…orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar».

– Efesios 6:18-20.

Pablo está diciéndoles a los creyentes en Éfeso: «Oren en todo tiempo con toda oración y súplica; oren por los santos y oren por mí, para que me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio».

Pablo es un embajador en cadenas de este misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres; misterio que, cuando es dado a conocer, nos acerca a Cristo.

Porque Pablo sabe que el misterio de Dios dado a conocer trae cercanía con Cristo. Efesios 2:12: «En aquel tiempo estabais sin Cristo», pero, cuando se da a conocer el misterio de Dios, aquellos que estaban alejados de Cristo, son hechos cercanos a él; aquellos que estaban alejados de la ciudadanía de Israel, ahora son ciudadanos del pueblo de Dios; aquellos que estaban ajenos a los pactos de la promesa, ahora son herederos; aquellos que estaban sin esperanza, tienen esperanza, y aquellos que estaban sin Dios en el mundo, ya no están solos. ¡Bendito es el Señor!

Qué extraordinaria es esta noticia del misterio del evangelio. Por eso Pablo dice: ‘Aquí hay una situación que supera toda capacidad humana’. Y él se presenta en total debilidad, diciendo: «Oren por mí, para que yo hable como debo hablar».

La naturaleza de la batalla

Ahora, el contexto de Efesios 6:19 está marcado desde el versículo 10. Desde allí, Pablo está mostrando qué ocurre en los ambientes celestiales: «Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (vv. 10-12).

Cuando Pablo pide que la iglesia  ore, lo está diciendo en el contexto de esta lucha espiritual; porque al maligno no le conviene el anuncio del misterio de Dios. Él quiere seguir matando, robando y destruyendo; pero, cuando el misterio de Dios se empieza a anunciar, y se hace con todo denuedo, trae consolación, trae restauración, trae paz, trae perdón, trae cercanía, trae promesas, trae herencia.

Pablo dice: «No tenemos lucha contra éste o aquél; es una lucha contra huestes espirituales de maldad». Ellos están detrás de estas personas. Como dice en Efesios 2:2: «…el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia». Y me llama la atención esto: Luego de haber hablado del misterio de Dios; luego de habernos puesto en esta verdad de estar sentados con Cristo en lugares celestiales; luego de que este nuevo hombre se levantó en la cruz, y se muestra en Efesios que comenzó a andar; este nuevo hombre tiene que enfrentar esta lucha, una lucha que tiene que ver con el misterio de Dios.

Quiénes son llamados a la batalla

Cuando el pueblo de Israel fue llamado por Dios a poseer la tierra prometida, todo aquello que sus pies pisaran, ¿sabe quiénes eran contados para eso? Números 1:2: «Tomad el censo de toda la congregación de los hijos de Israel por sus familias, por las casas de sus padres, con la cuenta de los nombres, todos los varones por sus cabezas».

Pero, ¿quiénes iban a ser contados? Fíjense en el verso 3, que es muy interesante, y yo quisiera relacionarlo con la parte de Efesios capítulo 6: «De veinte años arriba, todos los que pueden salir a la guerra en Israel, los contaréis tú y Aarón por sus ejércitos». ‘No cuentes a los niños; cuenta los que tienen de veinte años arriba’. ¿Quiénes debían ser contados? Los que podían salir a la guerra, aquellos que estaban un poco más crecidos, más fortalecidos; aquellos que habían aprendido a andar.

¿Expondría usted a un pequeñito a una situación conflictiva, a una guerra? Lo que nosotros haríamos con un pequeñito es cuidarlo. Las mamás saben esto; cuando sus hijos son pequeños, ellas son unas leonas, los cuidan muchísimo. Pero cuando ellos van creciendo, les va cambiando la voz, va apareciendo un poquito de barba y van teniendo una expresión personal, la mamá dice: ‘Están creciendo, están más grandecitos’.

Cuando Pablo dice: «Fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza» (Ef. 6:10), está hablando a aquellos que no sólo saben del misterio de Dios y que, en ese misterio, ellos están incluidos en Cristo. Está escribiendo no sólo a aquellos que, sabiéndolo, han aprendido a andar en toda humildad, a andar en amor y en la verdad, a andar en la luz, redimiendo el tiempo. Escribe a aquellos que se han sentado con Cristo, que han sabido que esa es su posición, y que también han caminado, y pueden discernir que nuestra lucha no es contra carne ni sangre.

