Una de las mayores necesidades en medio de las iglesias hoy es fortalecer la vida familiar. ¿Cómo fueron los hogares de los grandes hombres y mujeres de Dios del pasado?

D. Kenaston

Hudson Taylor fue el fundador de la Misión al Interior de la China. En la época de Hudson, las misiones eran una idea nueva y se necesitaba una profunda dedicación a Cristo y un espíritu pionero para empezar tan santa iniciativa. Sólo un hombre bien fundamentado en Cristo podía llevar a cabo la misma. ¡Qué hermoso contemplar la obra de Dios, quien es un Dios misionero, sentando un cimiento firme durante varias generaciones en la vida de Hudson, a través de sus antepasados, quienes abundaron en amor ferviente y consagración! ¡Oh, qué gozo saber de la historia de Hudson y ver al Padre obrando todo, según el consejo de su propia voluntad y propósito – mucho antes que él naciera!

Antes de Hudson, hubo tres generaciones seguidas de metodistas fervientes. Su bisabuelo, James Taylor, puso un cimiento firme en su hogar, el cual duró por varias generaciones. El día de su boda, James Taylor estuvo orando en su granja, sintiendo una gran convicción: Dios le impresionaba una y otra vez, en cuanto al verso de Josué 24:15: «Pero yo y mi casa…» «Pero yo y mi casa…» «Pero yo y mi casa…». James llegó tarde a su boda, pero llegó con su corazón preparado ante Dios.

Hay mucho sobre la vida hogareña de este hombre, pero vamos a enfocar el estudio sobre la influencia del padre y la madre de Hudson. Era un hogar singular.

James Taylor, padre de Hudson, llevó el mismo nombre del bisabuelo. Junto con Amelia, la madre, llegaron al matrimonio con sus vidas y corazones totalmente entregados a Dios y en los propósitos de él, consagrándose así desde su juventud. Los dos fueron criados por sus padres en el ambiente del candente metodismo primitivo. James fue ordenado en el ministerio a la edad de 19 años y encargado para predicar en un circuito local. Pasaron cinco años antes de establecer un negocio y luego casarse con Amelia. Parece ser que tuvieron un noviazgo correcto, al estilo antiguo y se casaron con la plena bendición de sus padres, familiares e iglesia. Pasado el tiempo, Amelia quedó embarazada.

James y Amelia, se regocijaban en la idea de tener un hijo. Reflexionando sobre esto, él fue guiado a considerar el precepto del Antiguo Testamento de dedicar su primogénito al Señor: «Conságrame todo primogénito» (Éx. 13:2). Compartiendo a Amelia sus reflexiones, se arrodillaron y lo consagraron al Señor, quien les había dado el niño.

En este ambiente santo y consagrado nació (James) Hudson Taylor, el 21 de mayo de 1832. A James Hudson Taylor, el misionero, se le conoce más como Hudson Taylor o J. Hudson Taylor, pues no ocupaba mucho su primer nombre, James (Santiago en castellano). En este estudio siempre se le llama por su segundo nombre, Hudson, el más conocido. Las misericordias de Dios fueron rociadas sobre la vida de Hudson desde su niñez, pues sus padres tenían sed de Dios y de Su voluntad. Así, las memorias más antiguas que tuvo Hudson fueron las de reunirse cada semana con los santos, en la Capilla de la colina Pinfold.

Indagando la historia de la vida hogareña de Hudson, se halla una gran cantidad de ejemplos dignos de imitarse. Vamos a estudiar algunos de estos principios, divididos en cuatro categorías.

El piadoso padre de Hudson

Trabajaba en su taller, contiguo a la casa. El taller tenía un vidrio grande que le permitía vigilar los acontecimientos del hogar en todo tiempo. Así pudo tener un papel activo en el entrenamiento y guianza de los niños.

