«Nosotros no podemos hacer la obra de Dios», dice el autor. Pero aun así, agrega, en un sentido somos colaboradores de Dios.

Lectura: Filipenses 3:12-14; 2ª Corintios 6:1.

Dios tiene su obra. Esta obra no es tu obra ni la mía, ni es la obra de esta misión ni la de otro grupo. Es la obra propia de Dios. Génesis cap. 1 nos dice que Dios trabajó y que luego descansó. Nadie sino él podía hacer esta obra de creación. Y hoy tiene también su trabajo, que ningún hombre puede realizar.

La obra de Dios sólo la puede hacer Dios mismo. Cuanto antes nos demos cuenta de ello, mejor. Porque la obra humana, los pensamientos del hombre, los métodos del hombre, el celo, dedicación, esfuerzos y actividades humanas no caben en lo que Dios está obrando. El hombre no puede participar en la obra de Dios hoy como no participó en la creación. En Filipenses, Pablo dice: «Por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús». El Señor Jesús tiene un propósito especial y específico al echar mano de nosotros – y lo que queremos conseguir es este propósito específico. Este propósito es conseguir que nosotros seamos colaboradores suyos. Sin embargo, es todavía cierto que no podemos hacer la obra de Dios, puesto que es total y absolutamente suya.

Pero en un sentido somos colaboradores de él. ¡Así que, por un lado debemos reconocer y darnos cuenta de que no podemos tocar la obra de Dios ni aun con el meñique, y por otro, somos llamados para ser colaboradores junto a él! Y es por esto que ha echado mano de nosotros. El Señor tiene un propósito específico en la salvación y un propósito claro y definido en salvarnos – el cual es conseguir que seamos colaboradores suyos.

¿Qué es la obra de Dios?

¿Qué es, pues, la obra de Dios? Efesios lo aclara mejor que ningún otro libro del Nuevo Testamento. El versículo 4 del primer capítulo dice: «Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor …»; y en 2:7 leemos: «Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús». Además, 1:9 añade: «Dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo».

En las reuniones de la iglesia tenemos a menudo los que se levantan y dicen lo que piensan. Estos no hablan en el Espíritu, sino que están «fuera de onda». Lo que dicen es de poco o ningún valor. Pero en la creación de Dios, tal como él la ha diseñado, no hay nada que no concuerde. Todo es para el Hijo, todo viene de Cristo y va a Cristo. No hay nada que esté fuera de él. Porque Dios lo ha incluido todo en Cristo: «Porque por él fueron creadas todas las cosas … todo fue creado por medio de él y para él» (Colosenses 1:16). Todo está en perfecta armonía en el plan de Dios. Y Dios hará que todo elemento de su creación llegue a este nivel y a su puesto de armonía perfecta. Pero nosotros no podemos hacer nada por lograr esto; Dios lo está haciendo todo y lo hará todo.

¿Quién es el colaborador de Dios?

El colaborador de Dios es la iglesia. En los dos versículos citados anteriormente entrevemos las dos eternidades: 1) «Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo»; y 2) «Para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús». Y el medio por el cual se va a lograr esto es «el cuerpo de Cristo», que sirve para contener a Cristo.

Ahora bien, ¿quién es precisamente un colaborador de Dios? No es alguien que quiera trabajar por Dios, alguien que ve una carencia e intenta remediarla; ni tampoco es alguien que ayuda a los demás a ser salvos; más bien es alguien que hace lo que Dios le tiene destinado en su propósito eterno, y no hace más que cumplir su destino. Si vemos de verdad el propósito por el que Cristo Jesús echó mano de nosotros, toda nuestra labor y obras anteriores quedarían anuladas.

El propósito y objetivo de Dios es mostrar a su Hijo en todo, es revelarnos a su Hijo para que veamos «las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús». ¿Es este el objetivo de la obra que estás realizando ahora? Si tu obra no alcanza este objetivo no eres colaborador de Dios.

Puede que te preguntes: ¿Cómo sabré que estoy colaborando con Dios? Esto puede ser contestado fácilmente. ¿Estás satisfecho con lo que haces? Si no satisfaces el corazón de Dios, el tuyo tampoco estará satisfecho. No se trata de comparar tu trabajo con el de otro. De lo que se trata es de averiguar si lo que estás haciendo es bueno – esto es, bueno a la vista de Dios, aceptable a Dios, y que procede de él y está en concordancia con su propósito eterno.

No tenemos que mirar en torno nuestro y criticar a los demás, preguntándonos si es posible que todos estén equivocados y que sólo nosotros, unos pocos, tengamos razón. Esto no tiene sentido y es dañino. No importa lo que hacen los demás. De lo que nos tenemos que asegurar es de apresurarnos nosotros mismos a «lo que está delante, a la meta, para conseguir el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús».

¿Qué es la iglesia?

Cuando empezamos a buscar aquí sobre la tierra algo – una iglesia, un testimonio, una doctrina, algo tangible y visible –, vemos que no tarda en convertirse en más «cristianismo técnico». No es más que algo terrenal – muerto y de poca utilidad. Ahora, el cuerpo de Cristo vive y es espiritual. Pero cuando está muerto se convierte sólo en algo.

No hemos de ser más que una semilla de trigo que cae en la tierra y muere y produce una cosecha. Esto se repite una y otra vez a los largo de los siglos. Es algo que pertenece al cielo; no hay nada de terrenal en el proceso. La iglesia no es un conjunto de judíos, gentiles, anglosajones, americanos, chinos y otros pueblos. Porque ¿no dice Colosenses: «Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos» (Col.3:11).

Hay personas que creen que para poder entrar por las puertas del cielo necesitamos tener a Cristo en nosotros – y es esto lo que nos permite entrar. Esto es una equivocación enorme. Porque a la entrada del cielo está la cruz, y sobre esta cruz estamos crucificados tú, yo y todos los seres humanos.

Cada miembro de todos los pueblos ha sido clavado a esta cruz, y ninguno de ellos ha llegado a entrar en el cielo. Todo lo que entra es Cristo, nada de lo que somos nosotros logra entrar. Y esta parte que logra entrar es la iglesia. Todo cuanto esté en nosotros y alrededor de nosotros que es Cristo o de Cristo, es la iglesia; todo lo que es nuestro en nosotros – o sea, lo que no es Cristo en nosotros – no es la iglesia y no logrará franquear la entrada del cielo, sino que quedará destruido. Lo que tengamos de la vida pura de Cristo es todo lo que será reconocido por Dios, y él se preocupará sólo de esto. Y no es más que este elemento lo que puede colaborar con Dios.

Tomado de «La Obra de Dios».