Un pequeñito se desanima si un día no lo saludan; un pequeñito, si un día no se siente apreciado, no sigue. Un pequeñito, si en un momento se siente un poco despreciado, piensa: ‘Aquí, a mí no me consideran. Yo tengo tanto que dar, pero no me consideran’,  y se va.

Pero, cuando Pablo está escribiendo: «Fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza», yo creo que no  está escribiendo a los pequeñitos; sino a hermanos que han aprendido a andar con Cristo, que han seguido a Cristo por años y años; que han sabido del desprecio, que han probado la disciplina, que aceptan la corrección y viven en santidad.

Y a éstos creo que Pablo está escribiendo. Es como el censo de Israel. Cuenta a los que tienen de veinte años arriba; ellos son los que tienen que ir a la guerra; estos son los que, en el contexto de Efesios capítulo 6, tienen que tomar toda la armadura de Dios. ¿Quién provee esta armadura? Dios. ¿Y quiénes son los que la tienen que tomar? Nosotros. Lo dice así la Escritura: «Vestíos de toda la armadura de Dios» (Ef. 6:11).

Discerniendo al enemigo

Y aquí aparece mostrada cómo es la armadura de Dios. ¿Nos queremos vestir en estos días? Porque, cuando hablamos de «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres» (Mat. 4:19), hay un conflicto espiritual, hay una lucha que no es contra sangre ni carne. Hay huestes espirituales de maldad. Y frente a eso, el apóstol Pablo dice:«Vestíos…».

Pablo era consciente de esta oposición. «…por lo cual quisimos ir a vosotros, yo Pablo ciertamente una y otra vez; pero Satanás nos estorbó» (1ª Tes. 2:18). Si usted mira la referencia de esa expresión, que es el libro de Hechos, podrá ver que se refiere a la oposición que Pablo tenía de parte de los judíos, y de parte de algunos que no eran judíos, pero, que instigados por ellos, se levantaban contra él.

Y Pablo, cuando ve eso, entiende que no es lucha contra carne y sangre, sino que es el mismo Satanás, que quiere impedir que la obra de Dios siga creciendo. Es el mismo Satanás que quiere decir nuevamente, como le dijo a Jesús: «En ninguna manera esto te acontezca» (Mat. 16:22). El Señor discierne que, tras las palabras de Pedro, estaba el estorbo de Satanás. «¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres» (Mat. 16:23).

En otras palabras, Jesús le está diciendo: ‘Haces que los hombres miren, y aquello que miran sea agradable a la vista, sea codiciable; haces que los hombres se vuelquen hacia sí mismos y piensen en su propio placer. Pero yo no estoy pensando en mi propio placer; sino en la voluntad eterna de Dios’. Y eso no es para los pequeñitos.

Otro pasaje. 2ª Corintios 2:11: «…para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros; pues no ignoramos sus maquinaciones». Aquí hay otra situación en la cual el apóstol discierne con claridad. Efectivamente Pablo discernía que en su servicio había una oposición, y esa oposición era del maligno. Había una situación muy delicada en la iglesia en Corinto, que había sido juzgada, que había sido expuesta, y Pablo dice en el verso 10: «Y al que vosotros perdonáis, yo también; porque también yo lo que he perdonado, si algo he perdonado, por vosotros lo he hecho en presencia de Cristo, para que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros…».

Es posible que este hermano, que debía ser perdonado, estuviera percibiendo que no había sido perdonado, que los hermanos no le habían otorgado el perdón. Y es posible que, por esa causa, la iglesia estuviese viviendo alguna complicación. Y Pablo les dice: «Yo lo he perdonado», y lo hace públicamente.

¿Hay alguien a quien debamos perdonar en nuestro corazón, que ha sido corregido, que ha sido disciplinado, pero nuestro corazón es un tanto esquivo todavía? Créanme que ese hermano lo percibe, y Pablo veía, tras estas actitudes, una maquinación del diablo. El apóstol nos muestra la importancia de discernir. Si a alguien no hemos perdonado, recibamos esta palabra del Señor. Si ha habido disciplina, ha habido corrección, hay perdón de Dios. Que Satanás no gane ventaja alguna sobre nosotros.

Entonces, ¿quiénes son los que tienen que vestirse? Aquellos que han sido enseñados, corregidos, disciplinados, aquellos que han sabido andar con Cristo. Vestirse de toda la armadura de Dios. En Efesios capítulo 6, es muy interesante cómo se describe esta armadura. Y, para entenderla como Pablo la explica, veamos algunos pasajes del evangelio.

