Tokichi Ichii fue ejecutado por asesinato en Tokio, en 1918. Había sido enviado a prisión más de veinte veces y era conocido como alguien tan cruel como un tigre. En cierta ocasión, tras atacar a un funcionario de la prisión, fue amordazado y atado, y su cuerpo fue atado de tal forma que, según dijo, sus dedos apenas tocaban el suelo. Pero rehusó con testarudez decir que sentía lo que había hecho.

Justo antes de ser sentenciado a muerte, dos misioneras cristianas –las señoras West y MacDonald– enviaron a Tokichi un Nuevo Testamento. Después de una visita de la Sra. West comenzó a leer la historia del juicio y la ejecución de Jesús. Una frase captó su atención: “Y Jesús dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Esta frase transformó su vida. “Me detuve. Fue una puñalada al corazón, como por una hoja de cinco pulgadas. ¿Qué me reveló este versículo? ¿Puedo llamarlo el amor del corazón de Cristo? ¿Puedo llamarlo su compasión? No sé cómo denominarlo. Sólo sé que, con un corazón inexplicablemente agradecido, creí”.

Tokichi fue sentenciado a muerte y él lo aceptó como el juicio justo e imparcial de Dios. La Palabra que le llevó a la fe también sostuvo su fe de una forma sorprendente.

Cerca del final, la Sra. West le dirigió las palabras de 2 Corintios 6:8-10 respecto al sufrimiento de los justos. Estas palabras le conmovieron muy profundamente, y escribió lo siguiente: “Como entristecidos, mas siempre gozosos”. La gente siempre dirá que debo tener un corazón muy afligido, porque cada día espero la ejecución de la sentencia de muerte. Pero no es así. No siento ni aflicción, ni tristeza ni dolor.

Encerrado en una celda de seis metros cuadrados soy infinitamente más feliz de lo que fui en los días en que viví pecando cuando no conocía a Dios. Día y noche (…) hablo con Jesucristo. “Como pobres, mas enriqueciendo a muchos”. Esto, desde luego, no se refiere a la vida malvada que llevaba antes de arrepentirme. Pero quizá en el futuro, alguien en el mundo pueda oír que el criminal más violento que ha vivido nunca se arrepintió de sus pecados y fue salvado por el poder de Cristo, y que así llegue a arrepentirse también. Entonces puede que, aunque sea pobre, pueda enriquecer a muchos”.

John Piper, Sed de Dios