(La iglesia está aquí representada por el alma, en su estado más débil, añorando el retorno del Amado, para ser como fueron al principio: una sublime unión en la plenitud de su amor).

I Buscando al Amado

¿Adónde volaste, alma mía
perdida, angustiada, en la noche?
Vestida de harapos deambulas
Por calles y foros del mundo,
Sedienta, buscando a tu amado,
Que amándole tanto lo lloras,
y lejos, espera el reencuentro.
¿No está entre bocinas que aturden?
¿No está en belicoso gentío?
¿No está en los palacios de alcurnia?
¿Le habrán empujado a la cárcel?
Los guardas no saben decirme.
(¡No tienen noticias de Cristo!).

II Sufriendo su ausencia

Lacerante dolor me comprime:
Humea el tizón de mi carne.
¡Mi espíritu oculta su nardo!
¡Mi amado está ausente y lo añoro!
¿Está en un salón refinado
allí donde mi alma no entra?
¿Por qué me atormenta su ausencia?
¡Oh, cómo deseo sus besos:
su boca silvestre me atrae!
Trepé por los textos de Historia:
Tampoco encontré allí sus huellas.
Me cubro de plagas y lloro.
(¿Han visto a mi amado en el valle?)

III Reencuentro con el Amado

¡Volvamos, mi amado, al principio!
¡Escucha mi voz suplicante!
¡Volvamos a ser lo que fuimos!
¡Llamadle! ¡Llamadle, oh doncellas,
suspiren por él vuestros labios!
¡Es rubio, es hermoso, es deseable!
El Príncipe eterno se acerca:
Quebradas, llanuras y montes
Anuncian su entrada triunfante.
Saciados de amor en su gracia,
Colmados de dones y bienes,
iglesia y Amado son uno.
(¡Descansa, alma mía: Él ya es tuyo!)