Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”.

Salmos 126:5-6.

Nadie que ame al Señor no llora. Llora con compasión por los pecadores, llora con deseo de la gloria de Dios y llora con afán de vencer al enemigo. Por supuesto, los que no tienen corazón para agradar al Señor no tienen tal experiencia; pero todos aquellos cuyo corazón está en la obra del Señor están obligados a llorar. Jeremías fue uno de los profetas del Antiguo Testamento más utilizados por el Señor. Alcanzó tal distinción porque derramó muchas lágrimas. Se preocupaba tanto por los hijos de Dios que lloraba día y noche.

Sin duda el llanto es algo que debemos tener, porque este mundo está necesitado de muchas lágrimas. Muchos creyentes jóvenes necesitan ser nutridos y disciplinados con lágrimas. La vida espiritual necesita ser mantenida con lágrimas. Numerosos pecadores necesitan que la semilla del evangelio sea sembrada en sus corazones con lágrimas. Sin llanto no se puede hacer nada.

Hoy la consagración del cristiano es imperfecta. Muchos ofrecen sus cuerpos, sus fuerzas, su dinero y su tiempo, pero no ofrecen sus lágrimas. No es de extrañar que muchas obras queden incompletas y que un número incalculable de creyentes no sean alimentados.

Si derramamos lágrimas por la obra, ¿cuál será el resultado? Tengan en cuenta que las lágrimas no se derramarán para siempre, porque hay un tiempo para que cesen. Observen este versículo: “Así ha dicho Jehová: Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo…” (Jer. 31:16). Si realmente derramamos lágrimas por la obra, seremos recompensados.

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