Revisando la espiritualidad del movimiento farisaico en los días de Jesús.

¿Cómo? ¿Que los fariseos fueron mejores ‘cristianos’ que nosotros? Imposible. Seguramente esto es lo que estás pensando. Lo que pasa es que a raíz de las fuertes, categóricas y contundentes palabras de Jesús contra los fariseos –y también contra los escribas–, nos hemos formado una imagen tan distorsionada de ellos que resulta inverosímil y hasta escandalizadora una afirmación como la que sirve de título a este artículo.

En efecto, según el testimonio del Nuevo Testamento, los fariseos –junto con los escribas- se hicieron acreedores a las más recias y lapidarias palabras que jamás Jesús pronunciara contra persona alguna. Debido a esto, la mayoría de nosotros ha satanizado hasta tal punto la imagen de los fariseos, que no sería extraño encontrar hermanos que –dada esa dura crítica de Jesús– piensen que los fariseos, poco menos, eran unos borrachos, ladrones y adúlteros. Pero nada más lejos de la verdad. Los fariseos eran mejores ‘cristianos’ que nosotros – o, al menos, que muchos de nosotros.

Los fariseos eran un movimiento laico que se había formado en la primera mitad del siglo II a. C. en la lucha contra la helenización. Sus miembros procedían de todos los sectores y estratos de la población. Tan sólo sus dirigentes eran escribas. La meta del movimiento farisaico aparece clarísima en uno de los preceptos de pureza impuesto a todos los miembros: el de lavarse las manos antes de las comidas (Mr. 7:1-5). Esto no era sólo una medida higiénica, sino que originalmente era una obligación ritual que sólo correspondía a los sacerdotes. Los fariseos, a pesar de ser laicos, se obligaron a observar estas prescripciones sacerdotales de pureza. Con ello daban a entender (siguiendo Éx. 19:6), que ellos representaban el pueblo sacerdotal de la salvación, al final de los tiempos.

A esto aluden también los nombres que los fariseos se aplicaban a sí mismos. Se llaman a sí mismos los piadosos, los justos, los temerosos de Dios, los pobres y, con preferencia, ‘los separados’. Por consiguiente, los fariseos pretenden ser los santos, el verdadero Israel, el pueblo sacerdotal de Dios»1

De este celo santo por constituirse en el verdadero Israel de Dios en medio de la apostasía del pueblo, da cuenta el propio Señor Jesucristo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia,  la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello».

Siempre que citamos esta Escritura nos fijamos en aquello de que carecían los fariseos. Pero por un momento pongamos atención en lo que sí estaban correctos. ¿Qué te parece? Los fariseos diezmaban hasta de la menta, el eneldo y el comino. ¿Quién de nosotros diezma hasta de los aliños de la despensa? Ninguno ¿verdad? ¿Te das cuenta que los fariseos eran mejores «cristianos» que nosotros?

«A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publica-no, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido».

En esta parábola, Jesús da cuenta exacta de la espiritualidad farisaica. Aunque es una parábola, el perfil presentado corresponde perfectamente a la realidad. Por el contrario, si la parábola hubiese sido una ‘invención’ de Jesús, ella no tendría sentido para los oyentes.

Pero ¿qué dice Jesús de la espiritualidad de los fariseos? En primer lugar, él confirma que los fariseos no son ladrones, ni injustos ni adúlteros. ¿Se podría decir lo mismo de todos los cristianos? En segundo lugar, ayunaban dos veces por semana. ¿Cuántos cristianos ayunamos así? En tercer lugar, los fariseos daban los diezmos de todo lo que ganaban. En otras palabras, diezmaban de todos los ingresos. ¿Cuántos cristianos lo hacemos así? Por último, ellos oraban tres veces al día. Definitivamente eran mejores que nosotros. ¿Cómo se explica entonces que Jesús fuera tan duro y fuerte con ellos?

Según Lucas, el joven rico que vino a Jesús era un hombre principal. ¿Era fariseo? Supongamos que sí. Él pregunta al Maestro:«¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús le responde: «Los mandamientos sabes». Entonces este hombre declara algo que resulta asombroso para nosotros: «Todo esto lo he guardado desde mi juventud». Jesús, al responderle: «Aún te falta una cosa», confirma que es verdad lo que ha dicho el joven rico. Marcos dice que Jesús: «… mirándole, le amó». Asombroso ¿no? ¿Cuántos de nuestros jóvenes cristianos podrían decir lo mismo? Aunque no sabemos exactamente si el joven era o no fariseo, no cabe duda que el joven Saulo –que sí sabemos era fariseo– cumplía un perfil semejante. En su propio testimonio Saulo reconoce que en su vida de fariseo, «viví», dice él, «conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión … instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios».

Los fariseos, pues, –lejos de lo que imaginábamos– eran personas honestas, que sinceramente buscaban agradar a Dios, y que, en medio de tanta apostasía reinante, aspiraban a ser el remanente santo del cual hablaron los profetas. Al escribir estas cosas no puedo evitar identificarme con las buenas intenciones de ellos. ¿Te ocurre lo mismo? ¿Por qué Jesús fue, entonces, tan duro con ellos? Veamos.

