La Primera Epístola a los Tesalonicenses es la primera escrita por el apóstol Pablo a una iglesia. Se trata de una iglesia joven, la cual había permitido a Pablo dar sus primeros pasos en el servicio apostólico. En esta carta, Pablo hace referencia al trabajo apostólico realizado por él en Tesalónica. Y en ella se pueden advertir tres actitudes y funciones del apóstol:

Primero, la de la nodriza«Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande era nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos» (1 Tes. 2:7). La nodriza cuida del bebé, y lo hace con especial ternura y cariño. Ella le provee la leche, que es el alimento adecuado para esa edad (1 Ped. 2:1-3). Todo apóstol ha de ser capaz de cuidar con ternura de los hijos de Dios en esta primera etapa de su vida espiritual.

En segundo lugar, la del padre«Así como también sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria» (1 Tes. 2:11-12). El padre asume su función luego que el niño ha crecido lo suficiente, y está en condiciones de asumir responsabilidades. Un niño necesita exhortación, consuelo y también necesita asumir tareas o «encargos». Si el niño no recibe estos tratos de su padre, crecerá pusilánime y perezoso.

Por último, está la actitud del hijo«Pero nosotros, hermanos, separados de vosotros por un poco de tiempo, de vista pero no de corazón, tanto más procuramos con mucho deseo ver vuestro rostro, por lo cual quisimos ir a vosotros…» (1 Tes. 2:17-18). Aquí, en el original griego, Pablo utiliza una palabra que hace referencia a un hijo lejos de casa. Este hijo (el apóstol mismo), desea volver a ella, porque allí están sus afectos más íntimos.

Esta última figura es sorprendente, pues nos muestra al apóstol en una dimensión de humildad, ligado de corazón a los hermanos. Su actitud no es aquí la del apóstol lleno de autoridad, sino la del hijo que anhela estar de nuevo en casa. La figura del apóstol idolatrado, inalcanzable para los pequeños en la iglesia, no es escritural, sino mundana; es más la imagen de un gobernante de las naciones, que la de un siervo de Dios.

Como vemos, el trabajo apostólico es múltiple y polifacético. Reúne en sí mismo la labor del evangelista, la del pastor, la del maestro y la del profeta. Nada de eso, sin embargo, es motivo de vanagloria. Al contrario, es su carga espiritual, y debe ser fiel a ella.

Las palabras del apóstol siguen sonando emocionadas, llenas de dulzura: «Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo» (2:19-20). La conducta de Pablo entre los tesalonicenses es un ejemplo para todos los obreros de Dios en el día presente.

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