Lo absurdo de pensar en el azar como ente creador de la vida.

El fenómeno de la vida, ya sea que se considere a pequeñas bacterias microscópicas o a elefantes, ha fascinado al ser humano desde siempre, y a esta fascinación le acompañaba hasta hace poco menos de un siglo, el razonamiento que los organismos vivos son fundamentalmente diferentes a la materia no viva.

¿Cómo comparar un ave con una nube o un pez con una piedra? Se intuía una diferencia fundamental entre ambas entidades.

Sin embargo esta visión empieza a cambiar, y desde inicios del siglo veinte se resucita la propuesta de Descartes (hecha el siglo XVII), que «el cuerpo humano es una máquina», y se le agrega ahora que es una maquinaria química. Nace de este modo el paradigma químico del origen de la vida, que acompañará a la ciencia casi todo el siglo veinte y continúa en una parte importante del mundo académico hasta nuestros días.

Este paradigma queda así integrado por las dos primeras leyes de la termodinámica, y por determinados principios químicos, porque la vida no sería más que una forma de compuestos químicos, aunque por cierto, extraordinariamente compleja. Esto equivale a decir que todos los procesos biológicos serían solo transformaciones químicas de la materia y energía, las que se describen por determinadas cantidades físicas.

De este modo, el paradigma químico del surgimiento de la vida explica que el origen de la primera célula viviente habría surgido a partir de materia inanimada, en una «sopa primordial» por medio de determinadas reacciones químicas espontáneas (desconocidas hasta hoy para la ciencia), en una atmósfera primitiva con condiciones que habrían sido «ideales» para ello, y que no se han repetido nunca más.

Este escenario algo surrealista del surgimiento de la vida en la Tierra ha sido expuesto desde la década del 60, con un gran entusiasmo inicial al ser producidas experimentalmente moléculas orgánicas simples, pero variados descubrimientos posteriores de la biología molecular aparecen en claro contraste con este paradigma químico, lo que le plantea enormes e insalvables problemas a la teoría.

Por un lado es un hecho comprobado experimentalmente por la ciencia que la selección natural, la información biológica y el código genético no existen en la materia inanimada. Al científico que razona objetivamente, solo con las evidencias experimentales a la vista, le cuesta mucho aceptar que la vida evolucionó de la materia inanimada, siendo la primera tan diferente de la segunda.

¿Cómo alguna cosa puede dar origen a otra cosa que resulta ser fundamentalmente diferente de sí misma? ¿Cómo el mundo físico podría producir vida si hay una enorme discontinuidad entre ambos mundos?, ¿Se puede definir un organismo vivo solo por una determinada cantidad de sustancias químicas?

Organismo vivo = Solo sustancias químicas

Tal vez el experimento que más ha influido en millones de personas en todo el mundo, a que hayan adoptado una visión materialista de la vida, es el realizado en 1953 por Stanley Miller, un estudiante de doctorado, asistido por su profesor Harold Urey de la Universidad de Chicago.

La experiencia consistió en tratar de reproducir las condiciones hipotéticas que habría tenido la Tierra en su estado primitivo, las que habrían posibilitado el surgimiento del primer organismo vivo a partir de las sustancias químicas inertes. De conseguirlo, dejaba sin función la labor de un Creador porque se habría comprobado que se pueden producir organismos vivos y sus componentes por procesos naturales.

La hipótesis planteaba que la atmósfera inicial debió encontrarse en estado reducido (sin oxígeno, debido a que este elemento destruye las sustancias orgánicas que se habrían generado para ir formando a un organismo vivo). Debía haber también agua, metano, amonio, hidrógeno, las que puso en un sistema cerrado de vidrio, al que le aplicó descargas eléctricas que imitarían la acción de la radiación solar. Echó a andar el experimento y esperó hasta que pudo ver una sustancia rojiza que se acumuló en el fondo del matraz de vidrio. Luego de analizar químicamente la sustancia, descubrió que se habían sintetizado algunos aminoácidos (estructuras básicas de las proteínas, las que a su vez estructuran la mayor parte de los organismos vivos).

Urey y Miller sabían que los aminoácidos, que son algo así como los ladrillos que permiten la construcción de las proteínas, se encuentran muy escasamente en el medio natural no biológico y por tanto para forjar la teoría del origen químico de la vida, necesariamente debieron haberse producido de forma no biológica.

Aquí cabe citar al bioquímico Michael Behe, autor del célebre libro «La caja negra de Darwin», quien señala que los científicos no debieran manipular los experimentos hacia la condición que ellos esperan, porque entonces están agregando inteligencia y conocimiento a un proceso que debe ser al azar, dado que el supuesto de la teoría establece que así se originó la vida, sin intervención inteligente. Han de poner ambas manos en la espalda y solo observar lo que ocurre.

