Un pedido imposible

Cierta vez un hombre le pidió a Lutero que le recomendara un libro que fuera agradable y útil: «¡Agradable y útil!», replicó Lutero. «Este pedido excede mi capacidad. Las mejores cosas son las menos agradables».

Frank Bartleman, en «Azusa Street».

¡Que hable!

R.A. Torrey cuenta que D. L. Moody era el hombre más humilde que había conocido. «¡Cómo le gustaba ponerse en el último término y ubicar a otros en el primer plano! En las convenciones de Northfield, o en cualquier otro lugar, empujaba a otros hacia el frente y, si podía, les hacía predicar todo el tiempo: McGregor, Campbell Morgan, Andrew Murray, y los demás. La única manera de hacerle hablar era ponerse en pie en la convención y hacer moción que escuchemos a D. L. Moody en la siguiente reunión».

En «Por qué Dios usó a D.L. Moody».

Una chica que baila

John Hyde, conocido como el «apóstol de oración», sirvió en la India a comienzos del siglo XX. Cierta vez, una mujer de mundo quiso divertirse a costa de él. Le dijo: «¿No cree, míster Hyde, que una chica que baila pueda ir al cielo?». Él la miró con una sonrisa y le dijo tranquilamente: «No veo cómo una chica puede ir al cielo a menos que baile». Entonces le explicó ampliamente el gozo por el perdón de los pecados.

John Piper, en «Sed de Dios».

Un tonto menos para estorbar

¿Qué sucederá si C.T. Studd muere? Esta pregunta frecuente y pueril debe tener su contestación. Aquí va del propio C.T. Studd: «Todos gritaremos ¡Aleluya! El mundo habrá perdido su mayor tonto, y con un tonto menos para estorbar, Dios hará maravillas aún mayores».

C.T. Studd, en «C.T. Studd, deportista y misionero», por Norman P. Grubb.

Como pisar una serpiente

Una vez que viajaba a caballo desde Londres a Birstal, Wesley alcanzó en su camino a un hombre serio, con el cual trabó de inmediato conversación. Muy pronto él le dio a conocer sus opiniones, pero Wesley se guardó bien de contradecirle. El hombre no quedó satisfecho con eso; estaba impaciente por saber si Wesley creía como él la doctrina de los decretos. Pero él le dijo una y otra vez que se sujetaran mejor a cosas prácticas, pues de otro modo corrían el peligro de disgustarse. Así lo hicieron por unas dos millas de camino hasta que, tomándole de sorpresa, le condujo a la disputa antes de que Wesley se diera cuenta de dónde estaba. El hombre se acaloraba cada vez más, hasta decirle que tenía el corazón podrido y que pensaba que debía ser uno de los seguidores de Juan Wesley.
Entonces él le dijo:
–No, soy Juan Wesley en persona.
Fue como si de improviso hubiese pisado una serpiente, y con gusto se hubiera alejado a todo galope, a no ser porque su cabalgadura no era tan buena como la de Wesley.

Mateo Lelièvre, en «Wesley, su vida y obra».