La corrupción había alcanzado el mismo lugar santo. Los mercaderes y cambistas habían mancillado los atrios de Dios – los mismos que había deseado tan ardientemente el alma del salmista.

Por eso aquel día cuando el Señor subió al templo, dejó de lado su normal mesura. Al encontrar allí a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados haciendo su negocio, tomó un azote de cuerdas, y echó fuera del templo a todos, y a las ovejas y a los bueyes; esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas. Su ira era arrolladora. Los que muchas veces alzaron su voz para resistirle, esta vez no pudieron abrir la boca, tal era la fuerza de su furor. ¿Podemos imaginar ese torbellino terrible?

Sin embargo, aun aquí muestra el Señor la belleza de su persona. No fue su ira un río incontenible, ni azotó indiscriminadamente a diestra y siniestra. El registro sagrado señala cuidadosamente que él no tocó a las palomas. Mateo y Marcos dicen: “Volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas”; en tanto Juan agrega: “Y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto”. Nótese: sólo volcó las sillas de los que las vendían y les ordenó que las sacaran de allí, pero él no tocó a las palomas.

¿Por qué? Hay, al menos dos razones. Las palomas eran, en su sencillez y economía, la ofrenda del pobre, del que no tenía para pagar un cordero o un becerro. ¡Cuántas conciencias heridas eran tranquilizadas por esa modesta ofrenda cruenta! Sin duda, las de la mayoría. Pero también, y sobre todo, el Señor no quiso tocar a las palomas, porque Dios había escogido una paloma para representar al Espíritu Santo, en su descenso sobre el Señor Jesús el día de su bautismo. ¡Una pequeña ave representando a Dios mismo!

Entonces entendemos, y exclamamos: ¡Oh, maravilla de Jesús! Admirable, no solo en su compasión o en su majestad, sino también en su furor. Cuán distinto de los hombres, cuya ira es un vendaval sin control, hiriendo y destruyendo. Nos inclinamos ante su delicadeza, ante su autodominio, ante su pureza. Permita el Señor a sus siervos expresar también en esto la belleza de Su maravilloso carácter.

573