La negación de Pedro pasa por tres etapas, y en cada una de ellas la tragedia del discípulo es mayor. En la primera, Pedro niega al Señor delante de todos (Mat. 26:70); en la segunda, niega «otra vez con juramento» (v. 72); en la tercera, «comenzó a maldecir y a jurar» (v. 74). Todo esto forma parte de la misma escena, pero tiene tres peldaños en su caída. Finalmente, cuando se hace la luz en el corazón del discípulo, cuando se acuerda de las palabras del Señor, «saliendo fuera, lloró amargamente» (v. 75).

Este «llanto amargo» es probablemente la experiencia más dramática de Pedro – aunque vivió muchas otras que también podrían recibir ese calificativo. Él tuvo que probar el llanto amargo para conocer la verdadera dimensión de su bajeza, y para ser limpiado, por esas lágrimas, de toda forma de justicia propia.

No fue Pedro el único que prometió al Señor fidelidad hasta el fin; también hicieron lo mismo los otros discípulos (Mt. 26:35). Sin embargo, no se dice de ellos que hayan llegado hasta el llanto amargo. Al parecer, ellos no cayeron tan bajo, aunque a veces es preciso caer así, para poder levantarse y ser el predicador en un nuevo Pentecostés.

No hacemos una alabanza de las caídas, pero a veces es necesario llegar tan lejos, por causa de la bajeza del vaso, para vaciarse de todo orgullo y presunción, a fin de que la gracia de Dios brille sin la vana ayuda de la justicia humana.

¿Has probado tú el llanto amargo? ¿O eres de aquellos que no han caído nunca, que pueden exhibir una hoja de vida intachable? Tal vez usted nunca hayas llorado lágrimas amargas. No sé si decir que, por eso, eres bienaventurado, porque siendo prudente y humilde, nunca Dios necesitó soltarte hasta ese extremo; o si eres desdichado, porque nunca podrás conocer la verdadera hondura de tu miseria.

¡Maravillosa gracia de Dios, fuente de recursos para el hombre inútil y débil, incapaz de agradar a Dios! Si no viésemos a Pedro en Pentecostés –y luego en el resto del libro de los Hechos– remontarse a las mayores alturas espirituales, aquellas lágrimas amargas serían inútiles. ¡Pero he aquí que lo vemos en las alturas del gozo, en el poder del Espíritu, en la llenura, en la danza de las espigas llenas!

¡Cuántas veces tendrá que venir el llanto amargo al alma de los siervos de Dios! ¡Cuántas veces la oscura noche, sin esperanza, vendrá, sin un asidero en el cual el pie pueda afirmarse! En aquel momento se sentirán caer más y más profundo, hasta el Seol mismo. Pero, bendita sea la gracia de Dios, porque vendrá otro día, otra luz, y el rostro del Maestro sonreirá de nuevo.

432