· Cuando se necesitaba, aplicaba una firme disciplina (es decir, usaba la vara, como nos enseña el libro de Proverbios). Cuando Hudson era un niño, se enfermaba a menudo. Por esto, los padres fueron tentados a no aplicarle de la forma correcta la disciplina necesaria, pensando que él no la soportaría. Sin embargo, la obediencia y la templanza se necesitan en todos los hijos, y así se le dio la disciplina. El padre de Hudson creía que una vida indisciplinada no valía nada.

· Tenía altas metas para sus hijos. Ser ‘normal’ (según las medidas de los inconversos) o ser mediocre no era suficiente para James.

· Era un hombre que comprendía bien sus deberes. En lo que se necesitaba cumplir, hacía hincapié, y tenía prioridad sobre sus propios deseos, placeres y gozos. Esta virtud se ponía en práctica en su trabajo, ministerio y en sus responsabilidades hogareñas.

· Ocupaba las vidas de sus hijos con muchas actividades, las que edificaban su carácter. Es necesario ayudar a nuestros hijos a que aprendan buenos hábitos, porque de esto proviene la templanza. «Es mejor…él que domina su espíritu, que el que conquista una ciudad» (Pr. 16:32)

· Hacían cultos familiares dos veces al día: después del desayuno y después de tomar té de la tarde. Estos consistían en leer alguna parte de la Escritura, explicándola de tal manera que los niños pudieran entender. Leían del Antiguo y del Nuevo Testamento, anotando en su gran Biblia, la fecha de cada lectura.

· Desde temprana edad, les enseñó a sus hijos a orar y a buscar oportunidades para acercarse a Dios durante el transcurso del día. Muchas veces llevaba consigo a sus hijos al piso superior, para tener un tiempo de oración por sí mismos. Todos se arrodillaban y James los abrazaba, orando fervientemente de una manera inolvidable. Tales oraciones, intercediendo por China, inspiraron a Hudson, a la edad de cinco años, a decir decididamente: «Voy a ir a China».

La virtuosa madre de Hudson

· Desde su niñez, Amelia fue reconocida por su ingeniosa naturaleza. A los quince años tuvo que dejar la escuela y ayudar en el sostenimiento de la familia. Esto fue una providencia de Dios, pues se empleó como maestra, durante tres años, en la escuela hogareña para tres niños, lo que la entrenó para su futuro hogar.

· Tuvo dos virtudes que la hicieron ser amada por muchos, las que practicó desde su juventud: pensar en el bienestar de otros, y la sinceridad (una vida sin pretensión).

· Era de buen parecer, tenía varios talentos y era inteligente. Sin embargo, su vida caritativa le ayudó a no desear la propia prominencia; más bien prefirió que otros fueran admirados. Las mismas cualidades se demostraban ampliamente en su propio hogar, bendiciendo a sus hijos y a su marido. De igual manera, la sumisión y la reverencia hacia su esposo adornaron su matrimonio y bendijeron a sus hijos durante sus años de formación.

· Su disciplina benévola trajo estabilidad y felicidad a sus hijos. Siempre era sensata y constante en toda dirección y corrección que les daba. Decir ‘sensata’ no quiere decir que era inconsistente: lo que ella decía era lo que realmente procuraba poner en práctica.

· A causa de la pobreza que sufrieron a veces, no pudieron los Taylor contratar sirvientas. Amelia tenía una sola ayudante para los quehaceres de la casa; así los padres tuvieron que cuidar por sí mismos de sus hijos. Parece ser que realmente no lo querían así, pero esto se volvió una gran bendición para Hudson: sus padres fueron sus amigos y compañeros, y así él estuvo bajo su amante supervisión. La madre trabajaba con él y le enseñaba y cuidaba, llegando a ser el sol y centro durante su vida infantil.

· Ella tuvo la capacidad de enseñarle acerca de la obediencia en forma completa: una sola vez le era dada una orden, de tal manera que entendía que se debería cumplir en el acto. Por ejemplo: si ella decía «Alístate para cenar», eso implicaba lavarse las manos, cambiarse la camisa, peinarse y sentarse a la mesa antes que el papá se sentase. Y no necesitaba decirlo varias veces; era cumplido de inmediato.