Tres cosas graves

A juicio de Jesús a lo menos tres cosas graves descalificaban a los fariseos a pesar de su admirable espiritualidad.

La primera de ellas es que la espiritualidad de los fariseos pasaba por alto las cosas más importantes de la voluntad de Dios. En palabras de Jesús: «Coláis el mosquito, y tragáis el camello». Así, por ejemplo, ellos eran rigurosos en sus diezmos y oraciones, pero habían dejado de lado la justicia, la misericordia y la fe (Mateo 23: 23, 24). Seguramente cuando Jesús dijo estas palabras estaba pensando en las palabras del profeta Miqueas: «¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros,  o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia,  y humillarte ante tu Dios».

La segunda gran falencia de la espiritualidad de los fariseos consistía en estar centrada en las cosas externas. ¡Con razón habían olvidado lo más importante! Era una espiritualidad externa que obviaba lo de más valor para Dios: Lo interno, el corazón.«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio. ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad».

Y en estas palabras de Jesús está implícita la tercera gran carencia de la espiritualidad de los fariseos: Estaba centrada en mostrarse justos delante de los hombres más que en agradar a Dios. Era una espiritualidad más para los hombres que para Dios. ¡Con razón pasaban por alto lo más importante! ¡Con razón estaban centrados en las cosas externas! ¡Qué error! La espiritualidad es, primero, para Dios y ante Dios, no ante los hombres. ¡Cuidado, hermanos! La necesidad de coherencia en la vida cristiana es tan grande que siempre estamos en peligro de caer en una desenfrenada carrera por alcanzar ‘a como dé lugar’ un buen testimonio, que, finalmente, nos hace apartar los ojos del Señor y ponerlos en los hombres. La necesidad de coherencia termina por hacernos valorar más la aprobación de los hombres que la de Dios, y terminar así, olvidando lo realmente espiritual: La justicia, la misericordia y la fe.

El peligro está en que la aprobación de Dios no necesariamente coincide con la aprobación de los hombres: «Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él. Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación».

Los fariseos –con su espiritualidad externa– eran irreprensibles ante los hombres y ello era sublime para ellos. Pero Dios conocía sus corazones y ¿qué veía? Veía avaricia y, por causa de ella, la espiritualidad –que era alabada por los hombres– ante Dios era considerada abominación. Como dijera Pablo: «Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios».

Pero lo más grave de la espiritualidad farisaica estaba, aún, en una cuarta cosa que destaca Lucas en su evangelio. En él, Lucas registra una parábola de Jesús, llamada «Parábola del fariseo y el publicano». Más arriba, ya comentamos esta parábola. No obstante, ahora vamos a fijarnos en el propósito que tuvo Jesús a la hora de enseñarla.

Lucas dice: «A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola». ¿A quién se estaba refiriendo? A los fariseos, sin duda. ¿Qué dice de ellos? «Confiaban en sí mismos como justos». En otras palabras, la espiritualidad que exhibían no era mérito de Dios y de su gracia, sino de ellos. La «justicia» que mostraban se debía al hecho de que ellos se creían justos. Y fue esta ignorancia –y más que ignorancia, pecado– lo que los dejó finalmente fuera de la salvación. ¡Qué terrible, hermanos! ¡Las palabras más duras de Jesús no fueron para los pecadores, sino para esta gente buena que se creía justa! ¡Nada nos aleja más de Dios que la confianza en nuestra piedad!

Pero la introducción a la parábola dice algo más de los fariseos: «Menospreciaban a los otros». Claro, es la consecuencia natural de lo anterior. Si la espiritualidad que alguien manifiesta es mérito suyo, inevitablemente terminará creyéndose mejor que otros y menospreciando a los demás. Sí, los fariseos eran probablemente mejores ‘cristianos’ que nosotros. Pero fue por creerse mejores que quedaron fuera. Su espiritualidad era exclusiva, no inclusiva. Ellos no se juntaban con los pecadores, menospreciaban a los publicanos, evitaban a los enfermos, miraban en menos a los pobres, excluían a los niños y consideraban de segunda clase a las mujeres. Y todo esto en aras de la santidad.

Es muy fácil saber si la espiritualidad que poseemos la entendemos –consciente o inconscientemente– como mérito nuestro o no. Si ella te aparta de los pecadores, te vuelve inmisericorde, duro, inflexible, legalista e implacable, entonces, sin lugar a dudas, en el fondo de tu corazón tú crees que tu espiritualidad es logro tuyo. Porque si así no fuese ¿te levantarías como juez de tu hermano? Por supuesto que no. Te pondrías a su lado a fin de ayudarlo hasta sacarlo adelante. Revisa los evangelios y te darás cuenta que Jesús no tuvo reproches para los pecadores; para ellos trajo las buenas nuevas de salvación. Entró en sus casas, comió con ellos, fue a sus fiestas, y se hizo amigo de los publicanos y pecadores. Y él sí que fue santo. ¡El Santo de los santos!