Pero lamentablemente esto no ha sido así en este ya famoso experimento y ocurre que de no darle alguna ayuda a las reacciones químicas del experimento, no quedaría aminoácido alguno, dado que de no ser estos separados una vez producidos, al poco tiempo terminan siendo destruidos por la misma fuente que los formó.

Una conclusión científicamente prudente de este experimento, debiera ser que la formación natural de los escasos aminoácidos logrados por Urey y Miller, es un proceso dirigido, manipulado por científicos expertos en reacciones químicas, y que los aminoácidos en esas condiciones no son viables. El paso siguiente, una vez formados los aminoácidos, viene a ser la formación (síntesis) de proteínas a partir de los aminoácidos, por medio de procesos naturales sin intervención humana (con intervención si es posible hacerlo).

Este tipo de experimentos nunca han sido viables porque para ordenar los aminoácidos (monómeros) en la compleja estructura que presentan las proteínas (polímeros), se requieren cataliza-dores bioquímicos como son las enzimas, pero resulta que éstas no son monómeros sino complejos polímeros por lo que se ingresa a un callejón sin salida.

El formar una célula viva a partir de proteínas y otras sustancias químicas no ha sido nunca experimentalmente realizado, incluso interviniendo con toda la manipulación posible que permite el conocimiento científico de la bioquímica, la biología molecular y la biología celular.

¿Y en qué queda el experimento de Craig Venter?

En 2010 un equipo de científicos, liderados por Craig Venter, aseguró en un artículo publicado por la revista Science, que había creado artificialmente una célula viva en un laboratorio. Unos 20 científicos, trabajaron por unos 15 años en el proyecto que tuvo un costo mayor a los 40 millones de dólares. Sin embargo: ¿Realmente consiguieron crear una célula viva en un laboratorio?

En resumen, el proyecto consistió en estudiar (decodificar) el genoma completo de una bacteria llamada Mycoplasma mycoides, copiarlo y fabricarlo en el laboratorio para luego insertar esta copia en otra bacteria del mismo Género (Mycoplasma capricolum), la cual manteniéndola viva, actuó como receptora. A esta última bacteria le habían extraído previamente su propio genoma para que recibiera aquél que se había copiado en el laboratorio de la bacteria emparentada.

Un lector no relacionado con la ciencia podría pensar que no se ha creado vida porque solo se trata de una mera copia de un genoma el que se inserta en una bacteria (célula) viva que es natural, no creada en laboratorio alguno. Y estaría en lo cierto por cuanto la célula receptora ha mantenido intactos su membrana celular, su citoplasma, sus organoides que le permiten vivir como lo son las mitocondrias, los ribosomas, el aparato de Golgi, retículo endoplásmico, vacuolas, etc.

Lo mismo que nuestro lector imaginario han señalado variados e importantes científicos moleculares. El premio Nobel de Medicina David Baltimore comentó; «Venter no ha creado vida, solo la ha imitado». Jim Collins, de la Universidad de Boston, dijo que: «es un avance importante en nuestra capacidad de rediseñar organismos; pero no representa la creación de vida. La copia del genoma no permite saber cómo se genera la información genética codificada ni como esta controla una célula».

George Church, biólogo molecular de la Universidad del Sur de Dinamarca y de la Escuela de Medicina de Harvard señala que «imprimir una copia de un texto antiguo no es lo mismo que entender el lenguaje que utiliza».

La prensa mundial no obstante publicó en grandes párrafos que la vida se podía generar artificialmente en laboratorio. Pero en honor a la verdad solo fue una imitación muy parcial, y no de una célula sino de una de las tantas partes que componen una célula.

A partir de este experimento y desde la intimidad molecular más profunda de una célula (bacteriana en este caso) parecieran exclamarnos que la vida no es solo un conjunto de sustancias químicas que se pueden ensamblar en un laboratorio.

Organismo vivo = Sustancias químicas + Información

La siguiente etapa vivida por las ciencias biológicas que intenta abordar el origen de la vida considera que un organismo no es solo un puñado de sustancias químicas y agua sino que funciona como tal porque cuenta además con una compleja y específica información genética que le indica muy claramente a las distintas máquinas productivas de la célula qué sustancias y compuestos producir y cómo reproducirse.

El mismo año que Urey y Miller realizaban su famoso experimento (1953), cuya principal conclusión filosófica fue que la vida se podía reducir solo a sustancias químicas, los científicos Watson y Crick ganaban el Premio Nobel de medicina al descubrir la forma y estructura química de la molécula de ADN (Ácido Desoxirribo-nucleico), portadora de la información genética necesaria para el desarrollo y funcionamiento de un organismo vivo.

