Tres clases de bendiciones

Las bendiciones espirituales en los lugares celestiales que son nuestras en Cristo pueden dividirse en tres clases:

La primera la componen aquellos que llegan a nosotros inmediatamente después de que creemos para salvación, tales como el perdón, la justificación, la regeneración, el ser hechos hijos de Dios y el ser bautizados en el Cuerpo de Cristo. ¡En Cristo, poseemos estas cosas aun antes de saber que son nuestras!

La segunda clase la componen aquellas riquezas que son nuestras por herencia, pero que no podemos disfrutar verdaderamente hasta que el Señor regrese. Esto incluye la perfección mental y moral, la glorificación de nuestros cuerpos, la completa restauración de la imagen divina en nuestras personalidades redimidas y la admisión a la misma presencia de Dios para experimentar para siempre esta beatífica visión. ¡Estos tesoros son nuestros con tanta seguridad como si los poseyésemos ahora!

La tercera clase consiste en tesoros espirituales que son nuestros por la expiación de la sangre de Jesús, pero que no podremos poseer a menos que realicemos un decidido esfuerzo por poseerlos. Estos son, la liberación de los pecados de la carne, la victoria sobre el yo, el fluir constante del Espíritu Santo en nuestra personalidad, los frutos en nuestro servicio cristiano, la conciencia de la presencia de Dios, el crecimiento en la gracia, una creciente conciencia de unidad con Dios, y un espíritu inquebrantable de adoración. Estas cosas son para nosotros lo que era la tierra prometida para Israel, se pueden conquistar de acuerdo a nuestra fe y valor. A.W. Tozer, en Manantiales de lo alto.

La complacencia del hombre común

En una cultura declinante, una de sus características es que la gente común no se da cuenta de lo que está sucediendo. Solamente los que saben y pueden leer las señales de decadencia están planteando las preguntas que todavía no tienen respuesta. Juan Pueblo se siente cómodo en su complacencia y tan despreocupado en cuanto a los asuntos mundiales, como un pez de estaño en una caja de revistas atrasadas. No hace preguntas, porque los beneficios sociales del gobierno le dan un falso sentido de seguridad. Este es su problema y su tragedia. El hombre moderno se ha convertido en espectador de los acontecimientos mundiales, observando en su pantalla de televisión, sin comprometerse. Mira desfilar ante sus ojos los ominosos acontecimientos de nuestra época, mientras bebe cerveza cómodamente sentado. No parece comprender lo que está sucediendo. No entiende que este mundo está en llamas y que él está a punto de quemarse también.

Billy Graham, en El mundo en llamas.

El valle de sombra de muerte

Es un gran arte aprender a caminar por lugares sombríos. No te apures. En las sombras se aprenden lecciones que no se pueden aprender a plena luz. Descubrirás alguno de los ministerios del Señor que no habías tenido oportunidad de conocer. Su vara y su cayado te infundirán aliento. Una para guiarte, la otra para protegerte. La oveja que se encuentre más cerca de su pastor conocerá de ambos. Cuando entramos al valle de sombra de muerte, nos acercamos tanto a él que lo miramos cara a cara y no decimos “El está conmigo”, sino “Tú estás conmigo”, porque lo otro es muy formal, poco íntimo. La necesidad que tenemos de Cristo y su utilidad la vemos mejor en las pruebas”.

W.Y. Fullerton, citado en Gethsemaní Nº 32.