Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.

Porque con el  corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación”.

– Rom. 10:10.

El tema de la confesión debería ser dado a  conocer al nuevo creyente lo más pronto posible. Una vez que alguien ha creído  en el Señor, él debe confesar al Señor delante de los hombres. Él no debe  ocultar su fe sino que debe confesarla públicamente. La importancia de tal confesión  está establecida en la Biblia y asimismo avalada por nuestra experiencia.

Supongamos que un bebé  no emite ningún sonido después de uno, dos o aún tres años de la edad. ¿Qué  deberíamos pensar? Si él nunca habla en su infancia, lo más probable es que  será mudo de por vida. Si él no puede llamar a «Papá» o a «Mamá» cuando niño,  posiblemente nunca lo hará. Asimismo, aquel que cree en el Señor debe  confesarlo de inmediato, o será espiritualmente mudo toda su vida.

«Porque con el corazón  se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación». La primera mitad tiene que ver con Dios,  mientras que la segunda mitad tiene que ver con los hombres. Nadie puede ver si  tú has creído o no; pero si tú vienes a Dios creyendo realmente, serás  justificado delante de él.

Sin embargo, si tú  crees en tu corazón, pero nunca confiesas con tu boca, aunque eres justificado  ante Dios, no serás liberado del mundo. La gente de este mundo no te reconocerá  como una persona salvada. Ellos te contarán como uno de los suyos, porque no  han verificado ninguna diferencias entre tú y ellos. A este respecto, la Biblia  señala enfáticamente que, además de creer con el corazón, debes también  confesar con tu boca.

Ventajas de la confesión pública

Una clara ventaja de  confesar públicamente al Señor consiste en salvar al nuevo creyente de muchos,  muchos problemas futuros. Si él no abre su boca para declarar que él ha seguido  al Señor Jesús y que ahora él es del Señor, siempre será considerado por los  del mundo como uno de ellos. Por lo tanto, cada vez que ellos decidan  participar en asuntos sociales, pecaminosos o carnales, lo incluirán a él.

Por ejemplo, si ellos  desean jugar a las cartas o ir al teatro, invitarán al creyente a participar  con ellos. ¿Por qué? Porque lo cuentan como uno de ellos. Él puede sentir en su  corazón que, siendo ahora un cristiano, no debería mezclarse con ellos; con  todo, él no puede rehusarse, porque desea agradarles. Incluso si él los rechaza  una vez, indudablemente lo volverán a invitar en otra ocasión. Cada vez él  deberá pensar en alguna excusa; pero el problema seguirá sin resolver. Cuánto  mejor sería si el cristiano recién nacido desplegara la bandera en el primer  día y confesara que él es un creyente. Después de confesar una o dos veces, las  incursiones del mundo serán cortadas.

Si un nuevo creyente no  puede abrir su boca y confesar al Señor, permaneciendo como un cristiano  secreto, él tendrá diez veces más dificultades que un cristiano declarado. Sus  tentaciones también serán diez veces más. No podrá zafarse de la esclavitud de  los afectos humanos y de los lazos del pasado. Él no podrá excusarse todo el  tiempo diciendo que tiene un dolor de cabeza o que está ocupado. Sería absurdo  presentar una excusa en cada ocasión.

Pero si él muestra la  bandera desde el primer día, declarando que él era antes un pecador pero que  ahora ha recibido al Señor Jesús, todos sus colegas, compañeros de estudio, amigos  y parientes se darán cuenta de qué clase de persona él es ahora y no lo molestarán  más. Confesar al Señor nos salva de muchos problemas.

Vida cambiada y confesión

Muchos creyentes  nuevos, especialmente aquellos que provienen de familias cristianas, creen  erróneamente que confesar con su boca no es esencial y que lo realmente  importante es mostrar una buena conducta. Su teología es que su vida y su  conducta deben cambiar; pero carece de importancia saber si su boca ha cambiado  o no. Estamos de acuerdo con ellos en que, si la vida permanece sin cambiar, es  en vano que la boca hable. Pero sostenemos que una vida cambiada sin una confesión  correspondiente de la boca es también inútil. El cambio en la conducta no es un  sustituto para la confesión de la boca.

Los nuevos creyentes  deben aprovechar la primera oportunidad de levantarse y confesar: «He creído en  el Señor Jesús». Debemos confesar con nuestra boca. Si no lo hacemos, el mundo  puede imaginar muchas cosas acerca de nosotros. Alguien puede pensar que simplemente  hemos sido decepcionados, por lo cual hemos tomado una actitud pesimista hacia  la vida. Otro puede considerar que estamos hastiados del mundo y aun explicar  nuestro cambio filosóficamente sin siquiera tocar al Señor Jesús.

