La gran cantidad de maestros es la causa de que existan tantas sectas, para las cuales pronto no habrá más nombres que ponerles. Cada iglesia se considera a sí misma como la verdadera, o a lo menos, como la parte más pura y verdadera de la iglesia, mientras que al mismo tiempo se persiguen entre sí con el odio más implacable. No se puede esperar ningún tipo de reconciliación entre ellas: tratan la enemistad con una enemistad irreconciliable. De la Biblia extraen forzosamente sus credos; estos son sus fortalezas y baluartes detrás de los cuales se atrincheran y resisten todos los ataques. Yo no diría que estas confesiones de fe –pues admitimos que lo son en la mayoría de las veces– son nocivas en sí mismas. Sin embargo, se convierten en algo muy nocivo cuando alimentan el fuego de la enemistad; solo después de hacerlas totalmente a un lado sería posible darnos a la tarea de sanar las heridas de la iglesia […]

A este laberinto de sectas y confesiones diversas se une otro mal, el amor por la disputa. ¿Qué se logra con esto? ¿Acaso alguna vez se ha resuelto un conflicto erudito? Nunca. Más bien se han incrementado. Satanás es el mayor sofista; él nunca ha sido derrotado en una disputa de palabras […] En el servicio divino por lo general las palabras de los hombres se escuchan más que la Palabra de Dios. Cada uno parlotea a su antojo, o mata el tiempo mediante discusiones aprendidas y al desaprobar las opiniones de los demás […]

En pocas palabras, la cristiandad se ha convertido en un laberinto. La fe ha sido partida en miles de pedacitos pequeños, y te conviertes en hereje si hay uno de ellos que no aceptas […] ¿Qué se puede hacer? Solo lo único necesario: volverse a Cristo, recurrir a Cristo como el único Líder, y andar en sus pisadas, dejando a un lado todos los otros caminos hasta alcanzar la meta y llegar a la unidad de la fe (Ef. 4:13). Como el Maestro celestial lo edificó todo sobre el fundamento de las Escrituras, asimismo debemos dejar todas las particularidades de nuestras confesiones especiales y estar satisfechos con la Palabra de Dios revelada, la cual pertenece a todos nosotros. Con la Biblia en nuestras manos debemos clamar: «Creo lo que Dios ha revelado en este Libro. Guardaré obedientemente sus mandamientos. Espero lo que él ha prometido». ¡Cristianos, presten atención! Hay una sola Vida, mas la muerte llega a nosotros en miles de formas. Hay una sola Verdad, mas el error tiene miles de formas. Hay un solo Cristo, mas hay miles de anticristos […] De modo que ya sabes, oh cristiandad, lo único que es necesario. O te vuelves a Cristo o vas a la destrucción como el anticristo. Si eres sabia y deseas vivir, sigue al Líder de la vida.

En cambio ustedes cristianos, regocíjense al ser arrebatados, […] escuchen las palabras de su Líder celestial: «Venid a mí» […] Respondan al unísono, ‘Amén; sí, vamos’».

Juan Amos Comenius, teólogo, filósofo y pedagogo checo (1592-1670).