Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”.

– 1 Corintios 15:58.

Todo lo que hacemos para el Señor, por pequeño que parezca, tiene su premio. A veces nos desanimamos no viendo resultados positivos en nuestra labor, pero el Señor no nos premia de acuerdo a nuestros criterios, sino de acuerdo a los suyos; y según ellos, el más pequeño trabajo que realicemos para Él dará su fruto y tendrá una recompensa.

David y Svea Flood, un joven matrimonio sueco, trabajaron como misioneros en el Congo Belga (actualmente Zaire). El jefe de la tribu con la que trabajarían les hizo la vida imposible y prohibió a todos sus miembros hablar con ellos. Solo un pequeño niño tenía permiso para venderles pollos y huevos, pero cada vez que hablaba con Svea, ella le hablaba de Cristo y él lo aceptó como su Salvador.

Luego ella quedó embarazada, pero debido a la malaria murió dejando a una niña huérfana. David se llenó de amargura contra Dios, dijo que por culpa de Dios había perdido a su esposa, que había fracasado queriendo servirle, y regaló la niña a otra joven pareja de misioneros. Después regresó a Suecia donde se volvió alcohólico.

Pero unos años después, aquel niñito africano creció y, con el permiso del jefe de la tribu, construyó una escuela donde ganó a todos sus estudiantes para Cristo. Éstos les predicaron a sus padres y también se convirtieron al Señor. ¡Aún el jefe de la tribu entregó su vida a Cristo! Cientos de cristianos africanos florecieron producto del trabajo de aquellos jóvenes misioneros, aunque David llegara a pensar que nada había valido la pena.

¡No! ¡El trabajo en el Señor no es en vano! Por eso: “Esforzaos vosotros, y no desfallezcan vuestras manos, pues hay recompensa para vuestra obra” (2 Crónicas 15:7).

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