Fueron estos autores los que dieron un vuelco fundamental a la teoría del origen químico de la vida introduciendo el concepto de información genética codificada, la cual es identificada con la secuenciación específica de los nucleótidos (componentes del ADN). Este hallazgo transformó a la bioquímica y a la biología molecular cambiando el modelo que la vida es solo química a otro modelo en que la vida sería química más información especificada.

Este punto de vista de que la vida cuenta con una base de información altamente específica, ha sido plenamente aceptado dentro de la teoría evolutiva clásica (la síntesis moderna), porque el concepto de información va de la mano con los procesos de herencia y selección natural.

La herencia es precisamente la transmisión de la información genética de una generación a la siguiente. Por otro lado, las millones de copias de material genético que realizan las células una y otra vez a lo largo de muchas generaciones, posibilita la aparición de errores en las copias, lo que constituiría el material necesario para que opere la selección natural, dejando aquellas variantes que presentarían ciertas ventajas.

Sin embargo, y necesariamente, esta visión evolutiva de la vida entra en conflicto con el paradigma químico, porque la información, la herencia y la selección natural no existen en el mundo de la química. En otras palabras, no es aplicable la teoría evolutiva para intentar explicar el origen de la vida.

La teoría del origen químico de la vida señala que el océano primigenio («sopa primordial») habría producido enzimas y eventualmente las moléculas portadores de la información biológica como son el ADN y el ARN (Ácido ribonucleico), para posteriormente formar las células primitivas.

Pero hay un grave problema con esta teoría, por cuanto es absolutamente incapaz de responder a la siguiente pregunta: ¿De dónde proviene la información genética en forma de ADN y ARN? Si, es cierto que ADN y ARN están formados por sustancias químicas y proteínas, pero tanto su estructura como la información específica que portan no están allí al azar, por cuanto están destinadas a cumplir complejos roles en el funcionamiento y desarrollo de los organismos vivos.

Los distintos compuestos químicos que dan forma a estas moléculas están dispuestos de tal manera que crean un código de información altamente específico, igual al existente en los complejos lenguajes humanos como lo son el castellano, el inglés, el chino, etc., o como el lenguaje computacional HTML.

Este razonamiento no es metafórico ni tampoco analógico. La estructura de código del ADN genético tiene las mismas propiedades de ordenamiento altamente complejo, conducente a un patrón funcional independiente, tal y como existen en un código de un programa computacional o de un idioma. La mejor explicación científica que da cuenta de la existencia de todos estos códigos es aquella que considera la participación de un diseño inteligente.

Un ejemplo que ayuda a entender esta temática es analizar algunos de estos códigos en acción. Por ejemplo, el código genético y el código de un idioma. La secuencia de nucleótidos presentes en un gen y la secuencia de letras en una frase de un idioma determinado tienen en común en que ambos registran información codificada. El ADN tiene un alfabeto de cuatro letras y estructuras que funcionan de forma muy similar a como lo hacen las palabras, frases y párrafos en un idioma determinado. En ambos casos decimos que llevan información especificada; información hereditaria en el caso de los genes e información sintáctica en el idioma.

Lo que hace más compleja a la información genética es que ésta cuenta con instrucciones muy precisas y con rigurosos sistemas que comprueban posibles errores en las copias y con eficientes mecanismos de corrección que apuntan a la mantención de la información original. Llegado a este punto surge la inevitable pregunta ¿Cómo se origina la información codificada? O, dicho de otra forma, ¿cómo se genera la información con significado? ¿Existe alguna ley natural que pueda formar al azar la información codificada, sin la participación de un ente inteligente que le otorgue la codificación o significado?

La naturaleza puede generar patrones estructurales fascinantes como los cristales de nieve, los diamantes, las estalactitas o los tornados, pero ninguna de estas estructuras contiene información codificada, ninguna cosa o material inanimado puede crear un lenguaje con códigos. Las leyes naturales pueden crear ciertos patrones de ordenamiento en la materia como los cristales de nieve mencionados pero estos patrones son regulares simples y repetitivos, por el contrario la información codificada de los genes es irregular y altamente compleja. Estas últimas muestran un patrón de «complejidad especificada» que es característico de la inteligencia.

Este principio hace imposible apelar a algún proceso de auto-organización como generador de información compleja y especificada.

Teoría de la información

Williams Dembski, un matemático y filósofo norteamericano, autor del libro Diseño Inteligente, define en forma precisa lo que significa información: «La intuición fundamental que subyace a la información no es, como a veces se piensa, la transmisión de señales a través de un canal de comunicación, sino más bien, la actualización de una posibilidad para excluir otras».

