Un mártir y un apóstata arrepentido

Simeón, arzobispo de Seleucia, con muchos otros eclesiásticos fueron aprehendidos y acusados de haber traicionado los asuntos de Persia ante los romanos (años previos al 128). El emperador se exasperó y ordenó que Simeón fuera traído ante él. En su presencia, éste defendió la causa de la cristiandad en forma tenaz, por lo que el emperador, ofendido con esta libertad, le ordenó que se arrodillara ante él, como lo había hecho en entrevistas previas. Simeón respondió que, siendo ahora traído ante él como prisionero por la verdad de su religión y por causa de su Dios, no era legal que él se arrodillara.

Fue puesto en prisión y un corto tiempo después le ordenaron que adorara al sol de acuerdo con la costumbre de Persia, junto a otros cristianos. Al rechazar todos esta orden, el emperador los sentenció a ser decapitados.

Usthazares, un eunuco viejo que había sido tutor del emperador y tenía gran estima en la corte, al ver a Simeón ir a prisión, lo saludó. El viejo había sido antes un cristiano y había apostatado para complacer al emperador. Ante el saludo, el condenado lo censuró por su apostasía, a tal punto que el eunuco estalló en lágrimas.

El emperador, sabiendo que su antiguo tutor estaba afligido, le pregunto si deseaba algo que pudiera procurar para él. «Nada de lo que deseara está al alcance en esta tierra. Mi dolor es de otra clase, ya que por complacerlo he negado a mi Dios”, dijo el siervo.

El emperador, ofendido con esta respuesta, ordenó que decapitaran a Usthazares. Mientras iba a ejecución, pidió que, como último deseo, se proclamara que no moría por ningún delito contra el estado, sino que, por ser cristiano, no podía negar a su Dios. Esta petición le fue concedida y fue una gran satisfacción para él, ya que su apostasía anterior había causado que muchos siguieran su ejemplo. Ahora, oyendo que él no había muerto por ningún delito sino por su religión, ellos podrían regresar a Cristo.

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Timoteo y Maura

Timoteo, un diácono de Mauritania, con su esposa Maura, no llevaban tres semanas de casados cuando fueron separados uno del otro por la persecución. Timoteo fue llevado ante Arriano, gobernador de Tebas, que hizo todo lo posible para inducirlo a abrazar la superstición pagana. Percibiendo que sus esfuerzos eran vanos, y sabiendo que Timoteo tenía las Escrituras, el gobernador le ordenó que las entregara para quemarlas, a lo que Timoteo respondió: «Si tuviera hijos, preferiría entregarlos para ser sacrificados, que separarme de la Palabra de Dios». El gobernador, airado con la respuesta ordenó que le sacaran los ojos, diciendo: «Los libros serán inútiles para ti, ya que no podrás leerlos».

Soportó el castigo con tal paciencia que el gobernador se enojó aun más y ordenó que lo amordazaran y colgaran de los pies, con un peso atado en su cuello. Cuando el gobernador se enteró que era recién casado y que estaba muy enamorado de su esposa, mandó a buscar a Maura y le prometió como generosa recompensa la vida de su marido, si ella lograba que él ofreciera sacrificio a los ídolos. Maura, vacilante en su fe, e impulsada por el amor a su marido, llevó a cabo la impía propuesta.

Ante él, trató de minar su constancia con el idioma del afecto. Cuando le sacaron la mordaza a Timoteo, él le señaló el error de su amor y ratificó su resolución de morir por su fe. Maura seguía, hasta que su marido la censuró tan fuertemente que ella recapacitó y volvió a su fe. El gobernador ordenó que la torturaran, cosa que fue hecha con gran severidad. Timoteo y Maura fueron crucificados uno cerca del otro, en el año 304 después de Cristo.

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Llevando sacos de arroz bajo la lluvia

Martin y Gracia Burnham, un matrimonio de misioneros estadounidenses, junto a la enfermera filipina Ediborah Yap, resistieron más de un año de cautiverio, trato brutal y marchas forzadas a través de densa jungla, como rehenes de un grupo terrorista musulmán en Filipinas. Al final, sólo Gracia Burnham sobrevivió. Ediborah y Martin murieron cuando los soldados filipinos realizaron una misión de rescate en junio de 2002.

En mayo de 2001, Martin y Gracia fueron secuestrados en un balneario donde celebraban su 18º aniversario de boda. Más tarde, fueron conducidos junto a otros rehenes, entre ellos Ediborah Yap, a la isla Basilan, lugar muy montañoso, cubierto de espesa vegetación.

De los rehenes secuestrados inicialmente por la banda, 15 escaparon o fueron liberados mediante el pago de rescate y tres fueron asesinados. Sólo quedaron Ediborah Yap y los Burnham, a quienes prometieron una libertad que nunca les concedieron.

Yap tuvo varias oportunidades de escapar, pero decidió quedarse y cuidar a los Burnham. Una cinta de vídeo que se hizo pública en noviembre de 2001 muestra el estado de desnutrición en que se encontraban.

Los secuestradores obligaban a Martin a llevar sacos de arroz en la lluvia, lo que le hacía resbalar frecuentemente. Se cayó muchas veces, pero nunca se quejó. «Al anochecer, un guardia encadenaba a Martin a un árbol», dijo Gracia en una entrevista. «Todas las noches, durante un año, Martin le daba las gracias al guardia que le encadenaba y le deseaba buenas noches».

Gracia Burnham relató que estaban descansando cuando empezó el intento de rescate durante un temporal de lluvia. Los dos resultaron heridos inmediatamente, pero cuando ella se acercó a rastras hasta donde estaba su marido, se dio cuenta de que las heridas de él eran más graves que las suyas. Martin Burnham murió en brazos de su esposa.

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