Es interesante que el capítulo 15 de Romanos presenta a Dios como «el Dios de la paciencia y la consolación» (v. 5), «el Dios de esperanza» (v. 13), y «el Dios de paz» (v. 33). Son cuatro rasgos muy valiosos de nuestro Dios, que valoramos mucho más luego que vivimos ciertas experiencias difíciles.

Romanos nos muestra un resumen de toda la carrera cristiana. Y en el capítulo 15, cuando ya está concluyendo su exposición, Pablo, por el Espíritu, nos hace esta preciosa cuádruple presentación de Dios, que ofrece la provisión de Dios –es decir, Dios mismo– para toda situación presente.

En la carrera cristiana hay tantas situaciones difíciles, que, sin duda, precisamos más de una vez conocer la paciencia del «Dios de la paciencia». Cuando los problemas se suceden uno tras otro, y parecen no terminar más, cuando somos hostilizados, perseguidos e incomprendidos, ¡qué importante es la paciencia!

Pero no es solo el Dios de la paciencia: es también «el Dios de la consolación». Las lágrimas y los dolores necesitan del consuelo. El corazón herido precisa una gota de bálsamo, un pañuelo que enjugue las lágrimas, y un hombro en el cual recostarnos. Todo eso lo provee Dios para sus hijos, porque él es el Dios de la consolación.

También es «el Dios de esperanza». Cuando la noche está oscura, y fría, cuando miramos a lo lejos y no vemos la luz al final del túnel, entonces Dios se nos revela como el Dios de esperanza. Lo que no ven nuestros ojos, lo percibimos por la fe, porque conocemos las misericordias y la fidelidad de Dios.

Dios no cambia, él es fiel, y no puede negarse a sí mismo. David lo sabía muy bien: «Porque un momento será su ira, pero su favor dura toda la vida. Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría» (Sal. 30:5). ¿No tendrá misericordia de sus pequeñitos, que esperan en él, que sufren delante de él? ¡Él es el Dios de la esperanza!

Por último, él es «el Dios de paz». Llegará un momento en que la paciencia habrá cumplido su tarea, y ya estaremos perfectamente consolados. La esperanza habrá alcanzado su realización. Entonces vendrá la paz, ese sentimiento profundo de quietud aún en medio de la tormenta, la paz de Dios, que no depende de si las circunstancias son favorables o no.

La paz de Dios está muy bien ejemplificada en la escena del Señor Jesús durmiendo sobre el cabezal en medio de la tempestad. Mientras los discípulos desesperaban, el Señor dormía plácidamente. Por eso él dijo: «Mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo» (Juan 14:27). Por eso el apóstol dice:«Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús»(Flp. 4:7).

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