Luego agrega que «la información presupone no un medio de comunicación sino de contingencia» (posibilidad de que algo suceda o no suceda). El contenido de la información requiere contingencia. Por lo tanto el aprender algo, adquirir información, es descartar posibilidades.

Comprender la información transmitida en una comunicación es saber qué posibilidades serían excluidas. Para que haya información, debe haber una multiplicidad de posibilidades distintas, cualquiera de las cuales podría suceder. Cuando una de estas posibilidades acontece y las otras son descartadas, la información se actualiza.

Esto se puede visualizar mejor con el siguiente ejemplo, donde se utiliza un breve pensamiento de la poetisa chilena Gabriela Mistral:

«No hay arte ateo; aunque no ames al Creador, lo afirmarás creando a su semejanza».

Este breve escrito contiene una información específica que se puede leer, imprimir y pasar a otras personas, enviar por correo electrónico, etc. Ya sea que usemos una u otra forma, la información específica no ha cambiado, el mensaje permanece porque contiene información codificada en forma de lenguaje.

Es importante concluir que si bien este breve pensamiento de la poetisa Mistral puede quedar impreso en papel, esto no significa que el mensaje esté compuesto por elementos materiales. Tampoco es una forma de energía, aunque puede usarse energía al enviarlo por correo electrónico.

El mensaje por tanto no está formado por materia ni tampoco por energía. Su codificación o significado obedece a patrones abstractos de inteligencia. La información codificada de este breve poema, necesariamente lo circunscribe a un origen inteligente, porque lleva implícito códigos de estructura y códigos de propósito claramente definidos, los cuales impiden recurrir al azar para su conformación por ser esta probabilidad matemáticamente no viable.

Los códigos de estructura corresponden a cada una de las palabras utilizadas en el texto poético, las que están compuestas por diversas letras del alfabeto, quienes le otorgan un significado idiomático definido, mientras que el propósito y mensaje final de las frases dentro del texto están dados por el ordenamiento de las distintas palabras dentro de esas frases, con las cuales se genera información precisa sobre aspectos filosóficos, aspectos relativos al arte y creación humana, aspectos relativos al arte y creación divina, definiciones humanas ateas y creacionistas.

Pero todavía queda la posibilidad que este pensamiento pueda surgir al azar. ¿Cuáles serían las opciones matemáticas que esto ocurra?

Para considerar la posibilidad matemática que el texto de Gabriela Mistral quede estructurado en la forma que ella lo concibió, pero que sea formado al azar, debemos tener en cuenta en primer lugar que el alfabeto español consta de 27 letras, todas ellas con la misma opción de participar en la formación de la frase.

En segundo lugar, determinar que la frase del poema está compuesta por 64 letras más 14 espacios entre palabras, lo que da un valor total de 78 caracteres para esta frase (sin considerar comas ni acentos ni diferencia entre letras mayúsculas y minúsculas). El resultado de este cálculo al azar sería de (27)78.

Desarrollada la operación exponencial, el resultado es una cantidad de opciones tan inmensa, que hace muy difícil su pronunciación en términos matemáticos: 4,43X10111. Una cifra con 111 ceros a la derecha, donde no nos alcanzan ni billones ni trillones para expresarla. Esto equivale a decir que la posibilidad que tiene la frase analizada de surgir al azar es técnicamente cero, si se estima como dato referencial que el valor máximo de átomos existentes en el universo sería de 6 X 1079.

La información codificada que contiene el pensamiento de Gabriela Mistral es producto de inteligencia, lo sabemos, pero lo propio debemos necesariamente concluir de la información codificada en el código genético de los seres vivos, el cual contiene millones de veces más información codificada que esta corta frase.

Organismo vivo = Sustancias químicas + Información + Significado

La tercera etapa que están teniendo en la actualidad las ciencias de la vida es aquella que agrega significado a la ecuación que describe a un ser vivo.

La vida se explicaría entonces por la suma de sustancias químicas + información específica + significado. Esto corresponde a una reciente propuesta hecha desde la filosofía de la ciencia, el que aspira a constituirse en el tercer paradigma en las teorías del origen de la vida, el «Paradigma del Código».

Sin embargo, parte de la comunidad científica puesta ante este último componente de la ecuación (significado o código), corta abruptamente la comunicación, porque el aceptar que hay significado en el código genético les acerca definitivamente al principio del Diseño Inteligente.

