio.

Sin embargo, en nuestra sociedad no sólo se propicia el adulterio, sino que se provee de todo lo imaginable para alimentar de impureza las miradas.

¿No es la armonía del matrimonio –según los modelos del cine, la TV, las revistas y novelas–, considerada un ideal inalcanzable? ¿No es la fidelidad matrimonial una rutina insoportable? ¿No es la promiscuidad sexual, en cambio, una moderna señal de libertad? ¿No es la sensualidad -que destruye matrimonios- propagada a través de los medios de comunicación, especialmente de la publicidad? ¿No es el adulterio «blanqueado» con la expresión excitante aventura extramarital?

Esto ocurre porque nuestra sociedad «cristiana» lleva este apellido como un ropaje exterior, pero que no afecta a su corazón.

Hay muchos hoy que llamándose cristianos adulteran habitualmente (y su conciencia ya no les reprende), y hay aún muchos más que igualmente adulteran al mirar a una mujer para codiciarla. Ser cristiano de verdad consiste en que Cristo viva en el corazón del hombre y cambie toda su impiedad en pureza.

El divorcio

Fue dicho a los antiguos: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Pero Cristo dijo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere (Mateo 5:31-32).  Pero en nuestra sociedad no sólo se propicia el repudio, sino que el divorcio (o la nulidad) se legitima abiertamente.

¿No es eso lo que el cine y la T.V. nos enseñan cada día? ¿No es la estabilidad matrimonial, según esos modelos, un asunto de «nuestros abuelos»?

A la menor desavenencia, el marido deja a la mujer o la mujer al marido, y se esgrimen razones tan burdas, que no alcanzan a esconder los motivos de fondo: dar rienda suelta a la sensualidad con diversas parejas. ¿Y cuántas parejas (muchas de ellas personajes públicos) conviven (es decir, fornican) con uno y otro sin el menor escrúpulo?

Esto ocurre porque lo que llamamos «cristianos» hoy lo es sólo de nombre, pero no lo es en realidad.  Para que una sociedad o un hombre sean verdaderamente cristianos deben experimentar un cambio radical que comience en el corazón.

El hombre no es capaz, por sí mismo, de erradicar de su corazón los malos deseos, como el de repudiar a su mujer. Muchos cristianos de nombre hacen esfuerzos sobrehumanos para evitar una ruptura matrimonial, pero están siendo derrotados.

Sólo Cristo viviendo en el corazón del hombre hace que un marido pueda amar a su esposa cada día más. Sólo Cristo en el corazón del hombre es capaz de transformar el repudio en amor.

Los juramentos

Fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos. Pero Cristo dijo: «No juréis en ninguna manera. Sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede» (Mateo 5:33-37).

Cristo enseñó que no sólo no se debía jurar, sino que la palabra dada debía ser sin doblez ni engaño.  Sin embargo, en nuestros días no sólo se jura a destajo, sino que la palabra empeñada no se cumple y, aún más, para que la palabra tenga algún valor, debe ir respaldada por documentos que la hagan válida.  Es verdad, la palabra empeñada de un hombre no tiene hoy mucho valor, y esto es así, no sólo con respecto a los extraños, sino aun con respecto a los propios amigos.

Esto ocurre porque hoy livianamente nos llamamos cristianos, sin saber lo que eso significa, e ignoramos a Cristo y su palabra.

Ser cristiano no es simplemente pertenecer a una familia con tradición cristiana. No es, tampoco, cumplir con ciertas tradiciones consideradas cristianas. Ser cristiano es haber nacido de nuevo. Es haber recibido una transformación interior, que hace posible que una persona llegue a ser una nueva persona, y cuya palabra sea confiable.

Sólo Dios puede engendrar a un cristiano de verdad. Sin embargo, hay muchos que llamándose a sí mismos «cristianos» engañan a su prójimo, no cumplen sus compromisos, dan respuestas ambiguas, y usan los artificios del lenguaje para cazar a su prójimo.

Ser cristiano es algo muy diferente a lo que creemos que es. Ser cristiano consiste en que Cristo viva su vida en un hombre. Y esto es posible hoy, porque Cristo vive, y Él transforma a todo aquel que toca.

Actitud hacia el que nos ofende

Los días que vivimos son días de mucha confusión. Mucho de lo que parece que es, en verdad no es. Y viceversa. Así ocurre también con el cristianismo.

Fue dicho a los antiguos: «Ojo por ojo, y diente por diente». Pero Cristo dijo: «No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra» (Mateo 5:38-39). Cristo enseñó que no sólo la venganza es mala, sino que no hay que resistir al que es malo, que hay que servirle y darle aún más de lo que pide.