«Estaba Jesús echando fuera un demonio, que era mudo; y aconteció que salido el demonio, el mudo habló; y la gente se maravilló. Pero algunos de ellos decían: Por Beelzebú, príncipe de los demonios, echa fuera los demonios. Otros, para tentarle, le pedían señal del cielo. Mas él, conociendo los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae. Y si también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo permanecerá su reino? ya que decís que por Beelzebú echo yo fuera los demonios. Pues si yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿vuestros hijos por quién los echan? Por tanto, ellos serán vuestros jueces. Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros. Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee. Pero cuando viene otro más fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín. El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama» (Lucas 11:14-23).

¿Quién era este hombre fuerte, en la explicación del Señor? Era el príncipe de este mundo; pero el que es más fuerte que él, y que había venido, era Jesús. Y uno tiene que mirar, desde la venida del Señor hasta la cruz, que también hubo un conflicto espiritual en los lugares celestiales. Hubo alegría y gozo en los pastores y en los ángeles. Pero, cuando vinieron los magos de oriente y le dijeron a Herodes: «¿Dónde está el rey de los judíos?» (Mat. 2:2), ¿qué dijo Herodes? «¿Así que ha nacido el rey de los judíos? Díganme dónde está, porque quiero ir a conocerlo». Y cuando se da cuenta que es burlado, ordena algo terrible.

Él creía ser el hombre fuerte; él creía ser el rey. Pero no lo era; porque el verdadero Rey era aquel que había nacido en Belén. Alguien pequeñito, tan frágil, ¡pero era el Rey de reyes! Y cuando se ve burlado, Herodes ordena matar a todos los varones menores de dos años. Y esta fue una obra del maligno, como cuando nació Moisés.

Y luego, pasado el tiempo, cuando el Señor habla en el evangelio de Juan, dice: «Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera» (Juan 12:31). La cruz no sólo es el lugar de misericordia para la raza humana, es también el lugar de la victoria de nuestro Señor sobre toda hueste espiritual de maldad. Como dice Pablo a los colosenses: «…anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz» (Col. 2:14-15).

¡Bendito es Jesús! Él venció en la cruz a la muerte y al que tenía el imperio de la muerte. ¿No te da gozo saber que nuestro Señor es el Vencedor? Hermanos, en la cruz, él venció. Venció a Satanás. Rescató para Dios, restauró para Dios. Para nosotros, la cruz es la mirada de la eterna misericordia y el amor de Dios. Pero también, en la cruz, está la victoria de Cristo sobre toda hueste espiritual de maldad. ¡Él es el que ha vencido! Y cuando la iglesia proclama el misterio de Dios, declara que en la cruz, de ambos pueblos, judíos y gentiles, hizo uno solo, y levantó un solo y nuevo hombre.

Armados para la batalla

La iglesia tiene que anunciar la multiforme sabiduría de Dios. Por eso, en Efesios capítulo 6, desde el verso 13 en adelante, si uno mira la armadura, encuentra que es prácticamente defensiva. No es ofensiva. La armadura que aquí aparece, y que tenemos que colocarnos, es para defendernos. Salvo la espada, que aparece en el verso 17, el resto es para defenderse.

¿Qué defendemos, hermanos, con la armadura de Dios? Defendemos la victoria de Cristo, porque la iglesia es columna y baluarte de la verdad. Por eso, en Efesios capítulo 6 nuestra  posición no es la de ir a ganar algo; es la posición de defender lo que Otro ha ganado. Y por eso, estas expresiones. Fíjense en el verso 11: «…para que podáis estar firmes». Verso 13: «…para que podáis resistir». Verso 14: «Estad, pues, firmes…». La victoria de Cristo, lo que él ganó, a quién él derrotó. Es la posición firme de la iglesia del Señor.

El asunto que hablaremos durante estos días, «Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres» (Mat. 4:19), necesita nuestra oración. Porque, imagínense, nos ceñimos, como está escrito, los lomos con la verdad; nos ponemos la coraza de justicia; nos calzamos los pies con el apresto del evangelio de la paz; tomamos el escudo de la fe; nos ponemos el yelmo de la salvación; tomamos la espada del Espíritu, ¿y qué hacemos luego?

