Una advertencia acerca del peligro de reemplazar lo central con lo secundario en el seno de la Iglesia.

Uno de los aspectos cruciales en relación con el testimonio de la iglesia en una localidad es permanecer con los ojos vueltos hacia la persona del Señor Jesucristo, teniéndolo como el punto central de toda realidad espiritual. Existen varios asuntos que traen daño a la iglesia. He aquí algunos:

Cuando la iglesia asume una posición reivindicando sobre sí la primacía, ya está completamente descalificada como aquella que mantiene el testimonio de un candelero por cada localidad. No podemos dar testimonio de nosotros mismos. El Espíritu Santo es el único que puede dar tal testimonio.

Otro aspecto que afecta grandemente a la iglesia es la postura de absorber y focalizar sólo un ministerio o persona, poniendo a veces ese ministerio o persona en el tope de la pirámide; o incluso ese mismo individuo asume esa posición «piramidal» y, con eso, una posición ministerialista.

Otro aspecto observado es el énfasis en determinadas doctrinas, incluso a veces copiando formas y trazos de otras culturas, excluyendo así la libertad que el Señor proporcionó para que la iglesia exprese la multiforme (multicolor) sabiduría de Dios a principados y potestades en las regiones celestes.

Existe también el riesgo de mantener una posición doctrinaria adquirida en el comienzo del caminar y procurar introducirla en medio de la iglesia. Si un determinado grupo en el pasado estaba involucrado completamente en los dones carismáticos, o los ignoraban, y ahora procuran permanecer con el testimonio de la iglesia en la localidad conservando aún esa misma postura, eso también está fuera de la centralidad. Si el asunto es la salvación eterna o no eterna, pre-arrebatamiento, mid o post, y tantos otros asuntos doctrinales, se continúa permaneciendo en asuntos periféricos, olvidando completamente la centralidad del asunto – ¡Cristo!

La fiesta de bodas

Cuando leemos en la Palabra de Dios el pasaje de las bodas de Caná, que es el primer milagro registrado del Señor, podemos observar las siguientes personas en aquella fiesta: Los invitados, los discípulos, la madre de Jesús, los sirvientes, el maestresala, y el novio; y el más importante invitado que es ignorado, pero que es el verdadero novio y mejor vino, el agua de vida, el discípulo y siervo del Padre, el Señor Jesús.

Es normal que nos detengamos en el milagro de la transformación del agua en vino, si miramos desde el punto de vista del maestresala – aun más en este tiempo de la teología moderna que no pasa de ser una teología completamente humana.

¡Observamos que el maestresala queda impresionado con la postura del novio de mantener el mejor vino hasta ese momento! Otros quedan más impresionados con el vaso que con el vino, y terminan alabando al vaso por contener un vino tan bueno, olvidando realmente de dónde procede aquel vino. Y otros se impresionan con lo mejor del vino, y no con Aquel que es el dueño del poder transformador del agua en vino.

También tenemos aquellos que disfrutan del mejor vino, pero con el pasar del tiempo ya no distinguen si el vino es el del comienzo de la fiesta o el del final. Beben y se satisfacen hasta sentir un profundo masaje en sus egos.

Sin embargo, el mensaje de la cruz queda completamente de lado, porque el mismo afecta la vida del alma, aplastando y aniquilando el ego, como un tractor que pasa por encima de todo. Eso incomoda demasiado nuestra alma no tratada, porque nos gustan nuestros juegos y piruetas, y peleamos por ellos. Al renunciar al trabajo de la cruz nos apartamos completamente de la meta: Cristo.

En cuanto al novio, todavía permanece callado al comentario del maestresala, asumiendo y tomando sobre sí la gloria y el milagro. Aquel que es el único dueño y el proveedor del mejor vino. Que el Señor tenga misericordia de nosotros, y nos guarde.

Gracias a Dios por aquellos que sirven como esclavos a su Señor, pues saben muy bien quién es el dueño del vino, tal como aquellos sirvientes lo sabían.

Pero los discípulos aun ni siquiera comprendían la misión del Señor Jesús. La cuestión no es el milagro de transformar el agua en vino, no es el novio, la madre de Jesús, sino Aquel que posee todas las cosas, pues es suyo el poder transformador. Muchos van detrás de los milagros, de los hombres, y de tantos otros asuntos considerados periféricos. ¡Oh, cómo necesitamos mantener nuestros ojos en la persona del Señor Jesús!