Esta enseñanza suena hoy, dadas las formas de vida de nuestra sociedad «cristiana», fuera de lugar y hasta ridícula. Hoy no sólo se da lugar a la venganza, sino que nadie está dispuesto a sufrir el agravio, ni a ser defraudado. Más aún, el ofendido contrata abogados y pleitea en juicio contra su prójimo, aunque se trate de su propio hermano. Las ciencias jurídicas están llenas de fórmulas, no siempre usadas para establecer el derecho, sino para que una cierta postura particular, aunque sea injusta, triunfe.

El amor propio y la venganza son viejos huéspedes del corazón humano. Que esto ocurra en sociedades donde son permitidas y aun hasta loables, es comprensible. Pero que ocurra en una sociedad que celebra año a año con fervor la Navidad, es inconcebible. ¿Por qué ocurre así?

Esto sucede porque muchos llevan el nombre de «cristianos», pero no tienen la realidad de tales.  Un verdadero cristiano puede poner la otra mejilla, entregar la capa y cargar una segunda milla. Esto es imposible para uno que no ha sido tocado por Dios. Sólo Dios puede producir un verdadero cristiano. Se llega a serlo, no por adoctrinamiento, sino por nuevo nacimiento. Sólo aquél que es nacido de Dios es un cristiano de verdad.

Actitud hacia los enemigos

Fue dicho a los antiguos: «Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo». Pero Cristo dijo: «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mateo 5:43-44).

Cristo enseñó que no sólo hay que amar al prójimo, sino que también hay que amar al enemigo. No sólo no hay que aborrecerlo: hay que amarlo.

Sin embargo, vemos hoy entre nosotros que no sólo no se ama al enemigo, sino que ni siquiera se ama al prójimo. Siendo así, es impensable llegar a amar al enemigo. Más bien, vemos que se  busca la forma cómo matarlo, y cómo hundir al prójimo cuando se pone en nuestro camino.

Aunque sea triste decirlo, esta sociedad cristiana nunca llegará a ser verdaderamente cristiana (aunque cada hombre o mujer en particular puede llegar a serlo).

Amar al enemigo no es algo que pueda hacer un hombre común. Para amar al enemigo se requiere algo sobrenatural: haber nacido de lo alto. Es preciso que Cristo viva su vida dentro del hombre. Sólo Cristo pudo amar a sus enemigos. Y todavía, dentro del hombre regenerado, Cristo lo sigue haciendo.

Ser cristiano no consiste en que un manzano dé uvas; sino en que la vid dé uvas. Y la Vid es Cristo.

¿Dónde está el tesoro?

Vivimos días de relativa prosperidad económica. Los principios tan amados en otro tiempo, han dejado su lugar a los intereses comerciales. El dinero y la riqueza son dos de las más importantes metas del hombre actual, en esta sociedad «occidental cristiana».

Pero Cristo dijo: «No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo … porque donde esté vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón» (Mateo 6:19-21).

Cristo enseñó que los tesoros de la tierra no son seguros, pero aun así vemos que atrapan el corazón.  Todos los hombres procuran acumular riquezas, por si logran disminuir un poco la inseguridad de la vida y el temor del futuro. Piensan que teniendo riquezas podrán tener tranquilidad. Pero el Señor Jesús dijo que la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.

En nuestros días vemos una verdadera locura por mejorar la situación económica. Como si eso fuera el todo del hombre. Y eso que muchos presumen de ser cristianos «observantes».

Pero Cristo dijo: «No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Mateo 6:24). Ambos caminos son incompatibles. Muchos hay que sirven a las riquezas, porque no conocen a Dios. Esto es, hasta cierto punto, comprensible. Pero también hay muchos que dicen conocer a Dios, y sirven también a las riquezas. Lo cual no es tan comprensible.

Sea como fuere, el problema radica en que los que no tienen su tesoro en el cielo, lo intentan hacer aquí abajo. El tesoro de los cristianos es Cristo que está en los cielos, y hacia allá dirigen sus miradas y los más preciados anhelos de su corazón.

Arriba hay un lugar inaccesible para la polilla, para el orín y los ladrones. No hay clave capaz de abrir la caja fuerte que Dios tiene arriba, donde guarda el tesoro de sus amados hijos.

¿Quiere Ud. hacer tesoros en el cielo, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios? (Colosenses 3:1). Arrepiéntase de sus pecados, reciba a Cristo en su corazón, y El lo transformará todo en su vida, incluso los afectos de su corazón. Entonces tendrá verdadera seguridad.

Como hemos visto, ser cristiano es algo muy diferente a lo que hoy se piensa que es. Usted debe salir del engaño en que está encerrada esta civilización. Usted desde hoy es responsable delante de Dios. La humanidad será juzgada un día ante el divino tribunal, porque está establecido para todos los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio (Hebreos 9:27).

Para ser verdaderamente cristiano usted tiene que ponerse en las manos de Dios para que Él le transforme en una nueva criatura. ¡Acójase pronto a la gracia, a la salvación que Dios le ofrece en Cristo Jesús!