¿Se imaginan a alguien así vestido, para entretenerse o para decir: ‘Oh, que entretenida la reunión’? ¡No! Alguien que está vestido así, sabe a lo que está yendo, sabe la posición que debe tener, sabe que tiene que ir a la oración, sabe que tiene que comenzar el ruego y la súplica, porque hay un mundo perdido, hay un mundo que está cegado por Satanás, que necesita oír el misterio del evangelio de Dios. No para sentirnos mal porque nos miran o no nos miran, nos saludan o no nos saludan. Es para estar en el campo de batalla. Firmes, resistiendo, mirando hacia el frente la victoria de Jesús y proclamando que él es el vencedor, que él derrotó a toda hueste espiritual de maldad. Y esto tomando la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios, y confesando que Jesús está exaltado hasta lo sumo.

«…en los cuales el Dios de este siglo cegó el entendimiento…» (2ª Cor. 4:4). Nuestros jóvenes, nuestros niños, no sólo necesitan buena educación, buena salud, buen alimento; necesitan hombres y mujeres vestidos de la armadura de Dios, que se pongan a orar por ellos, para que el misterio de Dios les sea aclarado.

Quizá puedas controlar a tu hijo hasta los once o doce años. Pero, a los catorce o quince años, ¿qué empieza a ocurrir? ¿Sabes lo que hay que hacer? Vestirse de toda la armadura de Dios. Porque el misterio de Dios, dado a conocer con denuedo, les trae consuelo, les trae cercanía con Cristo.

¿Ustedes conocen a un cantante llamado Daniel Calveti? Fuimos a escucharlo en un concierto. Y vimos salir a un moreno como de un metro ochenta, con lentes oscuros, camisa roja, pantalones con brillos y zapatillas… Yo quería escuchar «Yo soy la niña de tus ojos», y cuando el hermano empezó a cantar, reconozco que me complicó un poco su forma. Sin embargo, de pronto comenzó a contar su testimonio, y dijo algo que impactó.

Él contó que, cuando tenía cerca de quince años, comenzó a ser seducido por el mundo y a alejarse del camino que sus padres le habían trazado. Y una de las cosas que le llamaba la atención en esa época es que, no importando la hora que llegaba a su casa, siempre su madre estaba orando. Imagínense lo que ocurre  si alguien va a una fiesta, a un lugar de diversión mundana, llega a casa y ve a su mamá orando.

Entonces, un día, muy molesto, el joven le dijo: ‘Madre, no quiero que ores más por mí; porque yo quiero disfrutar lo que he hecho’. Y la madre lo miró y le dijo: ‘Pero, Daniel, yo no he parido hijos para el diablo; yo he parido para Cristo. Y voy a seguir orando hasta que tú seas de Cristo’. ¡Esa mujer se vistió con la armadura de Dios y resistió! Porque nuestros hijos son para el Señor. Menos mal que aquella madre no dijo: ‘Bueno, es que a esta edad todos se ponen así’.

La batalla presente

Hermanos, vistámonos, en este tiempo, de toda la armadura de Dios. Percibo que para nuestro país vienen tiempos donde el llamado progresismo va a coartar las libertades de la iglesia. Porque, cuando la iglesia levanta la voz, el hombre sabe que está en pecado, y el progresismo quiere decirle que no hay pecado; quiere decirle: ‘Ten relaciones sexuales. ¿Quién te lo prohíbe, si nosotros fijamos las reglas? No hay un Dios que fije reglas aquí; no hay un Dios que diga qué es bueno y qué es malo’. Nosotros lo decimos, nosotros lo acordamos. Sácate de la cabeza que la homosexualidad es pecado’.

Porque, cuando la iglesia levanta la voz: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado», debe elevar oraciones, como dice el apóstol, «…orando en todo tiempo, con toda oración y súplica en el Espíritu», para que aquella victoria, aquel misterio que fue escondido en Cristo y que se dio a conocer, se pueda manifestar en este tiempo.

«Porque no tenemos lucha contra sangre y carne…», no nos enredemos en disputas. Vistámonos de la armadura de Dios; doblemos nuestras rodillas, tengamos una oración todo el tiempo. Qué precioso es poder decirle hoy: Aquí estamos, Señor, para tener esta actitud que tú nos pides. Queremos estar firmes. Queremos resistir. Queremos vestirnos de la armadura de Dios, para estar en atenta oración, ruego y súplica, en el nombre de Jesús. Amén.

Síntesis de un mensaje compartido en Callejones 2010.