· Fue conocida por tener una casa ordenada, como dice el refrán: «Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar». Hudson se crió en tal santa armonía. Los juguetes siempre se devolvían a su lugar antes de empezar otra actividad. El dormitorio siempre lo limpiaba y ordenaba antes de ir a desayunar. Estos quehaceres se hicieron fáciles para los hijos, pues vieron el constante ejemplo de su madre. Sólo con la práctica de la diligencia pudo mantener tal orden en su hogar. Tenía que trabajar todo el día para poder cumplirla. De veras, ella fue una madre y esposa del «tipo de Proverbios 31», y el joven soldado misionero que entrenaba se benefició grandemente de todos sus virtuosos rasgos.

· Como una señal de sumisión hacia su marido, usaba velo todo el tiempo. Estudiando su vida y la historia del primitivo metodismo, se sabe que todas las cristianas de su tiempo hicieron lo mismo desde el día de bodas. ¡Tan pronto se pierden los principios bíblicos en sólo dos generaciones! ¡Que Dios nos mantenga vigilantes en nuestra propia época!

Algunos de los santos recuerdos de su niñez

· La sonrisa de su abuelo después de las reuniones dominicales. Hudson fue influenciado en gran manera por su abuelo, John Taylor. Si Hudson se comportaba bien durante el culto, tenía el privilegio de visitar a su abuelo después. Este santo hombre, a quien Hudson amaba tantísimo, le bendecía y le daba palabras de consuelo.

· Aprendió el alfabeto hebreo, sentado en las rodillas de su padre. Esto es muy diferente a las actividades de hoy, ¿no?

· Tuvo su primer ensayo de escribir un cuento, a la edad de 4 años. Era la historia de un viejo hombre que había vivido todos sus días en la mezquindad, y por esto no estaba preparado para morir. Realmente, Hudson escribió un solo capítulo, pero con esto se ve lo serio de su mentalidad a esa edad.

· La tenebrosidad de los paganos impresionó su mente, a los cuatro o cinco años de edad. Siendo aún un niño, Hudson dijo: «Cuando yo llegue a ser un hombre, quiero ser misionero en China». ¡Qué santas palabras salieron de la boca de un niño! Y Dios las escuchó, tomándolas en cuenta.

· La naturaleza: Hudson amaba la naturaleza, y creció memorizando a través de la exploración todos los aspectos de la creación de Dios. Su papá le suscribió a una revista sobre naturaleza, la que llegaba a su casa mensualmente. La misma le estimuló el deseo de aprender más acerca del medio ambiente.

· El calendario con las marcas rojas: Estas marcas indicaban las fechas que la mamá había señalado como días especiales: un paseo, una visita, un día familiar, etc. Hubo muchas de estas marcas en los calendarios durante su niñez.

· Los largos paseos que hizo con su papá, los sábados por la tarde. Estos paseos y las charlas aumentaron el compañerismo entre el padre y el hijo. El papá le explicaba muchas cosas durante esos tiempos especiales: de las aves, de las flores y de las mariposas.

· Los días domingos: Estos eran días muy especiales, más que el resto de los días de la semana. Aun más allá del hecho que se gozaban en los cultos, en estos días la madre daba toda su atención a su preciosa familia, sin distracciones.

· La forma de enseñarles acerca de la Biblia: El día domingo todo el tiempo se dedicaba a esta actividad, y las relaciones, tanto verticales como horizontales, entre Amelia y sus hijos fueron mejoradas. Ella sabía hacer diferente y encantador ese día. Guardaba las mejores cosas para ese día de descanso. Cantaban himnos, charlaban acerca de la Biblia y de otros libros edificantes (como El Progreso del Peregrino), así también comían frutas; de esta forma santificaban el día del Señor, y hacían que fuera un día anhelado durante toda la semana.

· Las charlas de los adultos. Hudson tuvo muchas memorias de su padre y de otros hombres piadosos, charlando sobre teología, las misiones y asuntos de la época. También, acompañaba a su padre en las giras de evangelismo. El padre, al final de cada reunión, hacía el llamamiento al «altar», y muchos de los que buscaban a Dios iban al frente para clamar por ayuda. Hudson a menudo estaba entre ellos.