En el pasaje de la transfiguración del Señor, cuando Pedro, Juan y Santiago cayeron por tierra, él se acerca y los toca con sus manos. ¡Qué actitud magnífica! Cuánto necesitamos aprender de él, de su mansedumbre y su humildad. Y ellos, alzando los ojos, a nadie más vieron, sino a Jesús solo.

En la isla de Patmos el Señor vuelve a asumir la misma postura en relación con el apóstol Juan, cuando éste cae a tierra como muerto. Una vez más él se acerca, extiende su mano y le toca, diciéndole: «No temas».

El ejemplo de la célula

Existe un área de estudio de la biología llamada «citología», ciencia que se ocupa del estudio de la célula. Cuando se estudia la diferencia entre una célula sana y una célula en estado de anormalidad, existe una manera técnica y apropiada de distinguir una de otra a través de una metodología de coloración, que muchos conocen como «Papanicolau».

Utilizando varios colorantes podemos identificar algunos criterios así definidos por una determinada coloración al interior de la estructura celular, y hasta anomalías en el contorno de la membrana celular (capa que envuelve la célula), o nuclear, y también su forma. Tales anomalías pueden comenzar por un simple proceso de inflamación celular. Si este proceso no fuere tratado a tiempo, deriva en otro proceso más avanzado, o sea, al de la «deformidad nuclear», llamado neoplasia. Y esto, al no ser tratado, pasa a un grado más elevado y grave de deformidad, la «malignidad» celular.

Nuestro cuerpo está formado por células. Ellas poseen una protección alrededor llamada membrana celular o capa lipoproteica (aceite). En su interior tenemos un núcleo y otros órganos. Son estructuras microscópicas que sólo pueden ser visualizadas a través de un aparato llamado microscopio, capaz de aumentarlas millares de veces.

Sin embargo, una de las características más importantes que determina la normalidad celular es cuando el núcleo está en el lugar correcto, o sea, en el centro de la célula. ¡Esto es muy tipológico! ¡Cómo el Señor Creador deja su impresión «digital» en toda su creación! Él es tremendo.

A veces determinados agentes o cuerpos extraños penetran en el interior de la célula, debido a una falla en la protección de la membrana (falla que comenzó con la caída del hombre). Esta membrana está compuesta de una capa lipoproteica conocida comúnmente como gordura, grasa o aceite (en otra oportunidad podemos hablar con más detalles acerca de la tipología de esta protección). El asunto es que debido a la penetración de este agente extraño al ambiente celular, éste comienza a interferir en la centralidad del núcleo, afectándolo de tal manera que con ello lo empuja hacia la periferia de la célula.

Si el asunto no es tratado en seguida, la condición va empeorando cada vez más, pasando de una forma «inflamatoria» más leve a una condición llamada «premaligna», y finalmente, «maligna».

Ahora llegamos al clímax del asunto. Cuando este núcleo permanece mucho tiempo en la periferia, éste comienza a deformarse, asumiendo algunas formas extrañas, y estas formas pueden clasificar el estado de malignidad de la célula.

La primera etapa es la forma de una ameba, llamada ‘forma celular ameboide’. El segundo comienza a tomar forma de una araña –forma aracnídea– y finalmente la peor de todas las formas, la ‘forma de una serpiente’, que los citólogos procuran alivianar usando un término más suave como ‘forma de renacuajo’ – aunque con el renacuajo no tiene ninguna semejanza cuando lo vemos por la lente del microscopio. Tiene más forma de serpiente que de renacuajo.

Ante tal aspecto tan tipológico, el Señor desea enseñarnos por medio de su acto creador, dejando muy clara su rúbrica en toda su obra, procurando dejarnos bien claro la importancia de la centralidad de Cristo.

Podemos observar cuán grave y peligroso es centralizarnos en cualquier asunto que no sea la persona del Señor Jesús.

Si la centralidad no fuere en Cristo, y sí en asuntos periféricos como doctrinas, personas, ministerios y otros, tomando el lugar del Señor, la malignidad penetra con toda su fuerza, y con eso tenemos una «célula cancerosa» en su alto grado de malignidad, pudiendo pasar a las demás células deformando y matando todo lo que encuentra a su paso, trayendo así consigo la muerte del cuerpo.

Creo que hemos presenciado este asunto a través de los tiempos en la iglesia que es el cuerpo de Cristo, del cual él es su cabeza. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos perdone de tanta desolación a nuestro alrededor. Queremos arrepentirnos. ¡Que el Señor nos ayude!

«Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo» (Mt. 17:8).

Celso Machado