Cualquiera sea la religión que el hombre profese, ésta se caracteriza fundamentalmente por la forma en que enseña a sus seguidores a acercarse a Dios. O bien les enseña a acercarse por sus obras, o les enseña a acercarse por la fe.

Hay en la Biblia dos hombres, hermanos entre sí, que representan estas dos formas de presentarse ante Dios. Uno es Caín y el otro es Abel, los hijos de Adán y Eva. Ellos nacieron fuera del huerto, y ambos heredaron la misma naturaleza pecaminosa de sus padres. Adán no podía transmitirles la fe, porque «lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que nacido del Espíritu, espíritu es». De modo que Caín y Abel eran iguales en cuanto a su naturaleza.

Sin embargo, a la hora de presentarse ante Dios, ellos asumieron actitudes diametralmente opuestas. Estas diferentes actitudes determinaron que recibiesen de parte de Dios una respuesta también diferente. La palabra de Dios dice que la diferencia no estribó en la distinta naturaleza de estos hombres, sino solo en las ofrendas que presentaron.

Hebreos 11:4 dice: «Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella». Caín ofreció a Dios el fruto de la tierra. Esto, que pudiera parecer loable, no lo era, por cuanto la tierra estaba maldita por causa del pecado. Dios había sacrificado un animal para cubrir a Adán y Eva, había tenido que derramar sangre para cubrir a los primeros padres, pero Caín consideró innecesario ofrecer un sacrificio sangriento. Sin embargo, la Biblia dice que «sin derramamiento de sangre no se hace remisión» (Heb. 9:22).

Consideremos ahora el sacrificio de Abel. Este trajo de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Entendió que ninguna de sus buenas obras podían permitirle el acceso a Dios. En la ofrenda de Abel quedó simbolizado el sacrificio perfecto de Cristo. Así también, toda alma quebrantada halla en Cristo su sustituto por excelencia, quien tomó su lugar en el juicio sobre la cruz. No es cuestión de sentimientos, sino que es un asunto de fe.

«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 5:1). «Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín» (Heb. 11:4). Caín no tuvo esta fe y, por lo tanto, no trajo sacrificio de sangre. Abel tuvo fe, y ofreció la sangre y la grosura, que es figura de la vida y excelencia de la persona de Cristo.

El camino de Caín ha tenido muchos seguidores a través de la historia y los sigue teniendo hoy. Los seguidores de Caín son personas religiosas, pero ellos piensan que pueden acercarse a Dios a su manera. Su religión es solo un ritual, que sirve para acallar la conciencia, o para ser aceptados socialmente. ¿Con cuál de estos adoradores se identifica usted? Crea en el Señor Jesucristo, y alcanzará la perfecta paz con Dios. Solo en Cristo hay justicia y salvación eterna.

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