El carácter piadoso

· Durante las tardes de domingo, a los hijos de los Taylor se les permitía hacer su propia ‘reunión’ en un cuartito. La silla de papá se convertía en el púlpito, y los niños se turnaban para predicar la Palabra. ¿Jugando? En parte, pero el jugar de los niños les entrena para el futuro.

· James era conocido por todos por su honestidad en cuanto a las ‘riquezas injustas’. Estas mismas cualidades pasaron a sus hijos. El ahorrar, el dar y el cuidadoso gastar fueron infundidos en los niños desde temprana edad. Es maravilloso ver cómo Dios le enseñaba a su siervo, quien en el futuro manejaría cuantiosas sumas de dinero, y también las verdaderas riquezas – ¡las del reino de Dios!

· Mientras los hijos eran todavía pequeños, la mamá inventó el juego de ‘Quieto’. Si el niño se quedaba sentado y quieto durante diez minutos, se ganaba un centavo. ¡Claro, la madre tenía motivos especiales, más que el solo jugar! Pero con tal juego pudo enseñarles sobre el buen carácter.

· El padre les inculcaba la importancia de ser puntual, con su ejemplo y su enseñanza. A nadie se le permitía llegar tarde a las comidas, ni a otras citas. La madre despertaba a los hijos a las siete de la mañana, y todos tenían que estar a la mesa, para desayunar, a las ocho – sin otro aviso. El padre les decía a menudo: «Si tú haces esperar cinco minutos a cinco personas, ¿te das cuenta cómo se han perdido cinco minutos?».

· Estudiando la vida hogareña de los Hudson, nos damos cuenta que los hábitos de comer fueron regulados en cada hijo. Las comidas sencillas eran lo normal, y sólo en ciertas ocasiones había comidas especiales. Los dulces y las mermeladas eran permitidas con moderación. La meta era asegurarse que el niño aprendiese la templanza.

· Las palabras «Demuestra que puedes negarte» se escuchaban frecuentemente en la mesa, cuando había postre. Nadie era obligado a obedecerlas, pero había recompensas para los que dijeran: «Gracias, pero no quiero postre hoy».

· James Taylor fue un hombre espiritual que nunca cesó de animar a sus hijos a mantener ferviente la vida interior a través de la oración y el estudio de la Biblia. Arreglaba las cosas para que todos tuviesen la oportunidad de tener media hora, diariamente, a solas con Dios. Aun los pequeños se involucraban en esto. Antes de desayunar y después de cenar, cada hijo iba a su cuarto para leer y orar.

Conclusión

Todos estos puntos son inspiradores y desafiantes. La información de este estudio proviene del libro Hudson Taylor, The Growth of a Soul (Hudson Taylor, el crecimiento de un alma). Es una pequeña obra de sólo cincuenta páginas, pero que contiene una gran cantidad de instrucción e inspiración. He invertido muchas horas meditando sobre su contenido. De veras, Hudson Taylor se crió en un hogar piadoso, con padres que con propósito definido se pusieron a la obra, para honra y gloria de Dios. Mirando ese hogar, en cuanto a la responsabilidad del hombre, los Taylor obedecieron las Escrituras acerca de la enseñanza de los hijos; y así, recibieron el fruto de sus fieles labores: una piadosa y poderosa simiente en la tierra.

Nunca he leído algo igual a ese libro, que consolide tan claramente las verdades de los principios referentes a un hogar piadoso. No sé cuál es su pensar, pero es sugerente que Dios no hace diferencia entre personas. Cualquier padre o madre que se proponga, por la gracia de Dios, entrenar a sus hijos de tal manera, recibirá los mismos preciosos frutos ya mencionados. ¡Que Dios nos ayude a reenfocar nuestras prioridades mientras criamos a nuestros hijos para el servicio de nuestro gran Rey y Salvador, el Señor Jesucristo!

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