El materialismo, el reduccionismo y el fisicalismo (las cosas existen solo dentro de los límites de la física), como principios filosóficos subyacentes a parte importante del pensamiento científico actual, niegan a priori la connotación de significado o propósito en la información codificada de la genética en los seres vivos, a pesar de la contundente evidencia aportada por la biología molecular.

El filósofo de la ciencia Marcello Barbieri publicaba recientemente un artículo en una prestigiosa revista de filosofía de la ciencia que lo resume magistralmente: «Lamentablemente, la biología moderna ha aceptado el concepto de información pero no el concepto de significado, y esto equivale a decir que la información genética es real pero que el código genético no lo es». De este modo, la biología molecular moderna ha aceptado el concepto de información pero ha evitado cuidadosamente el concepto de significado existente en ella.

Barbieri agrega que «el código genético ha revelado la existencia de significado biológico, debido a que todo código involucra necesariamente significado. Pero este concepto ha sido completamente ignorado por la biología moderna». Y agrega que para salvar esta engorrosa encrucijada «Muchos biólogos hablan de «información útil», «información semántica», «información funcional», en lugar de hablar de información y significado, Sin embargo debiéramos aceptar que la información y significado son dos entidades distintas y dejar de intentar reducir el uno al otro».

Si bien la biología molecular le ha entregado el certificado de defunción al paradigma químico, este está lejos de querer morir, y por el contrario, otras disciplinas científicas con sus respectivas teorías se basan actualmente en él; ejemplos de ellas son: la Termodinámica del No Equilibrio de Ilyia Prigogine, la Teoría del Caos y la Teoría de la Complejidad. Todas ellas apuntan a describir procesos naturales que en mayor o menor medida se enmarcan en el esquema teórico del paradigma químico ya proscrito por la ciencia molecular.

La Biología Molecular anuncia la obra del Creador

La Biología Molecular con sus descubrimientos íntimos de la naturaleza de un ser vivo, los que integran sustancias químicas + información + significado, nos alejan definitivamente del azar, selección natural, madre naturaleza o como se le quiera llamar a la instancia creadora de la vida y nos conduce inequívocamente a la maravillosa acción creadora de Dios en la persona de su Hijo Jesucristo, autor último del milagro de la vida y finalmente de toda la Creación.

Algunos connotados biólogos moleculares como Francis Crick puestos ante la disyuntiva de no poder explicar este milagro de la vida, han invocado una nueva teoría no científica, denominada Panspermia Dirigida. Esta teoría señala que seres extraterrestres habrían introducido semillas de vida en nuestro planeta al comienzo. Lo cierto es que las múltiples evidencias de un Dios Creador a partir de las distintas cosas creadas son mucho más potentes y verificables que unos eventuales «hombrecillos» de alguna lejana galaxia trayendo semillitas de vida a la Tierra.

Después de todo, efectivamente los seres vivos somos en cierta medida un puñado de sustancias químicas equivalentes a aquellas que están en el polvo de la tierra. Pero la biología molecular ha demostrado que hay mucho más.

El aceptar o no esta realidad dependerá ya no de la ciencia, la que ha hecho muy bien su parte aportando con los conocimientos suficientes, sino de la filosofía subyacente en la mente de cada científico. Muchos científicos agnósticos y aquellos partidarios del Diseño Inteligente aceptan en la actualidad la acción de un Creador en todo esto.

No obstante aquellos que se declaran seguidores del fisicalismo y del materialismo ateo, como el biólogo evolutivo Richard Lewontin, no lo pueden aceptar, porque sus principios filosóficos no se lo permiten, a pesar que reconocen las múltiples evidencias científicas que avalan el Diseño Inteligente y lo absurdo de pensar en el azar como ente creador de la vida, pero declaran explícitamente que tiene un compromiso con el materialismo. Para estas últimas personas el cerrarse a reconocer al Creador de la naturaleza y de la vida en la Tierra es definitivamente un problema filosófico, no científico.

Bibliografía

Barbieri M. 2012. The Paradigms of Biology. Biosemiotics. DOI 10.1007/s12304-012-9149-1
Behe, M. 1996. La caja negra de Darwin. El reto de la bioquímica a la evolución. Editorial Andrés Bello. Barcelona. 364 pág.
Dembski W. 2005. Diseño Inteligente. Editorial Vida, Miami, Florida. 312 pp.
Denton, M. 1986. Evolution: A Theory in Crisis. Adler & Adler. 368 Pág.
Gibson D. et al. 2010. Creation of a Bacterial Cell Controlled by a Chemically Synthesized Genome. Science, Vol. 329 no. 5987 pp. 52-56. DOI: 10.1126/science.1190719.
Lewontin R. 1997. Billons and Billons of Demons. The New York Review.