Debemos, por tanto, levantarnos  y declararles la verdadera razón. La buena conducta no puede tomar el lugar de  la confesión con la boca; la buena conducta es necesaria, pero la confesión es  indispensable. No importa cuán buena sea la conducta de alguien, si no ha  confesado al Señor, su posición es dudosa; tarde o temprano se verá envuelto en  el torbellino de este mundo.

Algunos no se atreven a  confesar al Señor por temor a no poder perseverar hasta el final. Temen  convertirse en objeto de burla si después de tres o cuatro años dejan de ser  cristianos. Por lo tanto, preferirían esperar unos años; solo entonces, después  de haberse probado a sí mismos ser dignos, podrían finalmente confesarán al  Señor.

A ellos les decimos: Si  no te atreves a confesar al Señor por el miedo de caer, seguramente caerás.  ¿Por qué? Porque has dejado abierta tu puerta trasera; tú ya estás preparado  para el día de tu caída. Es mucho mejor que te levantes y confieses que eres  del Señor, porque esto cerrará la puerta trasera y te será más difícil volver.  Entonces tendrás una mejor oportunidad para avanzar en lugar de retroceder.  Puedes esperar seguir adelante.

Si alguien espera tener  una conducta mejor antes de confesar al Señor, lo más probable es que nunca en  su vida abrirá su boca. Él será mudo incluso después que su conducta sea buena.  Es más difícil abrir su boca si alguien no lo hace desde el principio.

Un hecho que debe  confortarnos es que Dios es el Dios que nos guarda así como el Dios que nos  salva. ¿Qué significa ser salvo? Es como comprar algo. ¿Qué significa ser  guardado? Es como mantener algo en la mano. ¿Quién compraría jamás algo para  tirarlo? Si te compras un reloj, es porque estás pensando en usarlo.

Tú no compras algo que  luego vas a desechar. De igual manera, cuando Dios nos compra, es para  guardarnos. Dios nos redime para guardarnos. Él nos guardará hasta aquel día.  Él nos ama tanto que dio a su Hijo por nosotros. Si no hubiese querido  guardarnos, él nunca habría pagado un precio tan inmenso. El guardar es el  propósito de Dios, es el plan de Dios. Por lo tanto, no temas levantarte y confesar.

Tú no necesitas  preocuparte por el día de mañana, porque Dios se preocupará por ti. Todo lo que  necesitas hacer es levantarte y confesar con sencillez que tú le perteneces a  Dios. Solo entrégate en sus manos. Él sabe cuándo necesitas socorro y él te  confortará y te preservará. Tenemos la confianza más grande en proclamar que  Dios guarda aquellos que él ha salvado. La redención carecería de sentido si no  incluyese la preservación.

Nuestra confesión y la confesión del Señor

«A cualquiera, pues,  que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi  Padre que está en los cielos» (Mat. 10:32). Es una forma de agradecer al Señor por confesarnos a  nosotros en el futuro si lo confesamos a él hoy. Hoy, delante de los hombres  que son como la hierba del campo, confesamos a Jesucristo, el Hijo del Dios  viviente; pero en aquel día, cuando nuestro Señor regrese, él nos confesará  delante su Padre y delante de sus ángeles en gloria. Si consideramos difícil  confesarlo hoy, ¿no será duro para él confesarnos en ese día?

«Y a cualquiera que me  niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que  está en los cielos» (Mat. 10:33). ¡Cuán  grande contraste! Si nos parece incómodo confesar ante los hombres que tenemos  un Hombre que está por sobre todo hombre, un Hombre que es en verdad el Hijo  del Hombre, ¿cómo nos confesará él delante de su Padre cuando venga con sus  ángeles en gloria? Sin duda, este es un asunto serio.

Recuerden, por favor,  que en comparación con la confesión del Señor a favor de nosotros en aquel día,  confesarlo a él no es en absoluto difícil para nosotros. Para él, confesarnos,  es desconcertante – porque nosotros no somos sino hijos pródigos volviendo a  casa. No hay absolutamente nada en nosotros mismos. Tanto más, entonces,  confesémosle fervientemente, sabiendo que él un día nos confesará a nosotros.

Traducido de Spiritual Exercise (Christian Fellowship Publishers, 2007).